Estrenos: crítica de «Los que se quedan» («The Holdovers»), de Alexander Payne

Estrenos: crítica de «Los que se quedan» («The Holdovers»), de Alexander Payne

En esta comedia dramática del director de «Entre copas», un maestro malhumorado y exigente se debe quedar a pasar las fiestas en la escuela con un alumno rebelde y con problemas familiares. Con Paul Giamatti, Dominic Sessa y Da’Vine Joy Randolph. Nominada a cinco premios Oscar, incluyendo mejor película, actor, actriz de reparto y guión original.

Todos hemos visto historias parecidas a la que se cuenta en THE HOLDOVERS, la nueva comedia dramática de Alexander Payne, director de ENTRE COPAS y NEBRASKA. Transcurre mayormente en una gran escuela –en este caso una secundaria, Barton Academy, en Nueva Inglaterra, Estados Unidos– y se centra en la cambiante relación entre un maestro y sus alumnos. Pero si bien Payne no se aleja demasiado de los modelos narrativos que esas películas tienen, ya que mantiene su estructura en claros tres actos con todos los giros dramáticos imaginables, lo que ofrece es una versión ácida, humanista y cálida a la vez, lo cual es algo así como su especialidad.

No por nada su protagonista es Paul Giamatti, quien en ENTRE COPAS recorría un similar arco dramático, no tan distante al de Jack Nicholson en LAS CONFESIONES DEL SR. SCHMIDT o al de, bueno, casi todas sus películas plagadas de personajes entre quejosos, torturados e irritantes para con los demás. Payne toma a la vez de NEBRASKA una estética muy próxima a la del cine independiente estadounidense de los años ’70, con un grano fílmico, un tipo de planos, cortes y musicalización muy de esos años y que nos hacen viajar a esa época. Ya desde los créditos del film, uno podría pensar que se encontró por casualidad con alguna película perdida de Hal Ashby, con un toque de Bob Rafelson o hasta de Peter Bogdanovich.

Giamatti encarna aquí a Paul Hunham, un estricto y severo profesor de la Barton Academy que enseña en 1970 «Civilizaciones Antiguas». Es alguien a quien odian tanto los alumnos como sus colegas y el director del colegio. No solo es muy duro y exigente con sus alumnos sino que es poco sociable, solitario, bebe whisky casi todo el día y, aseguran los alumnos, huele muy mal. Pero a la vez es un tipo honesto y derecho que no le «regala» notas a estudiantes acomodados (hijos de políticos o donantes) como le pide el director y que se fastidia, más que nada, porque muchos de sus alumnos son pedantes, creídos y les interesa poco estudiar porque vienen por lo general de familias ricas.

Para la quincena navideña en la que los alumnos vuelven allí a sus hogares –en el hemisferio norte las fiestas caen en medio de las clases, por lo que equivalen a nuestras vacaciones de invierno–, a Hunham le imponen quedarse en la escuela con los chicos que, por uno u otro motivo (en la mayoría de los casos porque sus padres están en lo suyo), no pueden regresar con ellos. Para Paul no es un gran problema porque no tiene mucha vida personal que digamos, pero para los cinco chicos que se quedan ahí, sí. Más que nada porque el tipo no lo toma como una vacación o unos días tranquilos, sino que piensa hacerlos estudiar y prepararlos para rendir exámenes al regreso a clases.

Por una circunstancia fortuita, cuatro de los cinco chicos terminan abandonando el lugar con la familia de uno de ellos –que los viene a buscar en helicóptero, nada menos–, pero el que no puede zafar es Angus Tully (Dominic Sessa), ya que nadie puede avisarle a su familia. Tully ni siquiera tenía pensado quedarse, pero como su madre está recién casada con otro hombre, prefirió pasar las vacaciones solo con él y dejar en banda a su hijo. Rebelde, repetidor, inteligente pero muy buscapleitos, Angus es un problema para Paul, ya que nunca quiere cumplir con lo que le pide y se la pasa escapándose o metiéndose en problemas. Es claro que la convivencia no va a ser fácil.

