Cannes 2024: crítica de «Transmitzvah», de Daniel Burman (Cinéma de la Plage)
Una chica trans judía regresa de España a la Argentina para hacer, de adulta, su bat mitzva, una celebración religiosa para mujeres. Pero no le será sencillo. Con Penélope Guerrero y Juan Minujín.
Una película curiosa, extraña y una llamativa evolución en la carrera de Daniel Burman, TRANSMITZVAH es algo así como una disertación teológica y filosófica disfrazada de musical judío sobre una chica trans con daddy issues que no pudo hacer su Bat Mitzva de niña (o cuando estaba empezando con su transición) y que quiere hacerlo de grande. Singular por donde se la mire, una mezcla de musical con despliegue coreográfico cruzado con discusiones sobre género, religión, psicología, la torá y las virtudes del barrio del Once, la película del director de ESPERANDO AL MESIAS lleva aún más lejos, a un territorio casi filosófico, su preocupación por entender el judaísmo hoy.
Rubén es un chico que está por cumplir 13 años y es hijo de una pareja (interpretada por Alejandro Awada y Alejandra Flechner) que tiene un negocio de ropa elegante sport en el Once llamado con su apellido: Singman (no confundir con el de un famoso productor de cine y dueño de laboratorios farmacéuticos) Modas. Rubén tiene un hermano mayor (Juan Minujín lo interpretará de grande) y se encuentra con el problema de que le toca hacer el llamado Bar Mitzva –ceremonia judía que marca el paso a la adultez de un niño–, pero como se siente mujer quiere hacer un Bat Mitzva, que es lo mismo pero en versión femenina. El tema es que no puede y su padre, que no termina de entenderlx, no quiere.
Ya de adulta y bajo el nombre artístico de Mumy Singer (interpretada por la actriz española Penélope Guerrero), la chica se ha convertido en la más curiosa de las estrellas pop: una diva a lo Lali Espósito que canta canciones en idish con coreografías, algo que en la lógica de la película parece lo más normal del mundo. Mumy vive en España y vuelve a Buenos Aires con su pareja (Gustavo Bassani) a cantar en el Teatro San Martín y allí reconecta con su familia: su madre que la adora, su hermano que está deprimido y divorciándose, y su padre que está muy mal de salud. De ahí en más la película se construirá en torno al deseo de Mumy de hacer esa postergada ceremonia de grande y en versión transgénero, algo que no parece estar contemplado en ningún libro de la liturgia judaica. O quizás sí.
En TRANSMITZVAH, que de entrada se ubica en un plano muy alejado de cualquier modo de representación realista (un poco almodovariana, otro tanto teatro judío tradicional), los personajes hablan con acertijos, se expresan con frases literarias, citan más de lo que dicen –todos parecen haber leído mucho sobre el judaísmo– y mezclan autores, filósofos, religiosos y psicólogos (de Jacques Lacan a Theodore Adorno pasando por el filósofo Abraham Abulafia) con los consejos de la bobe para contar una historia que habla de transición de género, sí, pero también de un trauma familiar, de una relación entre hermanos y de cómo la religión judía ha intentado entender estas cosas desde sus diversas y contradictorias perspectivas.
Lo que hay aquí es un recorrido personal de investigación filosófica que se manifiesta cinematográficamente a través del género musical. Y lo hace con resultados llamativos. No se trata de considerarlo un film logrado o fallido –hay cosas que funcionan bien, otras no tanto–, pero es imposible no notar su extrañeza, lo peculiar de su propuesta, tanto desde la idea que le da origen como desde la producción (más española que argentina), como de a qué público se dirige, entre otras de sus muchas curiosidades.
En su regreso al cine tras estar varios años dedicándose a las series de TV (IOSI, EL ESPIA ARREPENTIDO es todo un éxito tras dos temporadas, con temática judía pero modos narrativos más clásicos), Burman entrega la que quizás sea la más personal de sus películas, una discusión acerca de qué significa para él ser judío en un mundo cambiante y que poco tiene que ver con las tradiciones y las enseñanzas de los libros antiguos que –a él o a los personajes– les enseñaron a leer de niño.
A su modo –usando metáforas, aforismos, citas, sofismas y hasta neologismos como el que le da su título– la película apuesta a que por caminos supuestamente opuestos se llega al mismo lugar. Y a través de un personaje como el de Mumy TRANSMITZVAH trata de conciliar tradición con modernidad, viejos testamentos con nuevas ideas y canciones de la bobe con coreografías de divas del pop. Todo para tratar de entender cuál es el lugar en el mundo de una persona y de una cultura en transición.