Cannes 2024: crítica de «Eephus», de Carson Lund (Quincena de Cineastas)
Un grupo de amigos se reúne a jugar un partido de béisbol por última vez antes que tiren abajo la cancha en la que viene jugando desde hace años.
Una película tan profundamente estadounidense que cuesta creer que la hayan aceptado y seleccionado en una sección en Cannes –uno se la imaginaría más cerca del Festival de Sundance–, EEPHUS es un relato nostálgico y elegíaco que mezcla momentos de humor y otros de drama humano a lo largo de un partido de béisbol que se extiende mucho más de lo pensado. Es cierto que mucho cine esencialmente estadounidense circula por el mundo, pero los detalles de la película de Carson Lund son tan precisos, específicos y deportivos que les convendría a los espectadores tener un cierto conocimiento del tradicional deporte.
De todos modos, más allá de que el espectador no sepa las diferencias entre distintos tipos de ligas, entre distintos tipos de pitches y hasta de los detalles de puntuación del que quizás sea el único deporte que se puede jugar mientras los jugadores beben cerveza, hay algo esencialmente humano en su historia que va más allá de esos detalles. Eso está dado, por un lado, por los personajes –dos docenas de veteranos, muchos cuarentones con panza, que juegan el partido en cuestión– y por otro lado por el hecho que los junta ahí: es el último partido que se jugará en esa canchita antes que la tome una empresa constructora y la pase por encima.
Lund es también director de fotografía de CHRISTMAS EVE IN MILLER’S POINT, de Tyler Taormina, que a su vez es uno de los productores de este film. Ambas películas están la Quincena, ambas son profundamente norteamericanas, las dos tienen un elenco enorme y ensamblado sin una trama y un desarrollo narrativo tradicional, y las dos transmiten algo así como una melancólica nostalgia por unas ciertas tradiciones clásicas (la Navidad y el béisbol) que quizás hoy no tengan el mismo alcance, forma y fuerza que tenían durante el siglo pasado.
El que se presenta aquí es un juego recreativo, sin público, entre amigos que se dedican a eso con pasión, obsesión y conocimiento, por más que su preparación física sea entre básica y nula. Los personajes son muchísimos como para definirlos uno a uno, pero lo que los caracteriza es su dedicación a lo que están haciendo y las ganas de pasar tiempo juntos, aún a riesgo de meterse en problemas con sus familias. Además, hay una voz radial que aparece de vez en cuando (cortesía de Frederick Wiseman) y sobre el final, una vieja y bella canción de Tom Waits que respira el mismo aire nostálgico.
Si hay un eje narrativo ese pasa porque el partido se alarga más y más de lo pensado, se hace de noche, no funcionan más las luces del lugar y tienen que arreglárselas para llegar a un resultado definitivo –que no sea un empate– antes de que no se vea ni la pelotita. El tema es que, por lo trabado del encuentro –tampoco se dan muchos detalles–, por momentos da la impresión de que el partido se estira porque en el fondo nadie quiere despedirse del lugar, de esa rutina, de los amigos y de esa sana costumbre de fin de semana.
Una hang-out movie elegíaca y nostálgica que sucede en lo que parece ser un pasado reciente –a juzgar, otra vez, por la tecnología, los autos y el equipamiento técnico y deportivo–, EEPHUS tiene también mucho del cine de Richard Linklater, especialmente en la manera en la que captura las conversaciones casuales, a veces banales y en otras no tanto, entre una docena o más de personajes que con poco terminan siendo relativamente identificables entre sí, al menos como representativos de una generación de amigos fanáticos de ese pasatiempo deportivo llamado béisbol y de encontrarse a conversar. Sí, es una película de tipos, en la que casi no hay mujeres y tiene todo el sentido del mundo que así lo sea.
Es que, en cierto modo, lo que la película celebra no es tanto el deporte en sí sino su capacidad de funcionar como «pegamento» social, como espacio y excusa para que un montón de amigos y conocidos se sigan cruzando semanalmente, de la misma manera que en países como los nuestros se hace con el fútbol. El partido, el deporte y el estado físico es lo menos importante. Mientras se despiden del estadio por última vez los esperan más cervezas y quizás algo de comer. El deporte también existe como punto de encuentro público y social. Y el cierre de «canchitas» es ir dejando de lado un modo de vida que ya no volverá.