Estrenos: crítica de «Tokyo Shaking», de Olivier Peyon
Este drama de suspenso se centra en lo que le sucede a una gerente de un banco francés en Tokio cuando sucede el terremoto y el tsunami de 2011. Estreno en cines: jueves 4 de abril.
El título es elocuente y se corresponde con la realidad, pero puede resultar confuso a la hora de entender qué película es TOKYO SHAKING. Es que, así presentada, uno imagina un film de acción, una película catástrofe, algún tipo de relato de suspenso ligado a un desastre natural. Y si bien eso forma parte de la película, lo que verán aquí más que nada es un drama francés –tenso, pero drama al fin– que no tiene mucho de acción ni de espectáculo, salvo el que los protagonistas ven por televisión. Dirigida por Olivier Peyon, la película cuenta la historia de lo que pasó en un banco francés en Tokio cuando, en 2011, tuvo lugar un terremoto seguido por un tsunami y luego por la destrucción de un reactor nuclear.
Karin Viard interpreta a Alexandra, ejecutiva de una banca de inversión que acaba de mudarse a Tokio para ser parte de la filial local de su compañía multinacional. Estando allá –y mientras su familia va arribando a la ciudad desde Hong Kong, su posta anterior– se da cuenta que el banco tiene que hacer recortes de personal, lo que implica echar a un pasante muy eficiente al que adora, un congolés llamado Amani (Stéphane Bak). Pero cuando todo parece seguir los lineamientos de un drama sobre ejecutivos bancarios, el piso empieza a moverse y el edificio a temblar. Todos quedan shockeados.
Pero eso es solo el principio ya que luego de esos segundos de terremoto llega un gigantesco tsunami con olas de varios metros que destrozan partes enteras de la ciudad. Y cuando eso parece empezar a calmarse, llegan las noticias que la central nuclear de Fukushima fue alcanzada por estos episodios y corre el riesgo de transformar todo en un nuevo Chernobyl. Esa continuidad de desastres está vista y contada desde la perspectiva de Alexandra, que debe lidiar con un marido que está afuera de Japón y quiere que se vaya inmediatamente, sus hijas, su perro, su responsabilidad profesional, las falsas promesas de sus jefes de sacarlos a todos de ahí y sus empleados locales (y Amani) que por distintos motivos tienen que quedarse y enfrentar la aparentemente inminente llegada de la contaminación radioactiva de la planta.
Peyon se centrará más que nada en los dilemas éticos y personales de la protagonista, la que por momentos quiere dejar todo e irse con su familia, pero que a la vez trata de calmarse y pensar que nada sucederá. Algunos en el banco se quieren quedar para hacer negocios en plena destrucción. En medio de la desesperación que la rodea y con gente tomando decisiones muy distintas, lo que finalmente termina encerrando en la duda a Alexandra es si debe cuidar su seguridad personal o si, como «capitán de barco» que se hunde, debe quedarse junto a los que están atrapados sin poder salir de Tokio.
Si bien la película tiene escenas de tensión y suspenso –especialmente por noticias de desastres, vuelos cancelados y cosas así–, TOKYO SHAKING funciona más que nada como un retrato de una persona involucrada en una situación límite. Dayan no busca convertir al film en una clásica historia de redención moral –el personaje es muy ambiguo y contradictorio para caer en esos simplismos–, pero sí se pone a analizar lo que pasa cuando situaciones desesperantes sacan muchas veces lo peor de las personas o las sociedades. En otras, sacan lo mejor… pero son las menos.