Estrenos online: crítica de «El juego bonito» («The Beautiful Game»), de Thea Sharrock (Netflix)

Estrenos online: crítica de «El juego bonito» («The Beautiful Game»), de Thea Sharrock (Netflix)

Esta comedia dramática británica se centra en las historias de los jugadores y del técnico del equipo inglés que juega la Copa Mundial de fútbol para Homeless. Estreno de Netflix.

Con buenos sentimientos no alcanza para hacer una buena película. Es un gran elemento a tener en cuenta, de eso no hay dudas y más aún es estos tiempos tan crueles, pero no hay manera de contar una buena historia si lo único que se propone es que la gente se sienta bien y se emocione un poco al final. Eso es un poco lo que sucede con EL JUEGO BONITO, una película humanista y sensible pero demasiado pobre en casi todos los demás sentidos. En algún punto la mejor manera de verla es como si fuera un film para niños. Pero ni aún así rinde. A su lado, hasta TED LASSO parece un complejo drama para adultos.

La historia real por detrás seguramente es mucho más interesante que lo que aquí se cuenta y uno la aprecia mínimamente, como suele ser en estos casos, con imágenes que se ven junto a los créditos finales, imágenes que al menos prueban que el escenario estaba bien reconstruido por los directores de arte del film. THE BEAUTIFUL GAME es una película sobre la Homeless World Cup, una copa mundial de fútbol entre países cuyos jugadores son personas sin hogar (o «en situación de calle», como se le dice ahora) que forman equipos, en general, gracias a la ayuda social y en refugios públicos.

El eje pasa acá por el equipo inglés. Como todo está exageradísimo para empujar el tono cómico de su propuesta, los británicos apenas pueden patear una pelota con mínima dignidad. Son equipos de cuatro personas (arquero y tres jugadores de campo) y acá ninguno parece tener mucha idea de nada. Cuando están practicando, Mal, el técnico del equipo, un reconocido veterano entrenador del fútbol local (un curiosamente muy elegante Bill Nighy) observa a un joven jugando con unos chicos y lo invita a ser parte del equipo. Vinnie (Micheal Ward) no quiere saber nada porque dice no ser homeless pero pronto vemos que vive adentro de un auto, separado de su mujer, con la que tiene una hija.

Finalmente, Mal convence a Vinnie de ser parte del equipo y viajar con ellos a Roma a jugar el mundial en cuestión. Pero Vinnie no se siente cómodo en esa situación ya que no le gusta verse a sí mismo como homeless y, mucho menos, jugando con esos simpáticos pero muy torpes compañeros. Es así que no vive con ellos y tiende a querer resolver los partidos solo, lo que le permite por lo general ganarlos pero no integrarse al grupo. Y así, mientras cada uno de ellos va teniendo alguna historia en paralelo (de amor, familiar, política), la película presenta a jugadores y jugadoras de otros equipos que serán relevantes en la historia: los simpáticos sudafricanos con su carismática entrenadora, los simpáticos japoneses con su intensa entrenadora y las estadounidenses, que tienen una muy promisoria jugadora.

A partir de eso, mientras una serie de partidos se resuelven como si estuvieran filmados para un video en el que se quiere mostrar como un chico que cumple años juega al fútbol con sus amigos, va evolucionando el torneo y complicándose la relación de Vinnie con casi todos los demás. Lo más interesante que la película podría contar es su historia previa, parte de la cual se revela sobre el final. Uno se queda con la sensación de que esa película sería mucho mejor que EL JUEGO BONITO. Pero es poco lo que se la explora acá porque muestra un lado un tanto oscuro del deporte profesional, tema en el que el guión prefiere no entrar.

Lo que quedará entonces es un cuentito muy ñoño de resiliencia, unidad y compañerismo que ni siquiera genera la casi obvia emoción que un relato de este tipo debería generar. La Homeless World Cup es seguramente un esfuerzo muy noble y valorable –y que se haya hecho una película para dramatizar y humanizar sus historias es también valioso– pero un poco más de trabajo en su guión y, bueno, en todo lo demás, podría haberla convertido en algo un poco más disfrutable. Es que, así como está, uno tiene la impresión que muchos participaron del proyecto para pasarse unas vacaciones en Roma y no mucho más. Nighy, de hecho, parece querer terminar de filmar sus escenas para irse a cenar a algún buen restaurante sin siquiera tener que cambiarse.