Cannes 2024: crítica de «Grand Tour», de Miguel Gomes (Competencia)
Ficción y documental se mezclan en este fascinante relato de aventuras del realizador portugués acerca de un hombre que, en 1918, viaja al sudeste asiático con una enigmática misión. Tiempo después, una mujer hace el mismo recorrido para buscarlo.
Exigente, demandante y, hasta cierto punto, radical, la nueva película de Miguel Gomes va a contramano de casi todo lo que se ve en la competición del Festival de Cannes. Es que, más allá de la excepción de Jia Zhangke, aún las muy buenas películas que se han visto acá (que las hubo) responden a modelos narrativos accesibles, formas del relato más o menos estandarizadas y aceptables. No pasa eso, para nada, con GRAND TOUR. Es un reflejo, o acaso un recordatorio, de que en la competencia de Cannes tiene que haber espacio para un cine de autor en un sentido un tanto más radical de la palabra. El filme del portugués es eso: una búsqueda, una fuga, un invento, una persecución. El intento de crear magia cinematográfica a través de buscarla en el mundo real.
En GRAND TOUR, Gomes sigue apostando a esa idea de historias que se propulsan y desdoblan, que se amplían, se estiran y complican sobre la marcha para luego retrotraerse y, en cierto sentido, explicarse un poco mejor. Alguna vez habrá que hacer un paper sobre las relaciones entre el cine del portugués y las películas de El Pampero Cine. No es este el momento de hacerlo, pero su nueva película es una versión con mayor presupuesto de lo que el grupo de Mariano Llinás y compañía puede y suele hacer en la Argentina. Una ficción creada como un viaje, un recorrido y una investigación.
¿Qué es GRAND TOUR? Un enigma, en principio. Una historia que se cuenta a sí misma en tres o cuatro líneas que corren en paralelo y que raramente se cruzan. Por un lado es la historia de Edward, un oficial británico (que, como casi todos los occidentales en el film, habla portugués) haciendo un misterioso viaje, en 1918, por los confines del sudeste asiático en plan aventura combinado con espionaje y con una serie de secretos bien guardados que se irán revelando de a poco, pero que evidencian que se está alejando (escapando) de una relación amorosa. Por otro, es una historia que distintas voces van contando y que por momentos ni siquiera tiene mucho que ver con las imágenes que vemos, que por momentos son de la época de lo que se relata pero también muestran la vida en esos mismos lugares hoy. Entre narración del pasado e imágenes que incluyen el presente, Gomes va mostrando/contando un «tour» de un supuesto viajero portugués que lo lleva a atravesar Birmania, Tailandia, Vietnam, Singapur, Filipinas, Japón y China, entre otros lugares, con un destino que se muestra como enigmático.
Promediando el film aparecerá Molly, otro personaje importante y relacionado con Edward, que saldrá a su búsqueda, retrotraerá sus pasos y se meterá otra vez en el medio de los bosques, los trenes, la humedad y la neblina tratando de encontrarlo, siguiendo las pistas que él ha dejado o que ella va descubriendo. Las dos mitades del film –algo usual en el cine del realizador de TABU— implican un juego de perspectivas, de miradas, resignifican lo visto y le agregan códigos para pensarlo. Pero lo que no desaparece es la idea del viaje a lo desconocido, la aventura, la exploración, el misterio. Eso que solo el cine puede abordar en todas sus dimensiones, tanto la física como la poética, la que surge de sus entrañas y la cámara capta o inventa.
Con Gonçalo Waddington y Crista Alfaiate haciéndose cargo, respectivamente, de la primera y segunda mitad de la película –la relación entre ellos es el núcleo del film, aunque nunca estén juntos–, GRAND TOUR funciona como la película de un explorador que va recorriendo lugares e imaginando historias en paralelo mientras los atraviesa, que va combinando un presente que la película capta en modo documental con un pasado que tiene el velo de la ficción de clásicos melodramas y películas de espías en blanco y negro de la época de oro de Hollywood. Es una caja dentro de otra caja en la que el presente se convierte en pasado y se lo vuelve a traer a la actualidad en forma de resonancias constantes, figuras que se repiten en el recorrido ficcional (hecho en buena medida en estudios) y en las calles de muchas ciudades del sudeste asiático actualmente.
La película camina por los sinuosos bordes del exotismo oriental –u orientalismo–, pero logra evitar caer en sus extremos porque hay en la mirada una curiosidad mezclada con fascinación que se manifiesta desde la extrañeza, desde la admisión de un punto de vista ajeno que no entiende muy bien qué es lo que sucede alrededor. Muchas de las imágenes del presente –los parques de diversiones, los juegos callejeros, las performances artísticas y de sombras– son capturadas por la cámara de Gomes desde la perspectiva del viajante que observa y se deja llevar por algo que no comprende del todo pero sobre lo que quiere saber más. Ese es el viaje que se hace en los distintos cuadrantes de GRAND TOUR (es interesante cómo lo documental desaparece casi por completo en la segunda parte de la historia), el de escaparse de lo conocido (Occidente) y aventurarse hasta perderse, desaparecer o morir en medio de un territorio misterioso. El territorio de la ficción.