Y hay un tercer personaje clave allí que es Mary (Da’Vine Joy Randolph), la encargada de la cocina, una mujer afroamericana que ha perdido a su hijo, alumno de la escuela, en la guerra de Vietnam y está tratando, con dificultad, de recuperarse de su más evidente trauma. Es claro que Paul y Angus tienen los suyos, pero esos irán saliendo con el paso de los días, cuando en medio de todos los problemas y peleas la relación entre los dos (bah, entre los tres) empiece a mejorar.

Allí aparecerá el Payne de las salidas a bares, los encuentros incómodos en fiestas, los conflictivos road trips, las confusiones de todo tipo y, de a poco, la apertura hacia el otro y las confesiones más íntimas. Son tres personas muy distintas tanto en lo generacional como en las clases sociales a las que pertenecen, sumado el tema racial en el caso de Mary, algo que ocupa un rol secundario, pero clave. Básicamente que su hijo, que estaba becado en la escuela por el trabajo de ella, fue a la guerra mientras que los padres de los otros chicos de Barton, blancos y ricos, lograron mover influencias y evitarlo. Pero el acercamiento central, el de darse cuenta que son más parecidos de lo que creen, que tienen historias con ejes que se tocan y que pueden conectar más allá de sus diferencias evidentes, se da entre el profesor y su alumno.

Lejos está de presentarse LOS QUE SE QUEDAN –el título en castellano sostiene el doble sentido del original– como un film tipo LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS o tantos otros dramas sobre maestros inspiradores. Pero a la larga el recorrido no es tan distinto. Paul se ha convertido en lo que es por una larga sucesión de pequeñas derrotas y problemas, pero hay una gran nobleza en él escondida tras una apariencia fastidiosa. Su resentimiento va dirigido a aquellos que él considera con mayor poder (económico) que él y a la vez bastante inútiles. Raramente lanzará su fastidio con Mary, con el hombre que limpia las instalaciones o con la gente del pueblo con la que se cruza. Lo de Angus es distinto: es un adolescente que no sabe lidiar con los grandes problemas familiares que tiene y se la agarra casi con todo el mundo.

THE HOLDOVERS es un encantador regreso a lo que mejor Payne sabe hacer luego de la ambiciosa y un tanto extravagante PEQUEÑA GRAN VIDA, de 2017. Ese cine humano y cercano a la gente que todavía conserva esa mezcla de aspereza, humor y gracia que tenían películas de los ’70 como EL ULTIMO DEBER (THE LAST DETAIL) o ENSEÑAME A VIVIR (HAROLD & MAUDE), ambas del gran Hal Ashby. Es una película de escenas notables –una de ellas, la más emotiva, tiene lugar en una pista de patinaje sobre hielo–, con una banda sonora encantadora de clásicos de los ’70 (de Allman Brothers Band a Cat Stevens pasando por The Temptations, además de grupos y solistas actuales, ver abajo) y tres actuaciones impecables, que conectan muy bien entre sí.

Algunos espectadores, quizás los más jóvenes, acostumbrados a otro tipo de ritmos narrativos, la sentirán un poco larga (dura más de 130 minutos) o recién empezarán a engancharse con los personajes cuando el trío protagónico se quede solo, a la media hora del film. Pero la paciencia rinde sus frutos de una manera inesperada, emocionando cuando uno menos se lo espera. Como las películas de la década que homenajea, THE HOLDOVERS no corre, no se apura, respeta los tiempos y las trabas de sus personajes para ir soltándose y conectando con el otro. Y cuando llega a destino termina conmoviendo de una manera más profunda.

La de Payne tiene algo de película navideña un tanto retro que no parece proponer nada nuevo, es cierto, pero es tanto el encanto que posee y tan justo es el homenaje que le hace hasta a los recursos visuales propios de la época (presten atención al uso del zoom o de los fundidos encadenados y ni hablar de la luz invernal capturada en fílmico) que se agradece la dedicación y el cuidado puestos en recuperar ese indescifrable aura que tenía el gran cine de entonces. Uno que, con un poco de esfuerzo y paciencia, se puede recuperar ahora. No hay necesidad de hacer una película retro. Solo basta saber observar al mundo que nos rodea y a la gente que lo habita.