Series: crítica de «True Detective: Night Country», de Issa López (HBO Max)
Jodie Foster y Kali Reis protagonizan la nueva temporada de la serie detectivesca que, en esta oportunidad, transcurre en un pueblo de Alaska y se centra en la misteriosa desaparición de un grupo de científicos. En HBO Max desde el 14 de enero.
Solía ser un trabajo ser policía. Una serie de funciones, compromisos, obligaciones. Dependiendo del lugar y la especificidad de la tarea, era un oficio al que aplicar una variada gama de conocimientos y habilidades: desde investigar y conectar puntos a ejercer el poder de persuasión o la fuerza física pasando por entender los comportamientos de la gente y qué los hace actuar. El caso específico de los detectives –y no me refiero al detective privado sino al policía como investigador– traía aparejado un cierto romanticismo, una combinación de dureza y sabiduría tan particulares como reconocibles.
En algún punto de la historia de la ficción –desconozco si sucede lo mismo en la realidad–, ser un investigador pasó a ser una carga, una mochila pesada que llevar sobre los hombros. Las situaciones atravesadas en el cumplimiento de la función los fueron convirtiendo en personas con trastornos por estrés postraumático, hombres y mujeres que no siempre están lo suficientemente preparados como para soportar la densidad de las situaciones que tienen que enfrentar, psicólogos sin la educación necesaria como para tomar distancia emocional con los hechos que los invaden. Y así fue naciendo el detective torturado, cuyo pasado es más importante que su presente. O, dicho de otra manera, su presente solo vale en función de lo que revela –y en el mejor de los casos resuelve– de su pasado.
Algo así es Liz Danvers (Jodie Foster), la versión femenina de los protagonistas que recorren esta saga de tramas independientes que es TRUE DETECTIVE, conectadas entre sí por ese tipo de experiencias traumáticas, un tono noir y una aparente relación con lo sobrenatural. Danvers puede actuar como una persona desentendida de todas esas cargas, pero esa propia desconexión –el hecho de que ha tenido y sigue teniendo sexo casual con casi todos los hombres del pueblo, muchos de ellos casados–, la marcan en la ficción como alguien que está tapando algo, que no puede hacerse cargo de algo fuerte que le pasó. Danvers no tiene un trauma, tiene una las obras completas de Sigmund Freud encima de su pequeño cuerpo.
No es la única. La otra detective de esta trama, Evangeline Navarro (Kali Reis), le compite en cantidad y calidad de asuntos traumáticos. Muchos de los suyos pasan por algo indefinible que va de lo místico a lo psiquiátrico, que se ubican en un punto equidistante entre el trastorno y lo sobrenatural. A tal punto es así que ha dejado su trabajo detectivesco para ocuparse del día a día de ser policía callejera de esa fría y áspera ciudad de Alaska llamada Ennis, plagada de borrachos, violentos y personas que están escapando de algo, acaso de ellos mismos. Pongámoslo en términos brutales: si Danvers coge para tapar y subsistir, Navarro se caga a piñas con el que se le cruce en el camino. Cada una, cada uno, le hace frente a sus problemas como puede.
En TRUE DETECTIVE: NIGHT COUNTRY, como en la primera y más famosa temporada de la serie –la que tuvo a Woody Harrelson y Matthew McConaughey como protagonistas–, el tiempo también es un círculo plano en el que nada se resuelve, todo vuelve una y otra vez a suceder. La verborragia filosófica masculina de aquella temporada mítica acá está llevada hacia un discurso sobre el trauma. Y cada cosa que sucede es un reflejo y espejo de algo que ya sucedió, que siempre está sucediendo. Todo, amigos, se conecta con todo. Y si es literal, parece decir la serie, es porque es eterno, porque nadie logra quebrar el círculo, la espiral de la violencia.
Hay un caso impactante que abre la trama, pero que en manos de los guiones de la mexicana Issa López y colaboradores –ella dirigió y es guionista o coguionista todos los episodios– es solo una parte de un asunto mucho más complejo. Danvers y Navarro limarán diferencias por un caso traumático del pasado que compartieron y se reunirán para resolverlo, pero el misterio estará recubierto de otras capas ligadas a la historia de la ciudad, a la relación entre los pueblos originarios y los blancos, a la violencia de género, a la explotación de los recursos naturales y la contaminación que eso conlleva, y al aura de misterio sobrenatural que rodea ese lugar en el que no sale el sol durante varios meses al año.
A mediados de diciembre un grupo de hombres que trabaja en una estación de investigación (la Tsalal Arctic Research Station) desaparece misteriosamente del lugar, lo dejan abandonado, como llevados por alguna fuerza extraterrestre. Nadie sabe ni entiende qué pasó. Pronto se descubre el primer misterio (SPOILER ALERT sobre algo que se devela al final del primer episodio): los tipos aparecen muertos, congelados, tapados por la nieve, con un gesto de espanto propio de aquellos cuadros de Edvard Munch pero en versión 3D. Pero quedan cosas por resolver. En principio, hay uno que sobrevive aunque está en coma y hay otro del grupo que no está entre los congelados y cuyo paradero se desconoce (Nota: hay otro que es argentino, pero eso no es relevante a la historia). Y el otro misterio es determinar qué pasó, cómo llegaron a convertirse en una escultura del horror ante la muerte inminente.
