Estrenos: crítica de «El jardín del deseo» («Master Gardener»), de Paul Schrader
La nueva película del realizador de «First Reformed» se centra en un hombre con un pasado complicado que se dedica al cuidado de un jardín. Con Joel Edgerton y Sigourney Weaver.
La carrera como guionista y director de Paul Schrader se extiende por casi medio siglo (sí, su primer guión es el de THE YAKUZA, de 1974) y ha pasado por muchas etapas, tanto estilísticas como en términos de calidad. Lo que no ha cambiado mucho es su temática. Se puede decir que este realizador, escritor, crítico y pensador del cine ha sido bastante monotemático respecto a cuáles son sus preocupaciones. Las películas han sido mejores o peores, pero el eje siempre ha pasado por retratar a hombres torturados –en la mayoría de los casos por motivos religiosos o de fe– tratando de lidiar con sus tendencias más violentas y autodestructivas. Y eso está presente en MASTER GARDENER, su más reciente film.
Después de muchos años de oscuridad, marginado de la industria y con algunos proyectos de dudosa calidad (su última gran película había sido AFFLICTION allá por 1997), Schrader tuvo un inesperado rejuvenecimiento creativo en los últimos años, con notables films como FIRST REFORMED y THE CARD COUNTER que se cuentan entre lo mejor de toda su carrera. En ese sentido, EL JARDIN DEL DESEO podría funcionar como el cierre de una trilogía sobre tres hombres abatidos por distintos hechos y situaciones del pasado que tratan de «reformarse» y mostrar una nueva versión de sí mismos, algo que no siempre consiguen hacer.
Aquí, Joel Edgerton encarna a Narvel Roth, un «maestro jardinero» no en el sentido de jardín de infantes sino por su dedicación obsesiva y meticulosa al cuidado de un jardín privado en Gracewood, Georgia, propiedad de una tal Norma Haverhill, una elegante/decadente dama de sociedad que interpreta Sigourney Weaver. Allí trabaja junto a un grupo de dedicados jóvenes y, en la voz en off que refleja lo que escribe en un cuaderno (casi todos los personajes de Schrader, de Travis Bickle a esta parte, escriben a mano sus pensamientos como si fueran monjes bressonianos), aprovecha las variadas metáforas que permite la jardinería para analizar distintos modos de funcionamiento del mundo: ordenado, en apariencia salvaje o directamente salvaje. Esas posibilidades son las que habrá que tener en cuenta a la hora de seguir los acontecimientos que continúan y cómo se engancha él con ellos.
Un día Norma le anuncia a Narvel una novedad: su sobrina nieta, cuyos padres murieron, vendrá a vivir con ellos y quiere que él le enseñe los secretos de la jardinería. La chica, llamada Maya (Quintessa Swindell) es «de raza mixta», como Norma la presenta, y lo que la mujer quiere hacer, aunque casi no la conoce, es sacarla de la vida que lleva y de las problemáticas situaciones en las que se mete. Narvel mira todo al principio con desconfianza pero al conocer a Maya se interesa en enseñarle los secretos de la profesión. La que no parece muy interesada es la joven, veinteañera, que sigue en cierto punto pendiente de cuestiones de su vida reciente.
Sobre esa relación girará la película. De a poco ambos empiezan a conectar pero, como dice la frase, «el pasado no desaparece nunca del todo». Y no solo el de ella –bastante puntual y concreto– sino el de él, que se va narrando de a poco. Es evidente que Narvel tiene una historia complicada, algo que los tatuajes que se ven dejan en evidencia (los que no se ven más todavía), pero es un pasado al que no quiere regresar, una versión suya que preferiría olvidar. Y eso, amigos, no siempre es posible. Especialmente si lo que moviliza las acciones es algo que se parece bastante al amor.
EL JARDIN DEL DESEO es menos efectiva que las últimas dos películas de Schrader a la hora de contar esta historia, que fácilmente puede relacionarse con las otras. Los elementos son los mismos: el pasado oscuro, la posibilidad de la redención, una mujer que funciona como motor de ese cambio y así. Lo que quizás falta es un universo mejor desarrollado o más creíble que el de la horticultura. El cura que interpretaba Ethan Hawke en FIRST REFORMED o el jugador que encarnaba Oscar Isaac en THE CARD COUNTER tocaban fibras que Schrader maneja mejor y eso le daba a esos films una mayor cercanía y credibilidad. Aquí todo parece funcionar en una suerte de tierra de nadie, más parecido a pura metáfora que a lugar más o menos real y concreto.
De todos modos, este sombrío retrato acerca de un hombre que busca una segunda (o tercera) oportunidad en su vida es claramente un proyecto personal de Schrader, quizás hasta uno más cálido y si se quiere romántico que otros. Lejos de cualquier atisbo de corrección política, el veterano realizador de MISHIMA toma aquí como eje una relación que puede incomodar a algunos espectadores actuales (por la diferencia de edad y por otras cosas que entrarían en la categoría de spoiler), pero es claro que ese tipo de consideraciones lo tienen sin cuidado al septuagenario y, a juzgar por sus comentarios en redes sociales, bastante irritable realizador. Y está bien que así sea. Sería tedioso si todas las películas y todos los cineastas funcionaran con los mismos miedos y cuidadosos parámetros propios de esta época. El también podrá tratar, como sus personajes, de redimirse, pero a fin y al cabo a Schrader no le importa mucho el que dirán.