Estrenos online: crítica de «En algún lugar de Queens» («Somewhere in Queens»), de Ray Romano (HBO Max)

Estrenos online: crítica de «En algún lugar de Queens» («Somewhere in Queens»), de Ray Romano (HBO Max)

Ray Romano dirige y protagoniza esta comedia dramática sobre un padre que se obsesiona con que su hijo entre al equipo de basquet de una universidad. Con Laurie Metcalf, Sebastián Maniscalco y Tony Lo Bianco. En HBO Max.

Entre 1996 y 2005, a lo largo de nueve temporadas y 210 episodios, Ray Romano fue Raymond «Ray» Barone, el protagonista de EVERYBODY LOVES RAYMOND, una popularísima sitcom centrada en un periodista de Long Island y su simpática y caótica familia italoamericana. Durante varios años, la serie estuvo en el Top 10 de la TV estadounidense, promediando casi 20 millones de espectadores, y convirtiendo a Romano, hasta entonces conocido como comediante de stand up, en una superestrella. Pese a eso el tipo nunca se movió como tal, manteniendo en su vida pública y privada la misma imagen de tipo campechano, gracioso y popular de la serie.

Muchos años después –su carrera siguió combinando roles en cine y en TV, con papeles en THE BIG SICK y la comedia independiente PADDINGTON, entre otros, además por supuesto del stand up–, Romano hace su debut como director en SOMEWHERE IN QUEENS, interpretando además un papel que conserva muchas características del que lo hizo famoso, pero algunas diferencias: es un tanto mayor, obviamente vive en Queens y además se lo nota un poco más tímido, cansado y menos expansivo. Eso, el tipo se lo deja a los demás. Es decir: a su amplia familia italoamericana, ruidosa como se imaginan.

Leo Russo, su personaje, trabaja en una empresa de refacciones de casas y mudanzas con su padre y sus hermanos, pero está más pendiente de lo que le pasa a su esposa y su hijo. Ella (la gran Laurie Metcalf) está saliendo de un cáncer reciente y su hijo de 18, al que apodan «Sticks» (Jacob Ward), tiene potencial como basquetbolista, pero es un chico excesivamente callado, sensible e introvertido, algo que lo convierte en una rareza dentro de esa familia.

Entre bodas, fiestas y almuerzos de domingo en la casa de la nonna, EN ALGUN LUGAR DE QUEENS presenta su disparador narrativo: «Sticks» tiene la posibilidad de ingresar a una universidad en Filadelfia con una beca deportiva. Ni su esposa ni sus familiares (por allí aparecen notables nombres del mundo «italoamericano» como Tony Lo Bianco y Sebastián Maniscalco) parecen muy movilizados por el asunto: ella porque lo quiere a su lado y ellos porque lo imaginan trabajando en la empresa familiar. Pero a Leo le fascina la idea. Cree que le hará muy bien al chico y, de paso, podrá vanagloriarse de esas conquistas con su familia, que siempre lo miró como «una causa perdida». Sticks, además, está de novio con una simpática chica llamada Dani (Sadie Stanley) que no es italiana, y buena parte del primer tercio del film se va en esos encuentros y choques culturales.

Pero a la hora de la verdad, las cosas se complicarán y Leo tomará una de esas decisiones que se toman en las películas y que, uno sabe de entrada, no hay manera de que no terminen mal. Ya se enterarán al verla, pero lo cierto es que a partir de ahí la comedia se va volviendo por un lado un tanto más amarga y, por el otro, aparecen algunas confusiones o malos entendidos ligados a esa decisión de Leo que involucra a todos los demás. Es que el tipo está tan obsesionado con que su hijo gane la beca de la universidad que actúa sin medir las consecuencias.

En el tercer acto el conflicto saldrá, como era previsible, a la luz y no lo hará de una manera muy sutil que digamos, sino utilizando todas las convenciones del papelón público y el escándalo. Y la película, que hasta entonces había mostrado una relativa economía de recursos bombásticos (aún teniendo mayoría de personajes italianos), cae de lleno en una serie de previsibles clichés y choques, de los graciosos a los emotivos, que recién ahí se sienten un tanto manipuladores.

Hasta ese momento, sin embargo, EN ALGUN LUGAR DE QUEENS lograba mostrarse como una sensible y humana «comedia de barrio», con personajes queribles aún en sus excesos y la inteligencia de un director que prefiere no burlarse de ninguna de sus criaturas y ponerse en la piel de todos ellos, aún los que actúan por motivos egocéntricos. Es que, en el fondo, Leo también es así. Será un padre dedicado y obsesivo que trata de que a su hijo le vaya bien, pero hay algo en ese sacrificio que tiene que ver más con él que con el chico. La película trata, más que nada, sobre la posibilidad de dar ese giro y que pensar en el otro no sea una forma indirecta y disimulada de narcisismo.