Estrenos online: crítica de «Suncoast», de Laura Chinn (Star+)

Estrenos online: crítica de «Suncoast», de Laura Chinn (Star+)

Una madre y su hija tienen una tensa relación ligada a las dificultades de tener que cuidar a un familiar con una enfermedad terminal. Con Laura Linney, Nico Parker y Woody Harrelson. Estreno: 9 de febrero.

Apenas un par de semanas después de su paso por el Festival de Sundance y llevando encima una «marca registrada» propia de las películas que pasan por ahí, SUNCOAST se estrena a través del streaming. Este drama autobiográfico de Laura Chinn tiene muchísimas de las características que popularizaron ese formato indie Sundance de los años 2000, cuyos ejemplos más conocidos quizás sean JUNO o PEQUEÑA MISS SUNSHINE. Es un drama con toques de comedia y algo de coming-of-age que trabaja un tema denso tratado de forma por momentos ligera. Si a eso se le suma un grupo de buenos actores, algunas canciones de la época y una serie de inevitables momentos lacrimógenos sobre el final, el paquete está servido.

No es una mala película SUNCOAST ni mucho menos. Es, de todos modos, bastante menos de lo que prometen sus primeros 20, 25 minutos. Lo primero que sorprende es su look, que imita el grano cinematográfico –casi de vieja polaroid— y una tonalidad amarillenta, propia del interior del estado de la Florida en el que la historia transcurre. Nico Parker, la adolescente protagonista (hija de Thandiwe Newton e idéntica a su madre), es además una excelente actriz, como lo ha demostrado en su breve pero importante rol en THE LAST OF US. Y la acompaña Laura Linney, que no solo es una veterana del indie dramedy, sino una intérprete extraordinaria.

Parker interpreta a Doris, una adolescente que vive con su hermano Max (Cree Kawa) y su madre Kristine (Linney) en una pequeña casa en un pueblo del centro de Florida, en el año 2005. La relación entre ambas es amarga y tensa porque Max sufre una enfermedad terminal que lo tiene postrado permanentemente, en estado casi vegetativo, sin ningún tipo de respuesta física ni verbal. Doris está agotada de cuidarlo y quiere tener una adolescencia «normal» en el colegio al que va. Kristine, en tanto, está frustrada y enojada con el mundo, por lo que la agrede permanentemente, enojada por lo que entiende son deseos banales en función de sus circunstancias.

Todo comienza cuando Kristine acepta llevar a Max a un hospicio, una clínica en la que claramente terminará sus días. La situación la vuelve aún más agresiva –con su hija, con la gente del lugar, con todos los que se cruza– y decide quedarse a dormir ahí con él. La socialmente tímida Doris, sola en la casa, aprovecha para congraciarse con otras chicas del colegio –un contingente prototípico de adolescentes de la época–, ofreciendo el lugar para fiestas y reuniones sociales, más interesada en tener experiencias normales de la edad que pasarse las 24 horas pendiente del hermano y de los enojos de su madre. Pero, claramente, ese «arreglo» no terminará del todo bien.

En paralelo, en una subtrama que seguramente quedó bastante desechada en el montaje final, en el mismo lugar en el que Max está internado hay demostraciones y marchas por Terri Schiavo. Son grupos religiosos y conservadores que están en contra de la eutanasia y ese caso se volvió famoso en esa época por la disputa entre el marido y los padres sobre qué hacer con esa mujer en estado vegetativo. Pero el tema eutanasia en general (y el de Schiavo en particular) queda en segundo plano y apenas es una excusa para presentar a Paul (Woody Harrelson), uno de esos manifestantes callejeros, que termina conectándose con Doris, en una relación que se vuelve de mutua ayuda y comprensión.

Todo lo relacionado a Paul es marginal –parece puesto para justificar la aparición de Harrelson en el film–, ya que lo central pasa por la tensa relación entre la hija y su madre, entre los deseos quizás banales pero comprensibles de la chica que quiere salir y relacionarse con otras adolescentes de su edad, y la frustración de una madre que quiere que la chica esté disponible todo el tiempo para cuidar a Max. Si bien las tensiones entre ambas están bastante bien manejadas (esas escenas son, de hecho, lo mejor que tiene la película), Chinn pierde demasiado tiempo en los conflictos adolescentes que son tan obvios como previsibles: las «amigas» que la usan, la fiesta de fin de curso, el potencial novio, y así.

De todos modos, y pese a usar un tono que se volvió ya un estereotipo y casi un modelo de película, SUNCOAST tiene una cierta nobleza de espíritu y una generosidad con los personajes que no es habitual en el cine contemporáneo. Chinn no demoniza del todo a las amigas de la escuela –es claro que sus problemas no se comparan con los de Doris, pero no las vuelve monstruosas por eso– y deja entrever otras zonas ligadas a las diferencias económicas entre los personajes que lamentablemente no explora lo suficiente. Además, sin llegar a ser nostálgica, la película refleja una época que quizás no sea tan lejana en el tiempo, pero que tiene muchas diferencias. No se usan casi computadoras, los celulares solo sirven para mensajes de texto y los persistentes conflictos de las redes sociales de la última década y media brillan por su ausencia.

Más allá de eso, cuando la película parece que derrapará hacia lugares trillados, son las dos protagonistas las que hacen todo lo posible para evitar los excesos sentimentales. Tanto Parker –un nombre para tener en cuenta– como la experimentada actriz de OZARK sacan adelante las esperables escenas de confrontación y posible reconciliación ante una densa y dramática situación como la que viven con toda la inteligencia emocional de la que son capaces. Superadas las desventuras medio banales propuestas por el guión, al final son una madre y una hija que tienen que lidiar con uno de los más duros y difíciles momentos de sus vidas.