Clásicos online: crítica de «A Swedish Love Story» («En Kärlekshistoria»), de Roy Andersson (MUBI)
Este drama del director de «Canciones del segundo piso» cuenta la historia de amor entre dos chicos de 14 años, con una audacia inusual, dejando como fondo el oscuro retrato de sus respectivas familias.
La carrera del realizador sueco Roy Andersson es bastante atípica. Si bien no es el único director en tener extensos baches en su filmografía sin hacer largometrajes, su caso es particular. Tras debutar en 1970 con A SWEDISH LOVE STORY, hizo un film más en 1975 (GILIAP) que fue un sonoro fracaso y dejó de hacer películas por 25 años. Fue recién ahí, con CANCIONES DEL SEGUNDO PISO, LA COMEDIA DE LA VIDA y UNA PALOMA SENTADA EN UNA RAMA REFLEXIONANDO SOBRE LA EXISTENCIA –una suerte de trilogía formal y temáticamente conectada– que se volvió un nombre conocido para la cinefilia internacional, ganando premios en festivales. Pero el estilo que Andersson sacó a la luz en estos largos lo fue desarrollando dirigiendo comerciales, films educativos y otros compromisos y encargos.
El tipo de cine que hoy consideramos típico de Andersson, con sus planos largos y profundidad de campo que permiten ver varias cosas sucediendo al mismo tiempo, con su tono humorístico propio del cine mudo, con sus personajes excéntricos y su mezcla de comedia absurda y drama existencial, apareció más en las publicidades que en su cine previo. De hecho, A SWEDISH LOVE STORY (que pertenece al nuevo ciclo de operas primas que programa MUBI), tiene solo unas pocas similitudes con el cine de Andersson que conocemos hoy: cierto humor sardónico, algunos personajes entre excéntricos y patéticos, un uso del sonido bastante particular –cercano por momentos al de Jacques Tati–, entre otros detalles, pero en lo fundamental es una película muy distinta, más ligada a las historias juveniles y románticas europeas de los ’60 que a lo que vino después.
Si bien la parte «adulta» de la trama tiene un peso casi tan importante como la adolescente, en lo central UNA HISTORIA DE AMOR SUECA es un perspicaz, sutil e inteligente retrato de dos chicos de 14 y 15 años, que se conocen y relacionan a lo largo de un verano. Pär (Rolf Sohlman) es el de 15, le gusta mostrarse como el chico más cool del mundo –anda en scooter, pone cara de interesante todo el tiempo, posa con una chaqueta de cuero y tiene casi siempre un cigarrillo colgando de la boca–, pero a la vez se nota que sigue siendo un niño bastante tímido e inseguro. A Pär lo conocemos cuando con su familia van a visitar a su abuelo, que está internado en un geriátrico.
En ese mismo lugar, visitando a un familiar suyo allí, está Annika (Ann-Sofie Kylin), que está a punto de cumplir 14 y que, desde ciertos ángulos, todavía parece una niña. En otros, no tanto. Si bien cada uno está en lo suyo, allí se cruzan miradas, se buscan en medio del tedio de sendos encuentros familiares. Pero todo queda ahí. Ya en la ciudad, Pär intentará averiguar el paradero de Annika, pero a la vez cada uno de ellos andará con su grupo de amigos, una serie de rubios suecos de su misma edad (o un poco mayores), con los que se juntan para ir a bailar, a recitales, a un bar o, simplemente, a andar por la calle relojeándose sin ningún tipo de discreción ni sutileza.
De todos modos, pasar al acto de realmente contactarse prueba ser difícil para ambos. Y ese cortejo distante, esos confusos modos de seducción, se extenderán durante casi media película en la que Andersson aprovecha para experimentar visual y musicalmente (ver banda sonora abajo) con los cruces de miradas y los gestos, convirtiendo a esa encantadora parte del relato en una especie de mapa de seducción, de exploración del discurso amoroso desde su manifestación física: miradas que se intensifican y se esconden, sonrisas disimuladas, gestos de acercamiento y alejamiento, y los omnipresentes cigarrillos que funcionan como código común. Cuando están cada uno por su lado, con sus familias, por momentos vuelven a parecerse a los niños que aún no han dejado de ser.
Andersson combina este largo y encantador juego de seducción con otros personajes y otro tono. Me refiero a las familias de Pär y Annika, dos grupos de adultos muy distintos entre sí pero igualmente frustrados y con diversos problemas. La familia de él, de origen más popular –tienen un taller mecánico–, parece tener una mayor cercanía entre sí, pero en los rostros especialmente de las mujeres se nota una mezcla de tedio y amargura. En la de Annika la pasan peor. Su padre tiene un trabajo que odia, bebe demasiado y maltrata verbalmente a su madre, mientras que Eva (Anita Lindblom), tía de la chica, es su confidente y la que la entiende, pero a la vez parece un personaje escapado de una película del también sueco Ingmar Bergman: al borde, o más allá, de la depresión.
Así, A SWEDISH LOVE STORY se presenta como un film bifronte. Por un lado es una encantadora y, para los parámetros mojigatos de la actualidad (los chicos de 14 acá fuman, se tocan, se besan y más también), bastante audaz película romántica sobre las idas y vueltas de un luminoso, más allá de ciertas complicaciones, romance adolescente. Y, por otro, aparece la versión «30 años después», representada por padres, tíos y parientes frustrados, agresivos, descontentos con sus parejas, sus trabajos y sus vidas. Aquí, más que una luz al final del túnel, lo que hay es un recorrido inverso: da la impresión que todo se volverá más y más oscuro. Para Andersson, la ilusión de esos primeros meses de romance, paseos en moto, abrazos, reconciliaciones, llantos y deseo probablemente de paso a una etapa en la que las relaciones se convertirán en amargas y hacer dinero será el único objetivo.
Encantadora, sutil y bellamente filmada, la historia de los chicos es la que mejor se sostiene cinematográficamente, más de 50 años después. Lo curioso es que la otra parte del relato, más amarga, cínica y de una comicidad que bordea lo cruel, se parece más al cine que se hace actualmente, especialmente en países escandinavos (Ruben Östlund, sin ir más lejos, es un fan del film). Si uno relaciona lo que se ve en A SWEDISH LOVE STORY con el cine de Andersson del siglo XXI podrá pensar que el hoy octogenario realizador ha encontrado luego una síntesis entre el humanismo y el humor áspero, entre el cariño y la mordacidad, hallando en el camino también un formato cinematográfico que aquí apenas se adivina en algunos planos sueltos, en el uso no naturalista del sonido y en las características y actitudes bizarras de algunos de los personajes adultos.
La última etapa del film –que ocupa media hora o más– se centrará en un evento social, una fiesta en la que la familia de Pär invita a la de Annika para conocerse y socializar. Entre el alcohol, las bromas y los incómodos comentarios, la situación escalará hacia zonas más oscuras, aunque sin caer del todo en la violencia o la tragedia. Los chicos, en medio de todo eso, preferirán alejarse de sus mayores y vivir su propia historia, a su manera. Para la etapa de la frustración y la amargura, les queda todavía un buen tiempo.