Cannes 2024: crítica de «Caught By the Tides» («Feng liu yi dai») , de Jia Zhangke (Competición)
Usando material de viejas películas suyas, mezclándolo con nuevo y reinterpretándolos, el realizador chino crea una nueva historia que agrega capas a su retrato de la China del siglo XXI
Pasa algo raro cuando uno ve cine de verdad. Es como un pequeño estallido que se produce en el cerebro, uno que surge muy de vez en cuando. Aún en festivales como Cannes ese hecho milagroso sucede cada tanto, unas pocas veces, aparece como si se tratara de un milagro o de una revelación. Y uno se acuerda de esos momento. Dicho de otro modo: uno puede ver muy buenas películas, valiosas, bien hechas, admirables, logradas, lo que sea. Pero cuando aparece ese ente mágico al que solo podemos llamar «cine» a uno le salta una ficha, suena una señal de reconocimiento. Acá está, esto era, claro que sí.
Eso sucede a lo largo de toda la proyección de CAUGHT BY THE TIDES, la nueva película de Jia Zhangke que recorre el siglo XXI de China a través de sus propias películas –o su propia historia cinematográfica– con los cambios del país en el fondo y una historia de amor y desencuentros como tenue guía. No es una película que necesite contar nada –eso que muchos llaman «una historia» y que no debería ser otra cosa que una elección, una circunstancia– para asombrar. Lo hace a través de las elecciones formales, de la luz, de la mirada, del registro en sí. Lo hace en la manera en la que expone e interpreta un mundo que a muchos le es muy ajeno y lejano. Y lo hace, finalmente, porque entiende que eso que sucede delante de la cámara es «el cine» y no solo lo que se discute en torno a él.
CAUGHT BY THE TIDES es una captura de imágenes de la historia, la del cine de Jia y la de China a lo largo de este siglo. Con materiales de películas previas, sobrantes de esas mismas películas, escenas actuales que bien podrían ser parte de otras nuevas películas (o no), el realizador de THE WORLD construye o reconstruye un tríptico de tiempos y momentos de la historia personal y la de su país durante estos años. Sus primeras escenas transcurren en el 2002, con una China similar a la que conocíamos antes de su brutal modernización reciente, salones populares donde se canta opera local, ancianos interpretando clásicas canciones nacionalistas, la aparición de alguna música pop colándose en el horizonte. Por un rato parece que veremos las mismas películas de Jia remixadas en forma de musical. Y aceptamos la idea como un hallazgo.
Pero no es solo eso lo que propone el realizador chino. Entre los saltos que van de la música tradicional china a algo así como trash metal pasando por bastante pop electrónico bailable en el medio, va apareciendo una historia ligada a dos personajes que se encuentran y desencuentran a lo largo del tiempo, motivo que Jia ya ha utilizado en otras de sus películas. Zhao Tao, esposa y actriz de muchas de las películas del realizador, aparece como Qiao Qiao, una entonces jovencísima modelo que impresiona a los muchachos de Datong City que la persiguen descaradamente. Con imágenes de películas suyas de entonces como UNKNOWN PLEASURES y otras, Jia redefine el rol de la actriz y la transforma en otra versión de su personaje de siempre.
El otro personaje que se va armando en ese collage musical de imágenes y sonidos de la China de principios de siglo es Bin (Li Zhubin, otra presencia constante del cine de Jia), que aparenta iniciar una relación amorosa con Qiao Qiao pero después desaparece en busca de mejores fortunas. La película allí se va a los escenarios de STILL LIFE y DONG, las películas del realizador centradas en la inundación de varias ciudades por causa de la puesta en marcha de una gran represa. El mecanismo allí es similar. Hay una serie de desencuentros entre ellos con el marco de esas ciudades a punto de desaparecer como escenario. Sí, las vimos muchas de ellas en las películas citadas, pero acá tienen otra función y sentido.
El tercer episodio y el único filmado «de cero» de la película transcurre en plena pandemia, en 2022, con los mismos personajes retornando a Datong y, otra vez, desencontrándose y reencontrándose en medio de una ciudad completamente cambiada, llena de marcas, shoppings, simpáticos robots que citan frases de autores célebres y un aspecto ultramoderno que poco y nada tiene que ver con lo que era esa misma ciudad dos décadas antes. Barbijos, medidas de seguridad, ciudades con poca gente que se erigen como vacíos monumentos de sí mismas, la última etapa de CAUGHT BY THE TIDES toma esa última ola a la que hace referencia el título y le agrega así una capa más a la saga narrativa que Jia viene haciendo sobre su país.
La película es, otra vez, un canto a la resiliencia –especialmente la femenina, capaz de soportar todo y seguir marchando, siempre hacia adelante– y un paneo por los distintos modos de la China contemporáneam especialmente en lo que respecta al choque entre el siglo XX y el XXI. Pero más que cualquier otra cosa es una meditación reflexiva y, si se quiere, musical de un cineasta que ha tenido el tiempo de la pandemia para pensar en su cine, deconstruirlo y rearmarlo a modo de VJ de sus propios materiales. No es autoindulgencia ni nada parecido. Es una reinterpretación reflexiva y cinematográfica que implica darse cuenta que el pasado está en el presente y viceversa. Cada «capa geológica» de la historia china resignifica la anterior. Y hace del futuro una incógnita que iremos descifrando con el paso de los años.