Estrenos: crítica de «El color púrpura», de Blitz Bazawule
Esta nueva adaptación de la novela de Alice Walker que llevó Steven Spielberg al cine en los años ’80 se basa en la versión musical de Broadway de 2005. Estreno en cines de Argentina: 8 de febrero.
A mediados de la década de los ’80, cuando la cultura no se cuestionaba quienes podían filmar qué historias, un joven judío crecido en Arizona y California llamado Steven Spielberg –hasta entonces solo considerado un exitoso realizador de blockbusters— pegaba el primero de sus varios giros hacia el «cine serio» con la adaptación de la novela de 1982 de Alice Walker, EL COLOR PURPURA, que contaba una historia de tragedias y maltratos en el sur profundo y en una comunidad afroamericana. Si bien no tuvo grandes críticas, la película fue un éxito de público y le significó al director de E.T. empezar a ser tenido en cuenta, por la entonces aún más tradicionalista que hoy Academia de Hollywood, como un autor. Para sus protagonistas, Whoopi Goldberg y Oprah Winfrey, fue un salto al estrellato del que jamás descendieron.
Como pasa con estos fenómenos, la historia fue adaptada como musical de Broadway a principios de los 2000. Y lo que llega ahora al cine es la adaptación de ese musical, pegando la vuelta completa y esta vez sí con un realizador «apropiado» para la historia que se cuenta: el realizador de Ghana Blitz Bazawule, que tiene un pasado como estrella de hip-hop (conocido como Blitz The Ambassador) y que consigue este preciado trabajo, uno imagina, tras dirigir BLACK IS KING, uno de esos «álbumes visuales» que Beyoncé suele hacer para acompañar la salida de sus discos. Bazawule trae consigo otra escuela narrativa, otro modo de filmar, otro tono para contar la misma historia y, sobre todo, la necesidad de incluir números musicales a una historia que es dura, cruel y bastante dolorosa.
Cuesta un tiempo, al menos a los que no estamos acostumbrados al tono ampuloso y sobreactuado que trabajan este tipo de películas (no por ser musicales, sino por la manera en la que está estructurada la puesta en escena, como si la cámara representara, por momentos, la mirada de un espectador en la platea de un teatro), acostumbrarse a la propuesta estética de esta versión de EL COLOR PURPURA. Bellamente fotografiada y con constantes y acrobáticos movimientos de cámara que tratan de captar el ritmo constante de los personajes en cada escena, la película nunca deja de dar la sensación de ser una obra filmada, por más exteriores y paisajes bonitos que tenga. Eso se siente en los cuerpos, las voces, las coreografías y hasta el modo en el que las canciones no se le cantan a otros personajes –o entre sí– sino para que las escuche uno en la platea.
Si a Bazawule no le llega a ir bien con su carrera cinematográfica, no dudaría en darle la organización de los números musicales de ceremonias tipo Grammy o de los mismísimos Oscar. Hay momentos en la película en los que uno tiene la sensación que se dejan dos o tres segundos de silencio tras un número musical para que la gente aplauda. La coreógrafa, Fatima Robinson, ha realizado un excelente trabajo y, además, la gran mayoría del elenco está compuesto por actrices conocidas en principio por su trabajo como cantantes, como Fantasia Barrino (una ganadora de «American Idol« conocida en su carrera musical por su nombre de pila), Halle Bailey (de la dupla Chloe & Halle y ahora solista), H.E.R., Ciara, el músico Jon Batiste y hasta actrices como Taraji P. Henson y la nominada al Oscar Danielle Brooks (ORANGE IS THE NEW BLACK), a las que no se les da nada mal eso de cantar tampoco.
Toma un tiempo –o a mí, al menos, me tomó– acomodarme a la propuesta pero, dentro de lo que pretende ser EL COLOR PURPURA, en líneas generales funciona. Las canciones que se escuchan son, en muchos casos, las de Broadway, pero a la vez hay varias compuestas especialmente para la película, muchas de las cuales no se corresponden, en estilo, a la época en la que transcurre la historia. Si bien la mayoría va por el lado del jazz y el blues, varias tienen más que ver con el soul y el R&B contemporáneo, especialmente en los arreglos. No se trata, hay que decir, de un musical puro y duro, de esos en los que toda la película es cantada, sino una que combina los dos modos. Es que la puesta es, de por sí, tan musical –en los movimientos de los actores, en la gestualidad– que aún cuando no cantan ni bailan parece que lo están haciendo. O que están a punto de hacerlo.
