Estrenos: crítica de «El viento que arrasa», de Paula Hernández

Estrenos: crítica de «El viento que arrasa», de Paula Hernández

por - cine, Críticas, Estrenos
18 Mar, 2024 07:32 | comentarios

Adaptada de la primera novela de Selva Almada, la nueva película de la directora de «Los sonámbulos» se centra en un pastor religioso y su hija enfrentados a una situación inesperada. Con Alfredo Castro, Sergi López y Almudena González.


—Tapioca es mucho más que una buena persona. Es un alma pura.
Ese muchacho está destinado a Cristo.
—Déjese de pelotudeces.

«El viento que arrasa», de Selva Almada

Hay varios géneros que se combinan en EL VIENTO QUE ARRASA, la nueva película de Paula Hernández basada en la novela homónima de Selva Almada. Es un coming of age en el que una adolescente tiene que lidiar con una transición clave en su vida que la puede hacer romper con su pasado. Es una especie de road movie, en la que un padre y una hija viajan a través de rutas un tanto inhóspitas, en un modo que puede hacer recordar –pero acá sin picardía y con poco humor– a LUNA DE PAPEL, de Peter Bogdanovich. Y es también un drama religioso, en el que un pastor confronta y se confronta con el mundo a partir de las situaciones y las personas con las que se encuentra en el camino.

Leni (Almudena González) se dedica a viajar con su padre que «predica la palabra» de Cristo, o algo por el estilo. El Reverendo Pearson (el chileno Alfredo Castro) es un hombre convencido de su misión evangelizadora y recorre zonas bastante despobladas –la película se filmó en gran parte en el Uruguay; la novela va de Entre Ríos a Chaco– con sus sermones y su apasionada verborragia a cuestas. Leni está en ese momento de su vida en el que empieza a cuestionarse cosas respecto a qué hace allí, a quién es realmente su padre, a algunas cuestiones del pasado familiar y al hecho de tener ciertos gustos y hasta deseos que no se condicen demasiado con lo religioso.

La historia –y la película– cambian radicalmente cuando el auto en el que viajan se rompe y tienen que parar en lo de un mecánico en el medio de la nada. El Gringo Brauer (el catalán Sergi López) es un hombre hosco, seco y cara de pocos amigos. Junto a él está el «Chango» Tapioca (Joaquín Acebo), un adolescente también, un chico simple y trabajador que ayuda al Gringo. A lo largo de la jornada el Reverendo se acercará al joven desde su lado pastoral, pese a la negativa del Gringo que de creyente no tiene nada (“La religión, creía él, era una manera de desentenderse de las responsabilidades”, escribe Almada). Y así, mientras pasan del día a la noche, las relaciones y las tensiones entre los protagonistas van creciendo y volviéndose más densas y hasta peligrosas.

EL VIENTO QUE ARRASA es un enfrentamiento entre dos hombres pero más aún entre dos visiones del mundo. La más realista del Gringo y la mística de Pearson. Tanto la novela como la película evitan hacer del pastor una figura para el ridículo o el típico tránsfuga tan usual a este tipo de relatos. A su manera –un tanto irritante, es cierto–, el Reverendo es un hombre de fe, convencido de lo que hace. Y cuando cree ver en Tapioca a un chico puro, acaso a su sucesor (su hija está empezando a pensar en otro tipo de vida), se movilizará para atraparlo con sus metáforas de cielos, infiernos y salvaciones.

En el medio estará la tormenta –todo relato con reminiscencia bíblicas amerita una tormenta– una buena cantidad de alcohol mientras el punto de vista de Leni sobre las cosas que se observan cobrará más y más peso. Hay asuntos del pasado que se desconocen –la película elude la gran mayoría de los flashbacks que hay en la novela y cambia varias cosas–, pero es evidente que, más allá de la admiración que pueda tener por el trabajo o la pasión de su padre, la chica preferiría estar con sus auriculares escuchando música contemporánea y no himnos religiosos.

Se trata de una película ajustada, pequeña, que en cierto sentido podría llevarse también al teatro, aunque allí no se apreciaría tanto todo ese mundo casi táctil que rodea a la historia: el viento, la lluvia, los motores malsonando, los olores del taller mecánico y así. El apoyarse tan fuertemente en las sensaciones y en los detalles audiovisuales le permite a Hernández encarar de una manera más lateral, desde un nuevo ángulo tal vez, un tema que es central a su obra: las relaciones familiares, especialmente la de padres y madres con sus hijos e hijas.

Más aún que en sus otras películas, la realizadora de LOS SONAMBULOS se detiene en el ambiente, en las miradas, en todo aquello que no se expresa verbalmente. Sabe que es una historia, en términos cinematográficos al menos, «chiquita», pero sus connotaciones y los mundos a los que se abre son amplísimos. Y en esa pelea masculina y generacional por el corazón y el alma de estos dos chicos confundidos y en proceso de crecimiento, tal vez se esté contando una historia mucho más grande y esencial.