Cannes 2024: crítica de «Three kilometres to the End of the World» («Trei kilometri pana la capatul lumii»), de Emanuel Parvu (Competencia)
Esta mezcla de drama y policial rumano se centra en la investigación del caso de un chico salvajemente golpeado en un acto de violencia homofóbica en un pueblo del interior de Rumania.
El cine rumano suele ser un cine de procedimientos, de pasos, de investigaciones formales que esconden manipulaciones personales. Se habla y se discute como si todos los personajes estuvieran bajo el peso de una ley sagrada, pero cuando aparece un contacto, un dinero o un peso pesado los libros se esconden y las cosas se alteran sin problemas. En A TRES KILOMETROS DEL FIN DEL MUNDO hay un hecho delictivo y una investigación. Pero nada de lo que debería suceder luego es lo que sucede. La ley es una cosa, pero las familias, las tradiciones, el poder, la iglesia y los contactos están por arriba de todo eso.
Todo transcurre en un paraje turístico cerca del Danubio. Allí vive una pareja (Bogdan Dumitrache y Laura Vasiliu), que tiene un hijo llamado Adi (Ciprian Chiujdea), que estudia en otra ciudad pero ahora está de visita para pasar el verano. Una noche Adi sale y lo vemos caminar por una zona oscura en compañía de otro chico. La conversación deja en claro que es un momento de deseo y seducción, una relación gay que la película muestra demasiado discreta e inocentemente, casi temiendo «incomodar» a los espectadores. Pero todo cambia cuando Adi llega a su casa y lo vemos todo lastimado y ensangrentado. Su padre entra al cuarto y queda claro que a su hijo le han dado la golpiza de su vida.
Su padre, que no sabe nada de lo que realmente pasó, lleva a Adi a ser inspeccionado y a realizar la denuncia policial. El chico dice no saber quiénes fueron ni porqué, pero es evidente que no quiere hablar mucho del tema. De a poco empiezan a aparecer posibles sospechosos, como los hijos de un mafioso a los que su padre le debe dinero. El cree que ese es el motivo de los golpes, cuando todo parece indicar que es un asalto de origen homofóbico. De a poco, en voz baja, empezará a correr el rumor que nadie parecía conocer. Y los padres de Adi se enterarán, incrédulos, que su hijo es gay.
Y allí cambiará todo. La investigación girará hacia otros lados, habrá que buscar otras vueltas y las autoridades del pueblo mostrarán su lado más abiertamente homofóbico. Y aparecerá la iglesia, a «curar» al desviado. Y otros personajes se sumarán a ese combate por la «salvación» del chico. A nadie parece ya importarle que a Adi lo dejaron casi muerto. De algún modo, lo hacen sentir responsable de lo que le pasó. Y todo lo demás pasa a ser secundario.
El filme de Parvu se maneja por carriles más o menos evidentes casi desde que empieza. Apenas uno ve que Adi tiene una vida sexual secreta en un pueblo así, no hay dudas que pronto dejará de ser la víctima para ser algo así como la versión rumana del «algo habrán hecho». ¿Habrá forma de que Adi consiga justicia si ni siquiera los padres la pretenden a esta altura? ¿Serán ellos tan temerosos de Dios o del qué dirán al punto de dejar a su hijo librado a su suerte antes de que se de a conocer su «condición»?
La película toma tres decisiones llamativas que la diferencian de un thriller social tradicional. Por un lado, casi no conocemos a Adi. Se lo ve poco, habla poco, es casi un testigo o un personaje secundario de su propia historia. Lo principal pasa por lo que hace –o deja de hacer– su padre, su madre, la policía, el cura, los mafiosos y «las fuerzas vivas» de la ciudad. Por otro, más controversial, el actor que lo interpreta no parece tener 17 años sino muchos más. Y hasta que se revela su edad eso genera una extraña sensación en el espectador: ¿no es un tipo lo suficientemente adulto como para hacer lo que quiera con su vida y su sexualidad? Quizás la elección pase por reforzar ese choque, la represión que esa sociedad ejerce sobre alguien que debería ser capaz de tomar sus propias decisiones.
La última tiene que ver con un giro en la trama que no conviene adelantar pero que le da un vuelco inesperado a la historia, sacándola de las zonas más previsibles a las que parece ir. Es que una vez que sus padres se enteran de que su hijo es gay la película parece volverse una de esas historias acerca de cómo «curar» a alguien así. Hasta que algo sucede que vuelve a llevar el caso al policial, a los arreglos, los acomodos, al conflicto entre lo que dicen las leyes y lo que fuerzan las represivas normas sociales. Es cierto que todo parece un poco excesivo a esta altura de las cosas, pero cabe suponer que en el interior de Rumania es preferible que tu hijo esté golpeado y al borde de la muerte a que se sepa su sexualidad.