Estrenos online: crítica de «Alex Jones: una guerra contra la verdad» («The Truth vs. Alex Jones»), de Dan Reed (Max)

Estrenos online: crítica de «Alex Jones: una guerra contra la verdad» («The Truth vs. Alex Jones»), de Dan Reed (Max)

Este documental se centra en el juicio a un controvertido conductor radial que promueve, entre muchas otras cosas, la teoría conspirativa de que una violenta masacre de niños en una escuela de Estados Unidos nunca sucedió. Estreno de Max.

Las teorías conspirativas han existido desde siempre, pero desde que se popularizó internet –y los foros, las redes sociales y otras formas de comunicación online entre particulares– el fenómeno ha explotado a niveles estratosféricos. En la Argentina, específicamente, han habido muchas (prefiero ni mencionarlas porque todo ahora puede volver con mucho más fuerza que antes), pero es un tema que por lo menos hasta la pandemia no se le prestó la suficiente atención. En los Estados Unidos, en cambio, ha alterado casi por completo la vida del país. Y lo que empezó, quizás, como un pasatiempo online compartido entre individuos, ha pasado a ser la forma en que gran parte de ese país se maneja, por lo menos desde la presidencia de Donald Trump.

El conductor radial Alex Jones puede ser una persona poco conocida para los que no viven en ese país, pero es una figura clave a la hora de entender el surgimiento de esas teorías conspirativas y, sobre todo, de las nuevas derechas «rebeldes», las que se presentan combatiendo las «elites» (lo que acá el presidente Javier Milei, que parece haber basado su modelo comunicacional en tipos como Jones, llama «la casta») y cuestionando, sobre todo, la veracidad de lo que proponen los medios tradicionales que siguen, según esta misma teoría, algo así como «una agenda globalista» y mienten todo el tiempo (eso acá lo proponen, por distintos motivos, casi todas las fuerzas políticas).

Eso ya de por sí sería conflictivo a la hora de poder establecer unos parámetros básicos acerca de qué es verdad y qué no. Pero Jones le agrega un elemento extra, más cercano al «terraplanismo» o a ese tipo de explicaciones absurdas acerca del funcionamiento del mundo. Y ALEX JONES: UNA GUERRA CONTRA LA VERDAD se mete de lleno en uno de los casos más bestiales y reveladores de los efectos dañinos que puede tener crear teorías conspirativas sobre cualquier cosa. En este caso: el asesinato de veinte niños de primer grado que tuvo lugar en la Escuela Sandy Hook, en Newton, Connecticut, el 14 de diciembre de 2012.

Desde su canal infowars –ya el nombre es bastante revelador–, Jones se ha dedicado desde entonces a considerar que esa masacre no existió, que fue falsa, inventada, que es una puesta en escena armada entre, aparentemente, un inmenso grupo de personas damnificadas, la prensa y, uno imagina, las autoridades locales, nacionales y vaya uno a saber quién más. No es que cuestiona su tamaño o ciertos detalles sino su propia existencia: habla de actores, de guiones escritos, de turbios arreglos. Jones tiene dos objetivos con esto. El primero y en apariencia principal es cuestionar cualquier hecho que lleve a pensar que tenga que existir un control en el uso de armas, algo a lo que se opone tanto él como su numerosa audiencia.

Pero el principal es otro y mucho más simple: rating. O, dicho de otro modo, suficientes visitantes que compren los suplementos vitamínicos y dietarios –entre otros productos– que vende a través de su canal. Este tipo de «segmentos informativos» han probado ser muy exitosos con su audiencia y son los que más «caja» le generan. El problema es que del otro lado hay personas, familias que perdieron a sus hijos, una comunidad entera que ha sufrido una masacre y que luego, a lo largo de años, ha visto cómo se burlan de ellos y ha soportado que los millones de seguidores de Jones los trataran de mentirosos, de secta asesina y los condenara a soportar agresiones a lo largo de los años.

El film de Dan Reed, director de LEAVING NEVERLAND –el documental centrado en las acusaciones de pedofilia a Michael Jackson–, toma como eje los juicios que estas familias le hicieron en distintas instancias a Jones y cómo ese hecho va revelando el funcionamiento no solo de su «empresa» sino del fenómeno de las teorías conspirativas. Pero más que nada es un doloroso y fuerte alegato por conservar algo así como la decencia, la humanidad y una mínima idea de responsabilidad civil y social a la hora de comunicar hechos. Es que, si bien es cierto que todo se analiza desde la subjetividad, hay datos objetivos y personas dañadas que no se pueden pasar por alto.

El film recorre los inicios de la carrera de Jones, recuerda la dramática masacre, presenta a los distintos familiares de los niños que allí fallecieron y detalla cómo el conductor va poniendo en duda todo lo que sucede después del hecho, cuestionando cada información, cada video (habla de actores, de efectos especiales, cromas) y encontrando esos hilos ridículos de los que siempre tiran los que promueven este tipo de teorías y que muchos oyentes/espectadores «compran» (en un momento se revela que el 24% de la población cree que la masacre es falsa). Y luego vendrán los juicios por calumnias y difamaciones que se le hicieron a Jones, un personaje casi grotesco que no parece mostrar, salvo cuando le conviene, signos de arrepentimiento.

El caso que Reed presenta, más que nada a través de las imágenes y los testimonios (los juicios en sí fueron filmados in situ, lo que le agrega un enorme dramatismo y, sí, veracidad a los hechos), es clarísimo y contundente: con tal de mantener su «empresa» y ganar dinero, Jones y muchos otros conductores y presentadores de medios –no podría llamarlos periodistas– mienten descaradamente, deforman la verdad, destrozan las vidas de personas sin reparo alguno. Si bien Reed no pone tanto el acento en el costado ideológico del asunto, es un ángulo importante ya que el tipo de comunicación establecida por tipos como Jones hoy se ha convertido en moneda corriente.

Ver el documental es también entender cómo este estilo de comunicación que alguna vez fue marginal hoy se ha colado en el periodismo más tradicional, el que siempre ha abogado por apegarse en la medida de lo posible a la objetividad y a la verdad de los hechos más básicos. Ya no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo. En Argentina, conductores como Jones hay en todos lados y hasta canales enteros que fueron más o menos «serios» hoy funcionan con este formato agresivo, violento, mentiroso, más parecido al de una secta que a cualquier cosa que se llame periodismo. Y tipos con personalidades como la de Jones –y con discursos no muy diferentes– se han convertido en presidentes en base a mentiras, medias verdades, teorías conspirativas y sin pensar jamás que del otro lado hay gente que sufre las consecuencias de sus dichos y sus actos.