Cannes 2024: crítica de «September Says», de Ariane Labed (Un Certain Regard)

Cannes 2024: crítica de «September Says», de Ariane Labed (Un Certain Regard)

por - cine, Críticas, Festivales
22 May, 2024 04:03 | Sin comentarios

En esta sugerente opera prima, dos hermanas que viven con su madre tienen una relación entre extraña y codependiente que las mete en problemas entre ellas y con el mundo exterior.

Conocida por sus roles en películas de la «Nueva Ola Griega» como ALPS y ATTENBERG, la actriz y directora griega Ariane Labed, que a la vez es esposa de Yorgos Lanthimos, debuta en la dirección de largometrajes tras su premiado corto OLLA. Una adaptación de la novela de suspenso psicológico SISTERS, de Daisy Johnson, SEPTEMBER SAYS es un extraño y sugerente retrato de dos hermanas que tienen una relación entre codependiente y tóxica, y que viven con una madre que claramente no está pasando por su mejor momento.

Ya cuando las conocemos da la impresión de ser una de esos grupos protagónicos típicos de las citadas películas griegas —ATTENBERG, en particular–, con personajes un tanto freaks que mantienen códigos de conducta específicos y peculiares. Acá no hay reglas familiares impuestas sino más bien todo lo contrario. Por motivos que se irán aclarando con el paso de los minutos, Sheela (Rakhee Thakrar, de SEX EDUCATION), la madre de las hermanas, parece dejar a las chicas manejarse a su modo por la vida, más parecida a una mamá artista liberal que a alguien que está atravesando alguna situación difícil. Por la manera en la que se refieren a su padre ausente, es claro que algo ha sucedido previamente que desconocemos.

Pero lo central pasa por las hermanas adolescentes. Ellas son September (Pascale Kann) y July (Mia Tharia), la primera un poco mayor que la segunda. En la escuela a la que van, en Oxford, las tratan como freaks y solo parecen poder estar cómodas solas, entre ambas, con códigos secretos, gritos, sonidos raros y juegos que solo ellas entienden. Pero September la domina a July hasta la sumisión, tratándola como si fuera un perrito obediente, llamándola con chasquidos en la boca y pidiéndole que haga lo que a ella se le da la gana con solo emitir la frase que da título a la película. En el colegio están en la suya –cada una a su modo, muy distinto–, pero no solo los demás no las aceptan sino que se burlan de ellas y las agreden.

Allí September parece muy segura de sí misma: es agresiva, desafiante, protectora y si alguien se burla de ella o de su hermana, procede a devolver la agresión brutalmente, lo que la lleva a ser suspendida más de una vez. July, en cambia, es más tímida, colgada, enamoradiza y dependiente: se deja dominar y manejar por su hermana al punto que cuando ella no está se le hace imposible prácticamente todo. Se nota que quiere socializar más, pero teme que su hermana no lo tolere.

En uno de esos choques con otros alumnos sucede algo que Labed no muestra y pronto la madre empaca todo y las tres se van a vivir a un pueblo irlandés, a la vacía casa de su abuela paterna. Solas y raras –la madre tiene ascendencia india y la miran con extrañeza en el tradicional pueblito– tienen que acomodarse a una nueva vida allí. Las chicas logran hacerse amigas de algunos jóvenes locales y July se interesa por uno de los chicos que conoce, algo que para September se vuelve problemático. Y de a poco la extrañeza familiar empieza a tornarse más border y peligrosa. Con las niñas, con la madre y también con los demás.

SEPTEMBER SAYS se acerca un poco al cine de Lucile Hadžihalilović, a LAS VIRGENES SUICIDAS, de Sofia Coppola, o a las novelas de suspenso y terror gótico –Shirley Clarke es una referencia obligatoria– en las que lo mundano y lo fantástico parecen estar mezclados desde el origen. Labed no apela aquí a recursos propios del género hasta un cierto momento en el que las cosas empiezan a tomar un cariz todavía más extraño del que ya tenían.

Fuera de los detalles narrativos que pueden fascinar o fastidiar al espectador –las revelaciones que la película suelta de golpe en un momento son sorprendentes pero a la vez imaginables–, lo que Labed logra es retratar una lógica entre hermanas o familias que tienden a encerrarse y vivir por fuera de cualquier tipo de «contrato social», las consecuencias psicológicas del trauma, la naturaleza muchas veces perversa de las relaciones personales y cómo todo eso se combina con resultados potencialmente trágicos.

Por momentos se nota a Labed muy deudora del estilo inicial de su marido o de Atina Rachel Tsangari, apoyándose más que nada en la extrañeza de las chicas y en el carácter intimidatorio de September. En la manera en la que retrata a su madre, sin embargo, la película logra apoyarse en algo más reconocible. ¿Es una mujer que está en lo suyo y se desconecta de lo que viven sus hijas? ¿Está ya cansada de lidiar con ellas? ¿Vivió algún tipo de experiencia traumática con el padre de las niñas? No lo sabemos, pero Thakrar le transmite al espectador esa mezcla de sensaciones cruzadas de su personaje, la de una mujer que puede ser vivaz y simpática en un momento -le gusta jugar con las chicas cuando está de buen ánimo, tiene una relación sexual con un tipo que conoce en un bar que es muy graciosa– para tornarse depresiva y ensimismada en otro.

Pero Labed parece estar más interesada en lo que le pasa las niñas. Y allí la película funciona desde una mayor distancia, sin lograr quebrar del todo ese bloqueo emocional, por más que July pareciera hacer más esfuerzos para «conectarse» con los demás que September. La química entre ambas es fascinante pero puede ser también agotadora, ya que uno sabe que el peligro está presente cada cinco minutos o cada vez que September dice las dos palabras que dan título a la película.