Cannes 2024: crítica de «Parthenope», de Paolo Sorrentino (Competición)
Una joven, bella e inteligente mujer es la protagonista de esta reflexión del realizador italiano acerca de la belleza, la historia y la ciudad de Nápoles.
Oh, la belleza de la juventud, la juventud de la belleza; el sexo, la religión, la arquitectura; el mar, la historia, Napoli. En su nueva película, Paolo Sorrentino quiere hablar de todo eso y más. Como suele sucederle cuando no le encuentra la vuelta a lo que quiere contar, lo que queda es una cáscara vacía: auto indulgente y tediosa, embebida en su supuesta trascendencia, enamorada de sí misma. PARTHENOPE quizás sea su peor película, una que intenta retomar los grandes temas y el tono solemne de LA GRANDE BELLEZZA pero sin encontrar nunca un personaje ni una idea que la sostenga durante sus interminables dos horas y media.
Lo que sí encontró es una gran belleza y quizás una gran actriz (acá se la usa poco en ese sentido, solo tiene que caminar parsimoniosamente, lucir interesante y sonreír a medias, como la Mona Lisa) en Celeste Dalla Porta, quien interpreta al personaje que da título al film y que es el mismo nombre que los griegos le dieron unos cuantos siglos antes de su nacimiento a la ciudad de Nápoles. ¿Cuál es el mérito y el misterio de nuestra protagonista? Es bella, muy bella, al punto que el mundo entero se detiene a mirarla cuando pasa. Parientes, vecinos, profesores, amigos, curas, galanes, mujeres: es imposible quitarle los ojos de encima. Si bien recorre cada centímetro de su cuerpo y de su rostro como si la estuviera pintándola con la cámara, Sorrentino no la muestra como una belleza despampanante ni vulgar sino como una joven delicada, curiosa y enigmática a la que le tocó en suerte ser, bueno, perfecta.
Parthenope es además una ávida lectora, una estudiante de antropología y una de esas chicas que toma sol, se baña en el mar, fuma y tiene respuestas rápidas e inteligentes para casi todo. Es tan perfecta, además, que presta atención, sabe escuchar, admite que hay muchas cosas que no conoce y que quiere aprenderlo todo. Todos la aman y ella flota alrededor del mundo, más misteriosa que altiva. Lo primero que la gente hará al verla será preguntarle en qué piensa, porque para todos es un misterio saber cómo se siente ser un ideal.
La película transcurre en gran parte en 1973 cuando la chica tiene 23 años, estudia antropología y se la pasa elegantemente rechazando convites románticos y sexuales que vienen hasta de las alturas –tiene un candidato arriba de un helicóptero– como si eso estuviera por debajo de su nivel de flotación. No es mala onda ni brusca. Simplemente no parece interesada en todo eso. Y la historia se organizará como una serie de encuentros y una creciente sensación de que esa época bella, serena y jovial algún día se acabará.
Parthenope recibe algunas lecciones en forma de conceptos por parte de un alcohólico John Cheever (Gary Oldman) a quien conoce en un hotel en Capri, logra fascinar por su inteligencia y no por su belleza a un exigente profesor de Antropología (Silvio Orlando), tiene una relación un tanto compleja con su hermano y luego lidiará con maestras de actuación, celebridades un tanto agresivas, sacerdotes bastante peculiares y hasta con un brote de cólera que arrasó Nápoles ese año pero que a ella no tocó ni de cerca.
Los encuentros son excusas para que Sorrentino filme a Celeste caminando, moviéndose pausadamente como en una publicidad de perfumes, colchones o papel higiénico, le haga decir o escuchar grandes frases sobre grandes temas en grandes escenarios, preferentemente con vista al mar y esas otras cosas que el director de LA MANO DE DIOS hace cuando arma sus films como una serie de ideas sueltas sin nada que las sostenga. Habrá reflexiones sobre la belleza y la juventud, sobre saber observar y escuchar, sobre el arte, la actuación y la poesía. Y en un momento todo se volverá tan solemne y agotador que uno terminará riéndose sin entender del todo de qué. «No sé nada pero amo todo», dirá ella. «El deseo es un misterio y el sexo es su funeral», dirá otro. Y así, a lo largo de 140 minutos…
Sorrentino agrega su cuota de humor y de feísmo (su Italia es la combinación de lo más bello y lo más esperpéntico, y en Nápoles se nota todavía más), sus guiños al fútbol y a su querido Napoli, su mezcla de música sacra, ambient y pop italiano radial, y su habitual gusto por mover siempre la cámara en plan lenta flotación hacia adelante, acrecentando la importancia de lo que se dice y la belleza de lo que se muestra. Pero con todo eso no construye nada. A lo sumo distribuye una serie de frases para posters y candidatea a su protagonista para ser la cara de todas las marcas de perfumes de acá a diez años. Hasta que otra cara la reemplace, porque esto de la belleza, ya saben, es efímero, fugaz y dura, para citar a otro clásico poema, lo que un pedo en un canasto.