Series: crítica de «Bellas artes», de Mariano Cohn, Gastón Duprat y Andrés Duprat (Star+)

Series: crítica de «Bellas artes», de Mariano Cohn, Gastón Duprat y Andrés Duprat (Star+)

Un veterano gestor cultural es elegido para dirigir un museo de arte moderno en Madrid y debe lidiar con una serie de problemas causados por artistas, empleados y militantes. Con Oscar Martínez. En Star+.

En la presentación de la serie BELLAS ARTES que se hizo en España, la dupla Mariano Cohn y Gastón Duprat (EL HOMBRE DE AL LADO, EL CIUDADANO ILUSTRE) fue consultada por su opinión respecto a la situación que vive el cine argentino. En lugar de solidarizarse o, al menos, enviar un mensaje de tono conciliador respecto al conflicto, los realizadores se mostraron bastante de acuerdo con el freno radical que se ha puesto a la producción de cine ya que, cito, la gestión viene de «años y décadas de desidia, de mal manejo y de una administración pésima –dijo Duprat–. De corrupción, nepotismo, amiguismo. Lo cierto es que ahora el cine está paralizado. No hay producciones en la Argentina, pero no es por culpa de (Javier) Milei. El desastre se cocinó mucho antes”. No contentos con estas declaraciones, los realizadores se las arreglaron además para conseguir que se cambiara el texto de una nota publicada en un periódico que los criticaba por su «falta de solidaridad» con el cine argentino.

Más o menos eso es Antonio Dumas (Oscar Martínez), un tipo egoísta, miserable, que desconoce cualquier cosa que se parezca a la solidaridad, a la empatía, al cariño por el otro (incluyendo a sus familiares) y, fundamentalmente, alguien sin ningún tipo de humor. Uno podría decir que Larry David en su serie CURB YOUR ENTHUSIASM era lo mismo, pero hay una enorme diferencia: Larry siempre fue un cascarrabias querible, simpático, un incómodo social que se metía en problemas por su incapacidad de aceptar las reglas que no le parecían justas, sea de instituciones, de un club de golf o un restaurante. El caso de Antonio es diferente. Por lo general su odio está puesto en los jóvenes, en las minorías (raciales, de género, inmigrantes), en el progresismo y en las falsedades del mundo del arte en general.

Por alguna razón inexplicable –no parece ser la persona que uno elegiría para ese cargo–, Dumas ha sido seleccionado como director del Museo Iberoamericano de Arte Moderno de Madrid (MIDAM) por sobre dos candidatas políticamente correctas que representaban a minorías y diversidades (una negra, la otra no binaria), hablaban con lenguaje inclusivo y tenían todos los típicos clichés del artista o curador joven, moderno y «progre». El serio y rancio Dumas se burla de ellas, del proceso de selección y, sin embargo, queda elegido para el cargo. ¿Será que convenció a los jurados con su discurso victimizándose por ser “viejo, hombre, blanco, de ascendencia europea y heterosexual”?

Pero no es que Dumas tiene que lidiar con ricachones pretenciosos, artistas millonarios y otros clichés del mundo de diletantes que rodea a veces al arte. Salvo la Ministra de Cultura y un artista protegido de ella (José Sacristán), que son acaso más rancios que él, los enemigos de Dumas son los artistas jóvenes que proponen obras que a él le parecen una estupidez, sea poner un enorme pez muerto atrapado en una red en una sala para criticar la pesca furtiva, los artistas que se hacen pasar por «indígenas» cuando no lo son, un grupo de africanos que montan una obra en una sala del museo y no se quieren ir de ahí y, fundamentalmente, un grupo de jóvenes activistas que se la pasan vandalizando una escultura porque su fallecido autor, aseguran, era violento con las mujeres y, por ende, está cancelado.

Dumas no es un dechado de virtudes tampoco y esto, al menos, los creadores lo reconocen. Fue un padre y es un abuelo ausente (en un episodio tiene que pasar el día con su nieto y le resulta una tarea insoportable), tiene también algo de «viejo verde» (la única obra que dice que le gusta la hace una artista a la que se quiere coger), pero da la impresión que sus vicios no invalidan sus posturas. Aquí, si bien existe una mirada crítica sobre su accionar, es evidente que el resto de sus opiniones y comentarios representan el sentir de los autores. En un sentido, BELLAS ARTES trata de imitar, bastante mal, el estilo del cine de Ruben Ostlund (TRIANGULO DE LA TRISTEZA y especialmente THE SQUARE) en su crítica al mundillo pretencioso que rodea al arte. Pero las películas del sueco tienen algo de humor e ingenio y, además, agreden y se burlan de todos por igual.