La historia no ha cambiado mucho en relación a lo que se conoce tanto de la novela de Walker como de la película de Spielberg. EL COLOR PURPURA narra la historia de Celie (Fantasia Barrino, en el papel que consagró a Goldberg), una chica que crece sin madre y siendo abusada por su padre, quien le saca los hijos apenas nacen y los vende, y que la termina entregando a un violento hombre al que se conoce como Mister (interpretado por Colman Domingo, nominado al Oscar por RUSTIN) que le pega, la maltrata, la tiene corriendo de acá para allá y abusa sexualmente de ella también. Su único contacto con algo feliz es su hermana Nettie (Halle Bailey), pero cuando la chica la visita en su hogar matrimonial, Mister intenta violarla y, como ella lo rechaza, la expulsa y le prohibe a Celie verla o contactarla por el resto de su vida. Peor, digamos, imposible.
Un «rayo de luz» aparece tiempo después en la vida de Celie gracias a dos personas. Una es Sofia (Danielle Brooks, en el rol que hizo Oprah), casada con su hijastro Harpo (Corey Hawkins), una mujer completamente distinta a ella: asertiva, intensa, que no se deja manejar por los hombres y que transmite su alegría de vivir a todos los que la rodean. Y si bien esa desafiante intensidad en algún momento la meterá en problemas, para Sofia es la prueba que hay otra forma de manejarse en el mundo, que no debe resignarse a la sumisión. Y la otra es Shug Avery (Taraji P. Henson), una cantante de jazz y blues popular en la zona, una mujer que tiene un affaire con el tal Mister pero que conecta en realidad mucho más con Celie, a la que sabe brutalizada por su cruento marido. Shug, con su comando de las situaciones, su sensualidad, sus viajes de acá para allá, aparece como otra figura fuerte en la vida de la protagonista. Otra vida posible.
Lo que EL COLOR PURPURA contará, los que vieron el film de 1985 lo recuerdan, es lo que va sucediendo con esas tres mujeres a lo largo de un par de décadas en las que las vidas de toda ellas va cambiando. Celie sueña con reencontrarse con su hermana y con saber qué fue de la vida de los hijos que les fueron robados al nacer, Sofia se las verá con los límites de su extrovertida y desafiante personalidad, mientras que Shug será clave a la hora de desenredar algunas trabas personales en la vida de Celie –tema que la anterior película no desarrollaba– y también las de su propia historia. Los hombres, casi sin excepciones, son todos personajes monstruosos, empezando por el padre de Celie, siguiendo por su brutal marido, su suegro, pero también –aunque en menor medida– su hijastro, el cura del pueblo y así.
Si bien en la época en la que se estrenó la película de Spielberg se analizaba más el costado racial que el feminista de la historia –que es más que evidente ya desde la propia novela, escrita en modo epistolar–, en la versión 2023 eso aparece con toda la fuerza, lo mismo que cierta vuelta a raíces culturales que ligan a los personajes con Africa, conexión que existe en la historia original y que aquí refuerza, con conocimiento de causa y hasta particulares elecciones de vestuario y tono, el realizador ghanés. En esta expansiva versión que troca algún exceso sentimental hollywoodense de la de 1985 por un registro emocional más cercano al musical de Broadway (alguien debería hacer alguna vez un análisis de esas diferencias, yo creo que tienen que ver fundamentalmente con las maneras en la que se tiene en cuenta a la cámara), la historia sigue siendo potente y conmovedora, por más que décadas y décadas de tramas y personajes similares hayan diluido en cierto modo el impacto que tuvo cuatro décadas atrás.
El resto tendrá que ver con la conexión que el espectador tenga con el género, con las canciones y con el tipo de actuaciones. De vuelta: no me refiero al musical en sí, sino a la particular manera escenográfica que se utiliza por lo general acá. EL COLOR PURPURA versión 2024 no es una historia que transcurre mientras el espectador la ve sino una que parece hecha para que el espectador la vea, con la consciencia de que hay alguien sentado experimentándola. Y ese carácter –que se refleja en los actores mirando a cámara, en la ampulosidad y el volumen de los movimientos y las voces, y en la forma en la que los espacios están cubiertos y ocupados en el cuadro– puede resultar, al menos para los que hemos crecido más con el cine que con el teatro musical, una experiencia un tanto demandante e invasiva. Uno la puede apreciar y valorar, pero es difícil superar esa rara fricción entre dos artes esencialmente distintos.