Ese será el núcleo duro de la temporada, pero López meterá ese misterio en el medio de todos esos otros asuntos que atormentan no solo a las protagonistas sino a todo el pueblo. Algunos se conectarán entre sí, mientras que otros son más personales. ¿Qué hacían estos investigadores? ¿Qué relación tienen con un hecho violento del pasado como es la muerte de Annie K., tema que perturba especialmente a Navarro? ¿Tenía su tarea algo que ver con la explotación minera del lugar? ¿O hay algo místico, sobrenatural, ligado a todo esto, algo que hace también comportarse a los animales de un modo extraño y en algunos casos hasta suicida?
Eso en lo que respecta a lo social, lo comunitario. En lo individual, hay otra batería de problemas que cargan a las protagonistas. En el caso de Danvers no solo está el asunto del caso mal cerrado en el que trabajó con Navarro, sino otros más ligados a su pasado personal y uno que la tortura en el presente: una hijastra rebelde (Isabella Star LaBlanc) y de raza mixta que milita contra la explotación minera y la mete en obvios problemas. Además, claro, que la mitad de las mujeres del pueblo no la quieren ver ni de lejos por su ya comentada afición a encamarse con sus maridos.
Navarro no le está atrás. Su hermana Julia (Aka Niviâna) sufre algún tipo de trastorno psiquiátrico que afectó también a su madre y que, ella teme, se le puede estar anunciando también. Racialmente mixta, Navarro lidia con su pasado Iñupiaq –su cultura y su lenguaje–, pero también con su paso por Afganistán en el ejército. Si a esto se le suma el caso del pasado que la liga a Danvers y lo afectada que sigue estando por la muerte de la tal Annie K., es admirable que siga trabajando y no esté en algún tipo de guardia psiquiátrica de 24 horas al día.
Este es apenas el marco en el que se desarrollan los acontecimientos a lo largo de seis episodios llenos de peripecias, visiones, apariciones, breves flashbacks y, sí, un caso complicado que resolver. Habrá otros personajes, todos ellos también con lo suyo, que juegan papeles importantes acá. Están el veterano agente Hank Prior (John Hawkes), alcohólico y oscuro, que espera la llegada de una novia rusa que conoció por internet, y su hijo Peter Prior (Finn Bennett), eficaz asistente de Danvers, pero a quien las obligaciones del trabajo le complican su vida matrimonial. Y están los militantes contra la explotación minera y los nómades que viven en medio del hielo y los jefes policiales que supervisan todo, entre toda una galería de personajes que se conectarán a la saga principal.
Lo que hay que separar, en la medida de lo posible, para analizar los resultados de esta temporada de TRUE DETECTIVE es la fascinación y el misterio que genera el caso central en sí con sus lógicas repercusiones sociales –tenga que ver con algo místico o con algo más político y económico– y la pesada carga en la que se convierte la abundancia de traumas como motor de la historia. Tener personajes con historias densas y motivaciones complicadas puede ser básico para darle peso a la trama en sí, pero cuando el drama pasa casi todo por ahí se corre el riesgo de que la serie toda se transforme en una sesión de terapia con una excusa policial.
En lo formal, la serie es inapelable, impecablemente filmada en Islandia, en un lugar de una penetrante oscuridad cortada a cuchillo por linternas, luces de autos y el reflejo de la luna sobre el hielo. Un lugar donde osos polares se cruzan en la ruta como si fueran fantasmas y donde es muy fácil dársela en la pera contra una pila de nieve, más si uno viene de beberse todo en el bar del pueblo. Desapacible, inmerso en una cultura en el que las tradiciones milenarias se mezclan con las imposiciones comerciales de la vida actual, Ennis es un pueblo de fantasmas, muertos del pasado que se conectan con los del presente, dibujos raros que pueden ser místicos o no tanto, y personas inteligentes y con conocimientos prácticos (como Rose, interpretada por la gran Fiona Shaw) que a la vez pueden dejarse llevar por lo que «les dicen» las apariciones.
NIGHT COUNTRY es fascinante como misterio a resolver y tiene, además, a Foster y a Reis como una dupla perfecta, la de una mujer que no siente nada y otra que siente demasiado ante cada cosa que se le presenta y lo que eso evoca. Hay muchísimos elementos culturales, sociales, psicológicos, políticos, económicos y hasta sobrenaturales puestos en juego a través de su trama que darían pie a un excelente policial sobre los intrincados conflictos que se viven en un paraje desolado como Ennis, perdido sobre el Círculo Polar Artico; un lugar en el que la oscuridad se traga hasta las esperanzas. Su problema, sin embargo, es uno que atora a buena parte de las series y a la dramaturgia actual: el peso del trauma como motor narrativo.
En un excelente análisis sobre el tema escrito para The New Yorker, la crítica literaria Parul Sehgal expresaba su agotamiento ante este modelo narrativo. «El trauma se ha vuelto sinónimo de pasado, pero la tiranía de esas backstories es un fenómeno relativamente reciente. La personalidad no siempre fue representada como exploración exhaustiva de la historia personal. (…) Los cineastas clásicos de Hollywood tenían la habilidad de dar vida a personajes sin necesidad de flashbacks grandilocuentes sobre tormentos formativos. En cambio, ahora se crean personajes con el propósito de ser enviados al pasado, a buscar traumas como quien busca trufas. (…) La trama del trauma aplana, distorsiona, reduce al personaje a síntomas y, a su vez, instruye e insiste en su autoridad moral. El consuelo de su simplicidad tiene un costo: nos pide que olvidemos los placeres de no saber, las dimensiones no guionadas del sufrimiento y las extrañas singularidades de la personalidad».