Cannes 2024: crítica de «The Shrouds», de David Cronenberg (Competición)

Cannes 2024: crítica de «The Shrouds», de David Cronenberg (Competición)

por - cine, Críticas, Festivales
20 May, 2024 10:05 | 1 comentario

Un empresario inventa un sistema para observar las 24 horas del día a los cuerpos de las personas muertas en un cementerio privado en el que está enterrada su mujer. Pero un día profanan las tumbas y hay que investigar qué es lo que sucedió. Con Vincent Cassel y Diane Kruger.

Cuando una persona pierde a su pareja de casi cuarenta años puede sentirse bañado por el dolor, la tristeza o el duelo. En el caso de David Cronenberg es distinto. Lo que hace el realizador canadiense de LA MOSCA es imaginarse una historia en la que un hombre puede seguir en vivo cómo el cadáver de su esposa muerta se descompone dentro de la tumba. Bienvenidos a THE SHROUDS, una película que por un lado es muy densa y oscura y, por otro, se organiza como una suerte de thriller conspirativo con mil hilos de los cuales tirar. Las dos películas conviven, no siempre de la mejor manera, en este retrato de un hombre viudo que no sabe cómo salir de la depresión/obsesión que siente por la muerte de su mujer, varios años atrás.

Vincent Cassel hasta luce como Cronenberg en la película. Y la primera escena lo muestra literalmente espiando dentro del cajón de una mujer muerta. Pronto nos enteramos que es un sueño que tiene mientras está en el dentista, ya que parece que se le caen los dientes por el duelo. El hombre, llamado Karsh, pronto tiene una cita en un restaurante de su propiedad que está dentro de un cementerio que también es en parte de dueño. En la cita la mujer se queda impresionada porque Karsh no solo habla todo el tiempo de su fallecida mujer sino que se la muestra su tecnológica tumba, a la que espera pronto unirse. Después de verlo y escucharlo, la mujer sale espantada de ahí.

Es que el sistema, llamado GraveTech, consiste en poner algo parecido a una cámara dentro de la tumba y que los familiares de los muertos puedan ver a sus seres queridos fallecidos en vivo. Pero no solo cuando van al cementerio –ahí hay unas pantallitas de video para «seguirlos» en vivo– sino también en sus casas, con una aplicación 3D en sus computadoras. Así que, ya saben, si pronto a alguno se le ocurre hacerlo en la vida real seguro que lo vio antes acá. Y Karsh está tan obsesionado con su esposa muerta que se pasa horas analizando las imágenes de huesos que recibe.

Hasta tal punto está compenetrado que empieza a notar en ella algunas protuberancias extrañas y se pregunta qué es. Eso dará pie para la trama más cercana al thriller de la película, en la que con la ayuda de Terry, la hermana melliza de la fallecida (Diane Kruger interpreta a las dos), su ex cuñado hacker (Guy Pearce) y algún otro colaborador de la policía tratan de investigar qué es lo que pasa ahí. Y esa tensión crece cuando un día entran personas al cementerio y destrozan varias de estas tecnotumbas. ¿A qué se deben estos ataques?

Así, mientras Karsh y compañía buscan resolver el misterio, por otro lado Cronenberg va poniendo en discusión lo más interesante que tiene la película, que es hablar de la relación con el duelo, con nuestros muertos, con la manera en la que nos permitimos o no seguir con nuestras vidas o si solo nos quedamos «colgados» con la tragedia. Es que la muerte de Becca fue difícil –un largo cáncer que, en el estilo guiñolesco de la propuesta, le hizo perder una a una varias partes del cuerpo– y Karsh no logra salir de su obsesión por querer estar, de uno u otro modo, con ella. El lado de la investigación mezcla a espías chinos, hackers rusos, ecologistas islandeses, ex amantes, millonarios húngaros, médicos y hasta los propios protagonistas como los sospechosos de estar destruyendo desde adentro esta cámara de seguridad que ve a gente muerta.

La cadena de sospechosos y teorías conspirativas están jugados tan al absurdo que, en un punto, deja de ser importante, por lo que cuesta entender los motivos por los que Cronenberg vuelve una y otra vez a tratar de resolverlo. THE SHROUDS brilla (es una manera de decir ya que se trata de una película oscurísima) cuando se saca los plot points de encima y se dedica a entender la vida de su protagonista. Sus principales relaciones son con la hermana de su mujer –con la que tiene una relación distante que luego cambia–, con una novia ciega que tiene y que por suerte no puede ver los videos de la señora muerta, y con el ex de Terry, con el que tiene una relación amigable pero un tanto tensa y enredada. Digamos que no se trata de un tipo demasiado confiable.

Entre otros de los aspectos entre tecnológicos y perturbadores que presenta el director de LA ZONA MUERTA está una asistente de IA que le contesta (con la voz de Kruger también) las preguntas al protagonista, le resuelve problemas y quizás también lo espía sin saberlo, como estamos seguros que lo hace nuestro teléfono móvil también. Como la de la película ELLA, pero con la imagen animada de una mujer, parece una gran opción para tener alguien que llame al médico, pague las cuentas y se ocupe de responder los emails, entre otros asuntos más personales que por suerte acá Cronenberg no introduce.

Pero dentro del tenebroso universo que la película presenta como algo que podría pasar tan solo en unos años, lo más impactante sigue siendo lo que va más allá de la tecnología, ese tipo de preguntas tan caras al cine del octogenario realizador canadiense ¿Qué es un cuerpo real en un mundo de inteligencia artificial? ¿Se puede seguir pensando en una persona como algo físico concreto cuando esa persona ya murió? ¿Y qué pasa cuando un abrazo fuerte puede destrozar los huesos de alguien?

Cronenberg ha hecho toda su vida películas con metáforas tecnológicas que «alimentan» ideas profundamente humanas. Y THE SHROUDS se suma a esa carrera que tiene en VIDEODROME, quizás, a su mejor ejemplo. Esta película dialoga también mucho con PACTO DE AMOR, SPIDER y otros films suyos sobre dobles en los que se mezclan la realidad y la imaginación de maneras persistentes y perturbadoras. En algún punto, la obsesión por resolver el enigma de quien está destrozando las tumbas de GraveTech no es tan importante como tal. Es un McGuffin que lleva al protagonista –y a los espectadores– a tratar de entender lo inentendible y así no tener que pensar que, una vez a dos metros bajo el suelo, ya nadie se irá a ningún lado.