Estrenos: crítica de «Ferrari», de Michael Mann

Estrenos: crítica de «Ferrari», de Michael Mann

por - cine, Críticas, Estrenos
02 Feb, 2024 10:30 | 1 comentario

Esta biografía del magnate automovilístico italiano se centra en unos meses muy intensos de su vida en un año 1957 plagado de problemas personales y profesionales de todo tipo. Con Adam Driver, Penélope Cruz y Shailene Woodley. Estreno en cines: 8 de febrero.

El tipo es un profesional. No particularmente amable ni simpático, pero sabe lo que hace y cómo manejarse en su mundo. No tolera demasiado a casi nadie y prefiere hacer lo suyo, en silencio. Si le va bien o gana, no festeja. Si le va mal o pierde, trata de corregir los errores. Y sigue, sin mirar para atrás, en busca de otro desafío. La persona que menciono puede ser la protagonista de casi cualquier película de Michael Mann, desde THIEF a BLACKHAT, pasando por HEAT y COLLATERAL. Así es, también, Enzo Ferrari, al menos según lo que cuenta Mann en la película que lleva su apellido –y el nombre de su empresa– como título.

FERRARI se basa en una biografía del personaje pero se ocupa de apenas unos meses en la vida del magnate automovilístico en 1957. Esa concentración temporal no impide que casi todos los conflictos de su vida y su profesión se hagan presentes. Se trata de esos momentos álgidos en los que todo parece, por usar metáforas automovilísticas, estar a punto de colisionar. Su vida personal se presenta complicada y su empresa, al borde de la quiebra. Y en el medio, una carrera que puede salvarlo, hundirlo o las dos cosas a la vez.

Mann no es un cineasta sentimental ni épico –más bien todo lo contrario–, por lo que no verán aquí una clásica película prestigiosa para ganar premios ni un show de actuaciones desbordantes. Pero eso mismo que seguramente evitó que tuviera nominaciones al Oscar es lo que la vuelve una película diferente, casi única en su rubro. Es un melodrama que esquiva la emoción, un relato automovilístico en el que importa más lo que se pierde que lo que se gana y una historia de amor con un personaje gélido en su centro. Desafíos todos que son normales en una película del director de MIAMI VICE, pero que no son necesariamente bienvenidos en el «mercado cinematográfico».

El único asunto realmente conflictivo de la película es uno que demanda un cierto esfuerzo de parte del espectador. Si se supera, todo correrá increíblemente bien. Si no, se hará más difícil. Me refiero a que todos los actores hablen en un inglés torpemente acentuado al italiano, algo que es inevitable en este tipo de grandes producciones (ver LA CASA GUCCI), por lo que a uno no le queda otra que acostumbrar el oído. Si esa barrera no distrae, FERRARI fluirá como un auto de Fórmula 1. Al menos, como uno de esa época.

Para 1957 Enzo (Adam Driver) está inmerso en un momento difícil. El año anterior había muerto su hijo de 24 años, Dino, víctima de una severa distrofia muscular, y la relación con su esposa Laura (Penélope Cruz) está en un momento tirante. Cuando la película empieza el tipo se levanta de una cama que no es la de su casa sino la de otra mujer, Lina (Shailene Woodley, reciente protagonista de MISANTROPO, de Damián Szifron), que es bastante más que una amante: es la madre de su otro hijo, Piero, que ya tiene 12 años. Si bien Laura sabe que Enzo tiene amantes –parece acostumbrada y lo único que le reclama es que vuelva para el desayuno–, desconoce la existencia de Lina y de todo este otro mundo, que incluye casa, dinero y hasta el reclamo de parte de «la otra» de que Pietro lleve el apellido del padre.

Con la misma naturalidad que lleva su doble vida, Ferrari se maneja con su empresa. Una disputa con su rival Maserati por romper un récord de velocidad termina con un piloto suyo muerto y su única reacción a la tragedia es firmar un cheque y conseguirle un reemplazo. Pero el problema mayor es financiero. Ferrari era entonces una empresa casi personal, ya que Enzo no quería tener que lidiar con ejecutivos ni exigencias del tipo corporativo. Pero el dinero está escaseando y para subsistir no parece quedarle otra que asociarse a alguna gran compañía tipo Ford o Fiat.

Pero para lograr eso tiene que moverse por varios frentes. Primero, participar y tratar de que sus pilotos ganen la mítica carrera Mille Miglia, que recorre media Italia yendo y volviendo de Brescia a Roma, lo que le permitiría ingresar con más fuerza en el negocio de los autos deportivos (hasta entonces su fuerte eran los de carrera) y, por otro, intentar convencer a su esposa de que le ceda su parte de la empresa familiar, algo que la ofuscada mujer no parece estar muy dispuesta a hacer.

