Estrenos: crítica de «Increíble pero real», de Quentin Dupieux
Dos parejas burguesas tratan de «rejuvenecerse» de distintas maneras en esta simpática comedia de ciencia ficción del prolífico realizador francés.
Un original planteo de ciencia ficción utilizado y combinado con otros en un efectivo plan cómico es el centro de INCREIBLE PERO REAL, la nueva jugarreta cinematográfica del francés Quentin Dupieux. El concepto es tan creativo y se presta a tantas posibilidades que uno siente que la oportunidad un poco se desaprovecha –al menos hasta el final–, pero si uno conoce algo del cine del realizador de DEERSKIN sabe que lo suyo no necesariamente pasa por filosóficas lecciones de vida sino por sacarle todo el jugo posible a situaciones potencialmente absurdas. Y el (o los) conceptos que acá se manejan lo son.
El primero y más interesante tiene que ver con una casa, una mudanza aspiracional. Una pareja burguesa quiere comprar una enorme casa en medio de una zona alejada de París y va a visitarla con el agente de la inmobiliaria. La casa es muy grande –especialmente para solo dos personas–, necesita algo de trabajo, pero a ellos les encanta el lugar. En un momento, el vendedor les muestra un «extra» que la casa tiene: un túnel que está en el subsuelo y que conduce a algo sorpresivo. Dudan pero finalmente entran en él y lo que descubren al bajar hasta el final es que vuelven a la misma casa de la que salieron. ¿Cómo es esto posible?
Hay dos secretos en paralelo que se ocultan en esa premisa de ciencia ficción, ambos rápidamente contados por el vendedor (no es spoiler esto): cuando uno pasa a esa otra versión de la casa, han pasado doce horas para adelante, así que si uno está en, digamos, la «Casa A» es la noche de un lunes y, del otro lado (llamemoslá «Casa B»), es la mañana del martes. La película no pierde demasiado tiempo en explicar la mecánica del asunto ya que enseguida hay otro dato aún más fuerte: al regresar de la «Casa B» a la «Casa A» la persona vuelve tres días más joven. No es que han pasado tres días en reverso, sino que el cuerpo rejuvenece. O eso parece. A Alain (Alain Chabat) mucho no parece interesarle este bestial descubrimiento pero a su mujer Marie (Léa Drucker), sí.
Pero cuando todo parece quedar en ver cómo la pareja se va tensionando a partir del uso y la obsesión que ese pasadizo temporal genera (ella quiere usarlo todo el tiempo y va rejuveneciendo de a poco, mientras que él pasa de todo el asunto), se agrega otra bizarreada, que ya lleva el asunto a un tono de comedia más pura y dura. Gérard (Benoit Magimel, muy distinto a como se lo ve en PACIFICTION), el jefe de Alain que es ahora su vecino, va a cenar a la casa de la pareja con su esposa y le cuentan su propio secreto. El hombre se ha instalado un pene electrónico que permite proezas inimaginables, algo que tiene muy contenta a la pareja. Alain y Marie, en cambio, lo miran extrañados y deciden no contarles nada de su truco temporal.
Ninguna de las dos «salvaciones» sobrenaturales o tecnológicas funcionarán tan bien como ellos creen que lo harán, lo que llevará a INCREIBLE PERO REAL a convertirse en una comedia absurda llena de situaciones ridículas. El pene en cuestión tiende a entrar en combustión espontánea en curiosas situaciones, con los imaginables problemas del caso mientras que las idas y vueltas de Marie entre las dos «casas» la va volviendo cada vez más inestable emocionalmente. Más joven, flaca y bonita quizás, pero completamente alienada de todo y de todos.
Quizás por ahí pase lo más interesante que tiene esta comedia de apenas 75 minutos, que se resuelve curiosamente con una larga serie de secuencias de montaje que parecen resumir lo que en algún momento fue una película más larga. Más allá de los chistes graciosos de corte sexual, la película de Dupieux es también una reflexión acerca de la manera en la que la cultura contemporánea celebra la juventud y lucha contra el paso del tiempo de una manera obsesiva y constante, aún a costa del riesgo físico que implica entregar el cuerpo a experimentos sin garantía alguna de funcionamiento.
No está del todo aprovechado esto, es cierto, pero algunos planos sobre el final, en los pocos momentos en los que la película se calma un segundo, Dupieux abre el juego, sale por unos breves instantes de su necesidad de meter un gag tras otro, para mirar a estas dos parejas desde una cierta distancia. La tecnología (o la magia o la física cuántica) pueden abrir mundos y posibilidades, pero también pueden ser prisiones psicológicas que no permitan apreciar, finalmente, la belleza existente en nuestro paso por el mundo. La vida eterna puede parecer un buen plan, pero conviene tener a mano una empresa que ofrezca garantías por igual cantidad de tiempo. Y no existen ni existirán jamás.