Series: crítica de «Sugar», de Mark Protosevich (Apple TV+)

Series: crítica de «Sugar», de Mark Protosevich (Apple TV+)

Colin Farrell interpreta a un misterioso detective que debe resolver el complicado caso de la desaparición de la nieta de un famoso productor de cine de Hollywood. Con Amy Ryan y James Cromwell. En Apple TV+ desde el viernes 5 de abril.

Hay un subgénero específico sobre el que se han hecho muchas películas. Me refiero al film noir californiano, más precisamente de Los Angeles, variante muchas veces diurna y por lo general luminosa del «cine negro», uno que ha bebido de la literatura de Dashiel Hammett y Raymond Chandler y se ha expandido en mil direcciones en el cine, desde clásicos de los ’40 como PACTO DE SANGRE a ejemplares más cercanos en el tiempo como BARRIO CHINO o LOS ANGELES: AL DESNUDO. Hay algunas series que han capturado también este modelo, como la segunda temporada de TRUE DETECTIVE o PERRY MASON. Pero ninguna lo ha hecho con las particularidades –y peculiaridades– de SUGAR, una serie que a la vez homenajea al género y lo traiciona radicalmente.

De entrada, SUGAR tiene todo para ser un tradicional noir de Los Angeles. Colin Farrell interpreta a un detective privado llamado John Sugar que habla desde la voz en off, siguiendo todas las reglas del género. La primera particularidad de la serie, la más simpática, pasa por el hecho de que Sugar es cinéfilo, le encantan los policiales negros, ir al cine y hasta lee revistas como Sight & Sound. El creador de la serie presenta la cinefilia de Sugar desde lo formal, insertando imágenes de clásicos del cine (del policial negro, en su mayoría, pero no solamente) en medio de las escenas, a modo de homenaje. Sugar va en auto por la ciudad y la serie corta a una escena similar de algún noir. Sugar entra a una casa armado y la serie corta a Humphrey Bogart en una situación similar. Y así, a lo largo de los ocho episodios.

El caso parece también prototípico. Sugar es contratado por un famoso y veterano productor de cine llamado Jonathan Siegel (James Cromwell) para investigar la desaparición de su nieta, Olivia, una veinteañera con pasado de adicción a las drogas. Sugar es fan de Siegel y está fascinado con ser parte de la investigación. En tanto, Bernie (Dennis Boutsikaris), el padre de la chica, también productor pero sin prestigio alguno, no está tan preocupado. Es algo que suele hacer, dice, y siempre reaparece. Pero Melanie (Amy Ryan), la madre, una ex rockera y alcohólica, cree también que esta vez es distinto, que Olivia estaba bien cuando desapareció y que no es ese el motivo.

Y Sugar, claro, se mete a investigar el complicado asunto, en el que entran a jugar matones con intenciones poco claras, secretos familiares de los Siegel (Olivia tiene un medio hermano que es un actor, pero bastante malo), algunas cuestiones ligadas a las intimidades de la industria del cine y todo un universo que parece tener que ver con algún tipo de tráfico de mujeres, al que Olivia podría haber sido llevada por diversas circunstancias. Nada de todo eso se sale de lo tradicional en este tipo de relatos y Protosevich (SOY LEYENDA, POSEIDON) lo maneja con habilidad y cierto conocimiento de causa.

Es que en lo más evidente y visible, SUGAR cuenta esa historia: un noir californiano autoconsciente y más o menos entretenido, con un detective canónico que hasta tiene un trauma por detrás. Pero por debajo va contando otra historia, que parece secundaria de entrada y de a poco se va volviendo cada vez más importante. Y es una que tiene que ver con la vida personal del detective, su relación con una mujer llamada Ruby que funciona como su jefa (la actriz que la interpreta se llama solo Kirby) y todo otro grupo de personas conectadas entre sí que los rodean. Ruby, de hecho, le recomienda a Sugar que no se meta demasiado a investigar la desaparición de Olivia. Pero hasta tres cuartos de la serie no sabremos a qué se debe.

Hay otras particularidades de Sugar que dan a entender que hay cosas un tanto raras dando vueltas. El tipo tiene un temblor en una mano, una inusual tolerancia al alcohol, habla perfectamente muchos idiomas, tiene algunos sueños extraños, una adicción a un misterioso tipo de droga y el hábito de anotar todo lo que hace en un pequeño cuaderno. Hemos visto, también, suficientes películas del género como para imaginar que algún giro inesperado nos sorprenderá en cualquier momento. Y eso sucede, solo que es mucho más raro de lo que cualquiera puede imaginar y altera bastante la lógica del relato.

El disfrute de la serie como un todo dependerá mucho de cómo cada espectador se adapte a esos giros que SUGAR propone y que son bastante llamativos. En lo personal, creo que sus vueltas de tuerca son excesivas y no están del todo bien integradas al resto del relato, por lo que una vez que se hace evidente de qué estamos hablando cuesta retomar el hilo del caso en sí. De todos modos, como esas revelaciones ocupan más que nada los últimos dos episodios, no echan por tierra la simpatía que hasta allí la serie tenía. Dicho de otro modo: si el espectador no es de los que consideran que lo más importante de una ficción es su final, podrá disfrutar igual de SUGAR. Si le pone todas sus fichas al cierre, lo más probable es que termine rascándose la cabeza y preguntándose cómo llegó hasta ahí.

Cinco de los ocho episodios fueron dirigidos por el brasileño Fernando Meirelles (CIUDAD DE DIOS, EL JARDINERO FIEL) y por lo general la serie combina bien el cariño por los clásicos del cine y un ritmo más cercano a los modos actuales de narración. Y más allá de sus giros tonales inesperados, la trama policial en sí funciona con relativa simpleza, sin complicarse más de lo esperado, algo que tiende a ser una de las características más típicas del cine negro californiano, de AL BORDE DEL ABISMO (THE BIG SLEEP) en adelante. Las sorpresas acá llegan por otro lado. Están en la propia constitución de la serie y en las ideas que trabaja bajo la superficie. Pero no puedo contarles más porque, como sucede siempre en este tipo de relatos, hay secretos que son demasiado peligrosos. Lo hago por su bien…