Cannes 2024: crítica de «Mi bestia», de Camila Beltrán (ACID)
Una chica de 13 años, que atraviesa la pubertad, se ve «tentada por el diablo» en este film que mezcla el terror y el drama psicológico-familiar. En la sección ACID.
La relación entre el terror, la luna llena, los eclipses, la menstruación y el deseo sexual en una adolescente están más que documentados y tratados a lo largo de la historia del cine. La opera prima colombiana MI BESTIA intenta acerca a este tema utilizando un registro que cabalga entre dos modos narrativos diferentes entre sí: la película de terror y el drama psicológico o familiar, con la violencia de género como una suerte de fantasma que recorre ambos mundos. Si a eso se le agrega un acercamiento entre retro y experimental en lo visual uno se topará con una película relativamente inquietante que logra escapar a algunos, aunque no todos, de los lugares comunes del subgénero de la adolescencia sangrienta.
Todo transcurre a mediados de los años ’90. La protagonista es Mila (Stella Martínez), una niña de 13 años que atraviesa esos momentos en los que el cuerpo cambia, aparece la atracción sexual, la búsqueda de la aventura y el deseo se torna un tanto inmanejable. Pero en la ciudad en la que vive hay un problema: están secuestrando chicas en las calles por las noches y la gente habla de algún tipo de presencia diabólica. A Mila le piden y exigen que no salga de noche, que no tome riesgos, pero le es difícil resistir a la tentación. Hay un potencial novio dando vueltas, estar afuera es más atractivo que estar adentro de la casa y muchas creen que esa maldición o leyenda es mentira, un mito popular, una exageración.
Pero pronto llega la celebración de la Luna y se comenta que allí aparecerá con todo está criatura diabólica que intenta secuestrar a las chicas en pleno despertar sexual. Y eso, poco más, poco menos, es lo que cuenta esta breve (son apenas 75 minutos) película colombiana que, con bajo presupuesto, bastante ingenio y algunas ideas visuales que tapan esa falta de ingresos (como grabar toda la película con una estética de video barato, propia de la década del ’90 en la que transcurre) intenta ofrecer su versión latinoamericana de este tipo de fábula.
La realizadora, cuyos cortos han recorrido festivales, ha dicho haberse inspirado en partes iguales en películas de Lucrecia Martel como LA NIÑA SANTA y clásicos de terror como CARRIE, de Brian De Palma, de la que bebe más claramente. La deuda es tan notoria como las imposibilidades de la película de estar a la altura de sus referentes. En ese sentido, se la ve como un ejercicio cuidado, prolijo hasta en sus «desprolijas» elecciones estéticas (el formato por momentos resulta incómodo) y coherente dentro de su propia lógica. Pero raramente trasciende esas limitaciones.