Estrenos: crítica de «Elda y los monstruos», de Nicolás Herzog

Estrenos: crítica de «Elda y los monstruos», de Nicolás Herzog

Este film es un retrato de Diego/Elda, un joven cuya identidad fluctúa permanentemente y su grupo de amigxs con los que comparte su banda de música pop y su vida. Estreno: 7 de marzo.

Ese espacio transicional, o transitivo, que existe entre lo documental y lo ficcional se cruza, o juega un infinito juego de espejos enfrentados, con el tema de la nueva película del realizador de LA SOMBRA DEL GALLO, uno que está ligado a las transiciones de género, de identidad y, si se quiere, a ese movimiento similar que existe entre estar abajo y arriba de un escenario, convertirse en personaje de uno mismo.

Todo eso es Diego o Elda (Diego Detona es el nombre que figura en los créditos), dependiendo el momento, el ánimo o las dudas que el protagonista tenga respecto a cómo denominarse a sí mismo. En algún punto lo que buscan es la posibilidad de una fluidez que escape a las definiciones binarias clásicas. Es Diego, es Elda, es una star pero también un chico tímido, para algunos agresivo y para otros, simplemente, un docente de Concordia, Entre Ríos.

No es para nada casual que, cuando se sube al escenario, Elda tome las características de una estrella glam, cercano a un David Bowie local (Federico Moura es una referencia que se escucha en la banda sonora), con atuendos brillantes y una presencia escénica deudora de las divas del pop y el rock. Pero ELDA Y LOS MONSTRUOS no es solo sobre ellos sino también sobre las amigas y amigos que los acompañan: sus relaciones familiares, sus miedos, sus deseos, sus fracasos amorosos y así. Promediando la película ese grupo de amigos y músicos emprenderá un viaje a modo de peregrinación al altar de una asesinada mujer trans que se conoce como La Muda. Recorrido en el que irán acercándose más y buscando respuestas a tantas preguntas.

ELDA Y LOS MONSTRUOS es un cruce de todo tipo de géneros. Y uno de ellos tiene que ver con la forma en la que se presenta el relato. Acá, de vuelta, lo que prima es la falta de definiciones. ¿Se puede hablar de un documental cuando alguien hace de su vida una performance permanente? ¿Quién o qué es real cuando de un momento a otro los protagonistas cambian su manera de presentarse y cómo se autoperciben?

Nicolás Herzog entiende muy bien que esos cruces, que incluyen las muy buenas performances musicales de la banda (ver banda sonora abajo), constituyen el relato en sí: la historia de un grupo de amigxs, de jóvenes que no necesariamente buscan encontrar su identidad como algo inamovible, sino que abrazan todas las posibles y al mismo tiempo. No estaría mal que el cine, que usa y abusa de definiciones demasiado estrictas respecto a otro tipo de géneros, se pensara a sí mismo así también.