Cannes 2024: crítica de «Simón de la montaña», de Federico Luis (Semana de la Crítica)

Cannes 2024: crítica de «Simón de la montaña», de Federico Luis (Semana de la Crítica)

por - cine, Críticas, Festivales
15 May, 2024 08:22 | Sin comentarios

En un pueblo de la Patagonia, un joven se hace amigo de un grupo de discapacitados y «pretende» ser uno de ellos para poder pasar más tiempo juntos, metiéndose así en todo tipo de problemas. En la Semana de la Crítica de Cannes.

Simón vive en un frío y ventoso pueblo de la Patagonia con su madre y el novio de ella. Tiene 21 años, un andar taciturno y poco interés en comunicarse con ellos o pocas maneras de ser comprendido en su casa. No hay motivos del todo claros –uno podrá ir descubriéndolos o suponiéndolos con el paso de los minutos–, pero lo cierto es que el chico no se encuentra a gusto, no se siente cómodo. Y da la impresión que afuera, en la vida pública, tampoco. El mundo lo supera, lo invade, lo agrede y él no sabe bien cómo pararse en el medio de todo eso.

A la vez, Simón tiene –o se va armando– una vida paralela en la que juega a ser otro, alguien distinto. Tratando con jóvenes que van a una institución de educación especial por algún tipo de capacidad diferente o discapacidad cognitiva, Simón (Lorenzo «Toto» Ferro) parece encontrar algo así como su lugar en el mundo, un espacio donde parece primar, o tener mayor espacio, el cariño, el afecto y la solidaridad. El problema es que, para compartir tiempo con ellos, Simón tiene que «pretender» ser uno más. Esto es: inventarse una discapacidad. Algo que hace, de modo irresponsable, al crearse un personaje con algún tipo de dificultad o parálisis cerebral. A esto le agrega un audífono y pronto, para estar con sus amigos (y que las autoridades del lugar lo acepten), se ha convertido en uno de ellos.

Este es, de cierto modo, el conflicto central de SIMON DE LA MONTAÑA, una película que trata de entender qué lleva a su protagonista a actuar de esa manera y a que el espectador pueda seguirlo en su extraño recorrido. Claro que su madre (Laura Nevole, conocida por sus roles en las películas de Lucía Seles) se sorprende y escandaliza cuando se entera en qué anda su hijo, pero no parece poder hacer mucho al respecto. Cuando Simón está fuera de la casa, nadie sabe de qué se disfraza, en quién se convierte. La pareja de su madre (el también cineasta y acá coguionista Agustín Toscano) intenta sumarlo a su trabajo en mudanzas, pero no sirve demasiado para «encauzarlo». Simón sigue en la suya, conectado con ese otro mundo.

Es que allí ha hecho amigos como Pehuén (Pehuen Pedre) y Kiara (Kiara Supini), quienes lo cuidan y lo quieren, con quienes se conecta y con quienes se ayuda mutuamente. Pehuén sabe que Simón está actuando y que no tiene los problemas que muestra o manifiesta, pero le sigue el juego, la aventura de sumarlo al equipo. Y cómo Kiara se lleva con ese asunto es algo que se irá revelando con el paso de los minutos. Una duda persiste, en algún punto. ¿Lo hace de modo honesto porque se siente bien con ellos o intenta aprovecharse de la situación de algún modo? 

En SIMON DE LA MONTAÑA lo que prima son las sensaciones, en su mayoría amables y positivas, que el chico va teniendo siendo esa otra persona y estando con estos jóvenes con discapacidades a lo largo de una serie de aventuras, algunas de ellas bastante caóticas y riesgosas. En cambio, en su casa y siendo quién es, nada parece funcionar, nada sirve, todo lleva a más problemas. Entonces, ¿por qué no ser esa otra persona las 24 horas del día?

La opera prima como realizador «solista» de Federico Luis (que tiene varios cortos que pasaron por festivales y codirigió un largo llamado VIDRIOS en 2013, cuando todavía se daba a conocer con su apellido Tachella) no solo presenta a un realizador con un enorme manejo de todos los recursos del cine sino a alguien que pone en juego un punto de vista muy particular y en algún sentido inquietante respecto a la relación entre los jóvenes y el mundo que lo rodea.

Lejos está de ser SIMON DE LA MONTAÑA un retrato ñoño, disneyficado, sobre el tema. No es esta una historia que solo trata de nobles y buenos sentimientos ni necesariamente se encuadra en la idea a veces un poco facilista de la «pureza» de los discapacitados (varios de ellos con Síndrome de Down) frente al cinismo de la sociedad, sino que se asoma a asuntos más complejos, como la necesidad de establecer un personaje para «ser» frente a los demás. Reinventarse como otro.

Simón es tramposo, miente, se mete y mete a sus nuevos amigos en problemas, pero lo que es evidente es que no se siente juzgado por ellos, corregido, castigado, señalado como problemático. En su casa, en donde la buena voluntad parece haber sido vencida por el hartazgo, nadie parece poder hacer nada con él y ya se ha asentado una suerte de desidia que parece superar al evidente amor que su madre le tiene. SIMON DE LA MONTAÑA tiene la inteligencia de tampoco juzgarlos a ellos, que ya parecen imposibilitados de encontrar una solución y que solo ven, sorprendidos, que el chico cada vez habla menos, que imita impedimentos físicos (pronuncia mal las palabras, sacude constantemente la cabeza) y que prefiere funcionar con su personal versión de lo que es «fingir demencia».

Cautivante, narrada con mucha inteligencia y sutileza como para que el espectador vaya sumando más y más detalles a la pintura del personaje y de la familia sin que jamás nadie explique nada (hay algún evento previo posiblemente traumático, pero no se da a entender una relación de causa-consecuencia) y con otra actuación llena de empatía pero a la vez enigmática del actor de EL ANGEL, SIMON DE LA MONTAÑA es una notable opera prima que se atreve a husmear en las arenas movedizas del comportamiento humano.