Aquí no es así. Dumas tiene especial encono por sus empleados sindicalizados que siempre están quejándose de algo y el episodio de los artistas africanos es casi modélico respecto a la idea del mundo puesta en juego en la serie en particular y en la obra de ambos en general. SPOILERS SOBRE EL EPISODIO 5. Los africanos son una docena de personas que se instalan en una sala grande del museo con la idea de convertir su modo de vida en una obra artística, pero pronto Dumas se da cuenta que el plan de ellos es quedarse allí para fugarse de su país, donde dicen que los maltratan. Y Dumas, a quien le dieron de probar su comida y se pasó el día cagando en el baño, se da cuenta que todo es un engaño, que el plan siempre fue usar «la instalación» para entrar a Europa y constantemente amenaza mandarles a la policía o al ejército. Al final encuentra como opción encajárselos al director de otro museo y que él se arregle con ellos. FIN DE SPOILERS.

En episodios como ese no alcanza con hablar de misantropía sino de algo que se acerca bastante a la maldad. No porque no puedan existir artistas chantas, pretenciosos o falsos, sino por elegir como responsables de eso a los más desprotegidos, a las minorías y a los jóvenes. Es cierto que los excesos de la corrección política son dañinos para el mundo del arte y la cultura en general –la política de la cancelación es la más brutal de todas esas formas–, pero BELLAS ARTES solamente ve enemigos allí. No hay sutilezas, no hay ambigüedades y, salvo por las burlas que se le hace a una sesión de coaching ontológico empresarial y a la citada ministra, ningún dardo apunta hacia arriba: ni a sponsors, ni a millonarios que rondan esos ámbitos ni a empresarios ni a sus esposas con sus «fundaciones». A ellos no se los ve ni menciona (Dato: el guionista Andrés Duprat es el director del Museo Nacional de Bellas Artes). Casi todos los tiros son para abajo.

Si bien esta es una serie que transcurre en España y en la que Martínez hace supuestamente de español (su esfuerzo por tener algún acento local es ínfimo y encima malo), el cine de Cohn-Duprat es representativo del presente argentino, de su actualidad. Si se quiere entender porque Javier Milei es el presidente de este país solo hace falta ver sus series, plagadas de crueldad, misantropía, desentendimiento por el sufrimiento o los problemas del otro, de agresiones al que menos tiene, desprecio, brusquedad y agresividad. El hecho de que funcionen bien (EL ENCARGADO fue un éxito enorme, pero al menos tenía el carisma de Francella) solo refuerza esta hipótesis: hay un público que se siente interpelado por este tipo de «hombres blancos heterosexuales» enojados, gruñones, miserables y que creen que todos los males del mundo los causan los empleados, los marginados, los pobres, los inmigrantes, los artistas pretenciosos y sus falsos aplaudidores de turno.

Para desfinanciar el CONICET, el presidente argentino y sus seguidores se pasaron meses haciendo campaña para difundir la idea de que esa institución estatal dedicada a la promoción de las ciencias malgastaba su dinero en investigaciones sociales sobre «el ano de Batman«, dando a entender que es absurdo gastar dinero oficial para trabajos sin ningún valor real. Series como esta parecen, a su modo, abogar también por el cierre de los museos (si acá eso no se hace será por otros intereses), de los fondos que apoyan a las artes (si uno cambia solo algunas cosas BELLAS ARTES bien podría ser sobre cine y no sobre arte) y de cualquier institución de ese tipo que, según ellos, haya sido cooptada por el «marxismo cultural», la «cultura de la cancelación», empleados que no trabajan y funcionarios demasiado temerosos de quedar en la mira de la opinión pública. Dumas tiene una solución para esto y con eso cierra un capítulo de esta historia: tratar de estúpidos también a los que van a los museos. Nadie se salva acá. Ni los espectadores.