Cannes 2024: crítica de «Motel Destino», de Karim Aïnouz (Competencia)

Cannes 2024: crítica de «Motel Destino», de Karim Aïnouz (Competencia)

por - cine, Críticas, Festivales
23 May, 2024 10:12 | Sin comentarios

En este playero y caluroso ejemplar de cine negro, un hombre se esconde en un «albergue transitorio» y empieza una relación con la dueña del lugar, que está casada.

Un neo-noir de sol, playa y sungas, versión brasileña y un tanto pasada de rosca de tantos thrillers californianos de similar estirpe, MOTEL DESTINO es un fallido experimento en recrear la química entre romántica y criminal que suele tener el mejor cine negro. Una película que parte de una idea clásica y bastante probada a la que el director de LA VIDA INVISIBLE no logra darle demasiada credibilidad o lógica, por más esfuerzos que haga el elenco, el guión y hasta la por momentos excesivamente desaforada puesta en escena.

A diferencia de sus pares estadounidenses, el film de Aïnouz tiene una dosis de sexo que explica casi un cuarto de las dos horas que dura la película, escenas largas, llenas de transpiración y bañadas por luces un tanto saturadas del telo en el que transcurre gran parte de la acción, un «albergue transitorio» que parece pensado para una película de Pedro Almodóvar pero después filmado por un reemplazante. Llama la atención que Aïnouz, un cineasta talentoso y usualmente estilizado en sus modos visuales, haya elegido un estilo casi rudimentario, una especie de imitación de cierto cine clase B de los años ’50, para hacer esta película. Y apuesto a que es una elección ya que, conociendo su cine, cuesta pensarlo como torpeza.

Todo transcurre en un pequeño pueblo del estado de Cearà, en el caluroso nordeste brasileño. Heraldo (Iago Xavier) trabaja para una suerte de mafiosa local y recibe el encargo de liquidar, junto a su hermano, a un francés por motivos completamente obviables y olvidables. Pero Heraldo sale de fiesta la noche anterior, se va con una mujer al Motel Destino en cuestión, la chica lo roba, lo encierra en el cuarto y, cuando el tipo logra salir de ahí, ya es tarde para el trabajito. Al llegar corriendo ve que su hermano lo tuvo que hacer solo y que ha muerto por su culpa.

Es por eso que no le quedan muchas opciones que esconderse en el motel en cuestión, ayudando a la dueña, Dayana (Nataly Rocha), que sabe de su situación porque fue ella quien lo tuvo que sacar del encierro. Pronto, y sin que nadie se sorprenda, Heraldo y Dayana están utilizando los servicios del hotel para su propio beneficio. El problema es que, previsiblemente, Dayana no está sola sino que tiene un marido intenso, muy intenso, llamado Elias (Fabio Assunção) que no parece ser la clase de persona que pueda tomarse bien que su mujer lo engañe con otro.

Y eso, más o menos, es todo. Lo demás, se pueden imaginar, surge de ahí. Mientras en otros cuartos se escuchan los ruidos de los clientes haciendo lo suyo –una banda sonora permanente de gemidos que parecen emitir las paredes–, los tres protagonistas van enredándose en lo suyo, empezando todo de un modo casual y tranquilo, complicándose a lo largo de una tarde con alcohol, piscina y coreografías (a Heraldo le gustan mucho las coreografías) y llegando a las revelaciones que harán reaparecer las armas, las amenazas, las persecuciones, las corridas y todo lo demás también.

La fotografía de Hélène Louvart es expresiva, buscando darle un aura arty a algo que en el fondo no es más que una trama de explotación, un poco similar al estilo buscado por Claire Denis en la aún más fallida STARS AT NOON. Lo mejor de la película son sus escenas de sexo: realistas, creíbles, físicas, en más de un sentido honestas. No intentan ser horny ni buscan ese efecto seductor de tanto noir al estilo EL CARTERO LLAMA DOS VECES. Es gente que tiene sexo –la palabra indicada es otra, se la pueden imaginar– de manera franca y no necesariamente atravesados por el amor o la pasión. Es casi un subproducto del ambiente húmedo, la poca ropa y la necesidad de hacer algo para matar el rato. Heraldo es joven y puede sentir que es más que eso, pero Dayana sabe que no pasa de ahí.

A la hora de resolver el entuerto –el clímax, digamos, de la película, y no en ese sentido– queda claro que a Aïnouz le interesa más el juego que el suspenso en sí, armando una serie de escenas que bordean el ridículo y que están filmadas con más interés en construir algo expresivo y extraño (las actuaciones ahí se tornan directamente telenovelescas) que en crear miedo o tensión dramática. Si bien queda claro desde el principio que el noir es tomado aquí como un formato sobre el que experimentar visual y expresivamente, cuando las cosas se deberían poner intensas y dramáticas es donde más se nota que hemos visto un ejercicio de estilo, con roles y funciones más que con personajes creíbles. Un borrador, acaso, de una mejor película que nunca se hará.