BAFICI 2024: críticas de «La odisea de Kamatsu», de Leo Liberman y Sofía López Mañán, y «Sola en el paraíso», de Justina Bustos y Victoria Comune
Un documental sobre una familia japonesa radicada en la Argentina y otro sobre la actriz que pasó un mes de cuarentena en un hospital en la Isla Mauricio se suman a la cobertura del BAFICI.
LA ODISEA DE KAMATSU, de Leo Liberman y Sofía López Mañán. El «orientalismo» –o aquí, más precisamente, el «japonismo»– consiste en una serie de estereotipos, lugares comunes, clichés y prejuicios que caracterizan esa otredad que para buena parte de Occidente existe en las culturas asiáticas en general y en la japonesa en particular. Esos estereotipos pueden tener connotaciones negativas o, como aquí, positivas, pero no dejan de ser eso: preconceptos, ideas armadas en base a un reduccionismo cultural que transforma cualquier tipo de expresión nacional en una serie de datos precisos: vestuario, comidas, costumbres, tradiciones, figuras icónicas, relaciones entre las personas y así.
Los directores de LA ODISEA DE KAMATSU parecen haberse acercado a su personaje principal –un hombre japonés que llegó a la Argentina en la década del ’70 suponiendo que aquí existían algo así como «huevos verdes»– con toda esa carga estereotípica. O al menos eso dice la voz en off, que intenta dar a entender la sorpresa por la diferencia entre lo que esperaban encontrarse y lo que finalmente se encontraron. Apoyándose en todo tipo de lugares comunes sobre lo que sería el «ser japonés», a los realizadores le sorprende toparse con una familia que, sí, mantiene algunos hábitos, tradiciones y comidas pero que, en muchos otros aspectos, se ha «argentinizado» bastante.
La película –que está en la competencia internacional– va de eso y no mucho más. Mientras se cuenta la historia de Kamatsu y de su familia de un modo bastante desorganizado y caótico –sus hijos han nacido aquí, uno toca en una banda punk, ni siquiera habla japonés y, supuesto horror para un asiático, no es puntual–, la voz en off no cesa de sorprenderse de que coman milanesas o que no usen kimonos para vestirse, entre muchos otros choques entre las expectativas puramente orientalistas y una realidad en la que la asimilación de hábitos y costumbres locales han creado un sincretismo a partir del encuentro cultural.
Recién en una boda familiar que se hará en Japón los directores parecerán encontrar su objeto de estudio: todo ese compilado de estereotípicas tradiciones aparece ahí (es una boda y hasta para los que participan es todo una gran puesta en escena) y es mostrado por ellos con cuidado, tiempo y cariño, como si no pudieran asumir del todo que ese cúmulo de símbolos no sea hoy representativo de la vida de un japonés. Y no lo es. Ni en Japón ni en Argentina y quizás en ningún lado del mundo.
SOLA EN EL PARAISO, de Justina Bustos, Victoria Comune. La complicada, difícil experiencia que vivió la actriz argentina Justina Bustos, quien estuvo en cuarentena por Covid durante más de un mes en un hospital desolado de la Islas Mauricio –en el sudoeste del océano Indico, cerca de Madagascar, en Africa– es la que rescata este documental/ensayo codirigido por la propia actriz. Todo empieza con buenas noticias: Bustos es elegida para actuar en una comedia española llamada AMOR DE MADRE (está disponible en Netflix) que se hará en esa paradisíaca isla turística, por lo que la vemos festejar y emocionarse en cámara. Tras un larguísimo viaje y poco después de llegar a un lujoso hotel donde espera vivir una gran experiencia, Bustos da positivo por Covid y, como corría mediados de 2020 y la enfermedad era desconocida, termina en un hospital y queda separada de todos allí.
La película contará el mes y algo que la actriz de VOLEY pasó en ese lugar, sin poder salir, acompañada durante un buen tramo por la actriz española Yolanda Ramos y tres mujeres de origen indio. Si bien Bustos nunca tuvo síntomas –jamás se la ve toser, en cama o con fiebre–, se le impidió salir hasta que diera negativo su test. Y nunca daba. Comiendo arroz, tomando agua y «volviéndose cada día más loca» –tristeza, frustración, bronca–, Bustos tiene la cámara de lo que parece ser su teléfono para registrar lo que pasa y descargar allí sus angustias, miedos y tensiones.
A esos registros del lugar –a los doctores apenas se los ve de lejos, cubiertos de pies a cabeza en plan astronauta, como se acostumbrara entonces– la película le agregará algunas escenas filmadas luego que ejemplificarán ciertas situaciones o sensaciones vividas por la actriz, la grabación de la voz en off, imágenes de la vida de Bustos, y algunos juegos actorales con un par de colegas en los que la actriz completará el panorama de lo registrado en el lugar, entre otras cosas que pasaron antes y después, sacando a la luz también un envidiable manejo de acentos y de algunos idiomas.
La película no intenta proveer contexto ligado a la enfermedad o a la situación mundial durante ese aciago 2020 (de hecho, la relación entre el rodaje y la «internación» tuvo más giros que los que se ven acá) sino ser un reflejo de una experiencia, de un aprendizaje y, en una segunda instancia, una forma de la actriz de procesar lo que pasó, lo que no pudo hacer (quedó muy poco de ella en la película que fue a filmar, aparentemente) y lo que termina generando en su propia película. Imposibilitada de expresarse en condiciones normales, Bustos le encuentra la vuelta al mal momento vivido sacando a la luz su talento y condiciones expresivas por su cuenta. Una gran opción en lo personal y terapéutico. Y una experiencia que vale la pena ser compartida.