Cannes 2024: crítica de «Savanna and the Mountain» («A savana e a montanha») de Paulo Carneiro (Quincena de Cineastas)
Los pobladores de una comunidad del norte de Portugal se unen para frenar a una compañía británica que ha llegado para explotar el litio que hay en la región. En la Quincena de Cineastas.
Una pieza de discurso cinematográfico poético, político y lúdico, A SAVANA E A MONTANHA pone en escena, a modo de reconstrucción, los procesos de lucha de un pueblo portugués en contra de una gran empresa británica que ha llegado al país a explotar el litio. El tema –central en la política actual en la Argentina– pasa aquí por los problemas ambientales que esa explotación genera, más que cualquier otra cosa. Y ese ángulo, que aquí ni siquiera es tenido en cuenta, es el que pone en pie de guerra a los pobladores del lugar con los «empresarios del sector» y los políticos que los favorecen.
El hecho sucedió realmente en la comunidad de Covas de Barroso, en el norte de Portugal. Allí, la compañía británica Savannah Resources planeaba construir una de las mayores minas de litio a cielo abierto de Europa. Ante ese hecho, los pobladores de esa zona rural decidieron organizarse para luchar, en el ámbito legal y también en el territorio, para poner límites ambientales o directamente cancelar esa explotación. En su tercer largometraje, lo que hace el portugués Paulo Carneiro es reconstruir lo sucedido con los propios habitantes del pueblo interpretándose a sí mismos.
Pero no es un simple y directo reenactment. Carneiro pone, digamos, a jugar a los pobladores transformando algunas partes del relato en un western en el que los locales combaten «armados» a los operarios de la empresa, mientras que en otros las fiestas y tradiciones populares se mezclan con canciones militantes propias (uno de los pobladores es un cantautor de protesta), reuniones y asambleas populares. No hay aquí un desarrollo clásico de personajes sino una versión lúdica del teatro agitprop de los años ’60 y ’70, como si el director le hubiese dado a los habitantes la tarea de inventarse una historia un poco más grande que la vida para contar su propia experiencia.
Es así que aquí se mezclan reuniones y discusiones (los actores no profesionales actúan en un estilo recitativo que bordea el modo Straub-Huillet) con carteles y textos propios de un film militante clásico en el que los humildes pobladores de un lugar intentan frenar los avances de una empresa destructora de los recursos naturales. Pero ante la posibilidad de que esa forma de expresión resulte un tanto básica y simplista –que por momentos lo es–, Carneiro tiene la inteligencia de crear imágenes de fuerte resonancia poética y de jugar con el relato como si todo fuese una puesta en escena de expresión y consumo comunitario.
El conflicto es simple y claro, al menos para los estándares europeos (si se compara con la Argentina, en donde las empresas no solo destruyen el medioambiente sino también se llevan afuera los recursos generados sin pagar casi impuestos y devolviendo poco y nada a la comunidad, todo esto es casi un juego de niños), pero de todos modos abre perspectivas para el análisis de una situación que es histórica y que, a partir de la explotación creciente del litio para autos eléctricos, ha derivado en toda una nueva serie de problemas. Carneiro pone en primer plano las idas y vueltas del conflicto –los pobladores lograrán cosas, pero acaso no las suficientes–, pero ofrece como principal solución la creatividad. La cultura popular no reemplaza a la acción política, pero aporta nuevas perspectivas para entender y trabajar los problemas.