El drama personal y profesional de Enzo existirá a la par de ese universo que hoy parece encantador y glamoroso de autos deportivos, pilotos profesionales, reporteros gráficos con sus flashes y una insistente prensa que quiere saber todo de su vida y que Ferrari trata de manipular como puede. Es en el marco de una carrera –de dos, en realidad– que todas las fichas de la vida de Enzo se pondrán en movimiento. Tan veloz, dramático y potencialmente trágico como ir a 150 kilómetros por una ruta cualquiera que un perro suelto o un niño pueden súbitamente cruzar y acabar con todo en un instante.

Mann filmó FERRARI de un modo más prolijo y clásico que sus últimas producciones, que por momentos parecían demasiado enamoradas de las posibilidades de los recursos digitales. La época y el tono oscuro y dramático de la historia así lo reclamaban. Pero no por eso abandona su gusto por las composiciones de cuadro raras y complejas ni por secuencias en las que la velocidad de los autos por la ruta pueden inducir al pánico en el espectador. Al evitar de entrada los convencionalismos dramáticos de la biopic, el espectador sabe que cualquier cosa puede pasar aquí. Y la película, al menos para los que no conocen la historia real (Nota: se recomienda no googlear antes), en ese sentido no decepciona.

Mann utiliza a Driver de una manera distinta a lo habitual. Avejentado, el actor abandona aquí sus recursos más expresivos o carismáticos para interpretar a Ferrari como un empresario seco y desapasionado, que no invita a la empatía fácil del espectador. Parte de esa frialdad –queda claro en algún flashback en el que se lo ve mucho más jovial– apareció con la muerte de su hijo, pero en más de un sentido es una máscara para sobrevivir en una profesión en la que si un empleado tuyo se equivoca es muy probable que termine estrolado contra el cemento.

La intensidad tana la pone Cruz, en una actuación que merecía estar nominada al Oscar pero que cayó en el olvido, como la película toda, por los que arman la «temporada de premios». Su Laura es una mujer de armas tomar que sigue vistiendo negro por la muerte de su hijo pero que no le teme a nada ni a nadie, una especie de Lady Macbeth a la que uno quisiera ver como reemplazo de Michael Corleone en alguna futura secuela de EL PADRINO. Con un personaje menos desarrollado, lo que caracteriza a la Lina de Woodley es, más que nada, su oposición con Laura. Para Enzo su compañía es algo así como un oasis de tranquilidad. O eso pensaba.

El más largo e intenso segmento de la película estará dedicado a las «Mil Millas», carrera que la escudería Ferrari necesita ganar para sobrevivir en el mercado y, en un sentido más íntimo, mejorar el ego de su dueño, que no parece estar en condiciones ni de competir con su rival Maserati ni de lidiar del todo con la muerte de su hijo. Anotando cinco pilotos que colaboran entre sí en la estrategia, la película pondrá el eje en los más relevantes de todos ellos, el dandy español Alfonso De Portago (Gabriel Leone) y el veterano italiano Piero Taruffi (un irreconocible Patrick Dempsey), en una carrera que Mann filma dejando en claro los altísimos riesgos que conlleva. La secuencia sola le devuelve al espectador el precio de la entrada.

Pero no es solo eso lo que uno encuentra en una película así, una que corre el riesgo de mezclar dos géneros muy distintos como un melodrama familiar casi gótico y un apasionante relato deportivo saliendo más que airoso del desafío de pasar de uno a otro sin desacomodar del todo al espectador. Mann encuentra en Enzo Ferrari un envase perfecto para poner en práctica el conflicto existencial que atraviesa a casi todos sus protagonistas, uno que jamás se pone en palabras sino en práctica. ¿Para qué hacemos lo que hacemos? ¿Cuál es el fin último de una vida? Como en todo su cine, la única respuesta es ponerse en marcha. Ir hacia adelante hasta pegarse el golpe, si es eso lo que tiene que pasar.

FERRARI es una película que recuerda a muchas otras de su director, especialmente en la manera en la que transforma el modo de vida de su protagonista en un arte de precisión extrema –ver con atención cómo Mann monta cada escena en la que un piloto suyo mete un cambio brusco o frena de golpe– y uno que conlleva un riesgo que puede terminar de la peor manera. Si bien Enzo ya no maneja, lo hizo de joven y pasa buen tiempo recomendándoles a sus pilotos qué hacer y qué no. «Sabemos que lo que hacemos es una pasión mortal, una alegría terrible –les dice–. Pero si se suben a uno de mis autos, se suben para ganar». Como el experto Neil McCauley, en FUEGO CONTRA FUEGO, o el misterioso Vincent, en COLATERAL, los pilotos y Enzo saben a qué juegan y lo que implica una derrota. No hay plan B.