Estrenos: crítica de «Love Life», de Kōji Fukada

Estrenos: crítica de «Love Life», de Kōji Fukada

por - cine, Críticas, Estrenos
19 Mar, 2024 11:09 | Sin comentarios

En este drama japonés, una tragedia familiar destruye la precaria estabilidad de un matrimonio dando pie a la reaparición de figuras del pasado en sus vidas. Estreno: 21 de marzo.

El drama familiar japonés es un género que, más allá de las diferencias específicas –narrativas y formales– que se manifiestan en la obra de cada director, parece seguir ciertos parámetros tradicionales, casi clásicos. En ese sentido, LOVE LIFE, la nueva película de Kōji Fukada, tiene algunas similitudes con la obra de Hirokazu Kore-eda, por citar a un director claramente identificado con un tipo de cine y de historias que involucran las ambigüedades y complejidades de los lazos familiares, en algunos casos forzadamente ensamblados.

En más de un sentido LOVE LIFE, pese a su engañoso título, es una historia de ese tipo de familias, o de cadenas románticas y paterno-filiales que van más allá de lo inicialmente pensado. Y es, a la vez, una película acerca de una tragedia y de las consecuencias que eso tiene en toda la gente alrededor de ese hecho. Con quizás algún giro de más en su recorrido narrativo y en sus idas y vueltas emocionales, la película del director de A GIRL MISSING logra ser conmovedora respetando las inconsistencias, zonas oscuras y limitaciones de sus tres protagonistas principales. Un poco como la reciente PAST LIVES –con la que tiene algunas coincidencias narrativas– no necesita armar un sistema de héroes y villanos para convencer. Cada uno, como dice la frase, tiene (o cree tener) sus razones para actuar como actúa.

La protagonista es Taeko (Fumino Kimura), una mujer que vive con su reciente marido Jiro (Kento Nagayama) y su hijo de seis años Keita (Tetta Shimada), un chico muy simpático –y talentoso jugador de Othello, un juego de mesa tipo Damas también conocido como Reversi–, que tuvo con su anterior marido, quien los abandonó hace ya tiempo. Eso es lo que motiva una de las tensiones que existen en la familia, ya que los padres de Jiro (el padre, especialmente) no terminan de aceptar que su hijo se haya casado con ella y no tener un «nieto propio». También aparece en el mapa una tal Yamazaki (Hirona Yamazaki), ex novia de Jiro, que sigue en contacto con él pero cuya existencia Taeko desconoce.

Pero la tragedia aparece inesperadamente (Nota: esto para algunos quizás cuente como SPOILER, pero sucede a los 20 minutos de la película y todo lo posterior depende de eso) cuando el pequeño Keita se resbala en una bañadera, se golpea la cabeza y muere en el acto. En medio del dolor familiar –de Taeko, especialmente, ya que ella tiene la sensación de que a los demás no les pasa lo mismo– aparece inesperadamente en el funeral el padre de Keita, Park (Atom Sunada), un hombre de origen coreano, sordomudo, que se acerca a Taeko y le estampa una violenta bofetada en el rostro. Pronto veremos que el tal Park es prácticamente un homeless y que terminará precisando de la ayuda de Taeko –que trabaja además como asistente social– para arreglárselas.

De ahí en más la película ahondará en las relaciones cruzadas que se van dando entre los personajes. La tragedia y algunas revelaciones acercan a Taeko con su ex marido mientras que Jiro, que deja la ciudad unos días para ayudar a sus padres en su mudanza, se reencuentra con Yamazaki. Son conexiones más emocionales que íntimas –al menos eso da a entender la película–, ya que la dupla protagónica no solo empieza a distanciarse entre sí sino que cada uno de ellos se va dando cuenta que tienen más cosas en común con sus respectivos «exes». Taeko y Park comparten el dolor por su hijo fallecido y pueden comunicarse mediante lenguaje de señas, mientras que –en una trama que queda en segundo plano–, Jiro parece lograr soltarse con su ex de un modo que no puede con su atribulada esposa, que se vive culpando por lo que sucedió.

LOVE LIFE tendrá un par de giros más, que pueden parecer un tanto forzados (o algo caprichosos) pero que funcionan a la hora de presentar este tortuoso mapa de relaciones que se va extendiendo aún más. En un tono calmo, clásico de este tipo de relatos (en la banda sonora suena una típica melancólica melodía en piano y violines), pero con algunos inesperados apuntes cómicos, Fukada observa a estos personajes mientras se dejan llevar por impulsos, se equivocan, toman decisiones controvertidas y tratan de encontrar, cada uno a su manera, alguien que los sostenga emocionalmente. Park puede haber abandonado a Taeko y a su hijo, pero ella sabe que es el único que entiende y quizás comparte lo que le pasa. Y Jiro no sabe bien cómo reaccionar ante la idea de que este hombre empiece a ser parte de sus vidas.

Detalles de la puesta en escena –el uso de reflejos de sol en las ventanas de departamentos enfrentados entre sí, el hecho de que Jiro no puede mirar a nadie a los ojos y cómo Taeko está obsesionada con que nadie toque el último juego de Othello de su hijo, a punto de arriesgar su vida para cuidar ese tablero de metafóricos movimientos– van llenando de apuntes y sutilezas un relato que se mete en la inestabilidad y en el descuido emocional que aparece cuando las personas atraviesan situaciones trágicas o inesperadas. Nadie hace, necesariamente, lo que debería hacer en esta historia. Hacen lo que pueden, lo que les sale. Ya lidiarán después, si es que pueden, con las consecuencias.