Estrenos: crítica de «Monkey Man: el despertar de la bestia», de Dev Patel
Kid sobrevive oculto tras una máscara de gorila en un mundo de lucha clandestina donde recibe golpizas de brutales luchadores a cambio de dinero. Al infiltrarse en la élite criminal de la ciudad, Kid desatará una explosiva campaña de venganza para ajustar cuentas con aquellos que le arrebataron todo.
Conocido por sus roles en películas como SLUMDOG MILLIONAIRE y THE GREEN KNIGHT, entre otras, el actor inglés de origen indio Dev Patel coescribió, produjo, protagonizó y dirigió este sorprendente film de acción que llamó la atención a casi todos al estrenarse, en marzo, en el festival South By Southwest. Es que poco y nada en la carrera de Patel hacía imaginar que el hombre llevaba adentro a un émulo de JOHN WICK, no solo en lo actoral sino, y principalmente, en lo que respecta a dar sus primeros pasos en la realización cinematográfica. MONKEY MAN es una brusca, brutal, violentísima y enérgica película de acción envuelta en un melodrama familiar que transcurre en una India envuelta en un complicado clima político-religioso.
En lo que respecta a la acción, Patel demuestra estar a la altura de los mejores cultores del cine de género al estilo asiático: pura destrucción manual, una orquesta de golpes, cuchillazos, vidrios rotos y caras atravesando objetos (o viceversa) durante largos y tensos planos secuencia. Durante casi una hora de relato, MONKEY MAN es una masacre humana y, a la vez, una muy tensa y nerviosa historia de un joven que se gana la vida en peleas de lucha clandestina, soportando golpizas con un objetivo claro: infiltrarse en una organización criminal para vengarse de ciertas personas –autoridades civiles y religiosas, digamos– que arruinaron su vida durante su infancia. Luego la película pega un giro un tanto innecesario hacia un melodrama supuestamente reflexivo y hasta religioso, para volver sobre el final a la ultraviolencia pura y dura.
Patel interpreta a Kid, un tipo que se pone una máscara de simio para pelear y llevarse algún dinero para sobrevivir en las violentas calles de la ficcional ciudad de Yatana, que parece dividida entre un centro ultramoderno de rascacielos y unos inmensos barrios carenciados en los que duermen diez tipos en una sola cama. De a poco Kid va metiéndose en un mundo criminal que maneja prostitución y drogas, en el que están conectados el jefe de la policía, Rana (Sikandar Kher), y Baba Shakti (Makarand Deshpande), una figura político-religiosa seguida con fervor por millones. Ambos son responsables de la brutal muerte de su madre y del trauma que Kid lleva desde entonces. Y su objetivo será acercarse a ellos y liquidarlos.
La acción de la primera mitad de la película pasará por allí y culminará en una larga y violenta secuencia, con persecución incluida, que está a la altura de lo mejor que se ha hecho en el género. Y eso derivará en otra larga secuencia en la que la película se calma, Patel se calza el traje de dramaturgo preocupado por la situación social, política, religiosa y económica de la India –su objetivo deja de ser uno de venganza personal para transformarse en una suerte de justiciero de los marginados y desposeídos– y MONKEY MAN se vuelve mucho más predecible y convencional, incluyendo un traumático flashback. Por suerte, Patel recuerda que en el fondo lo que realmente le importa es hacer una buena película de acción y el film recupera su tono más brutal para una delirante media hora final en la que no quedará hueso sin romper y objeto punzante sin perforar alguna carne humana.
Es que, finalmente, lo que llama la atención acá es eso y no tanto su lado más sociopolítico ni místico. No porque estén mal orientados –hay una revelación clásica que se produce cuando Kid se da cuenta que su lucha en realidad es la de muchos marginados del sistema, por diversos motivos– sino porque toda esa secuencia parece sacada de otra película, una que se toma todavía mucho más en serio a sí misma. Y, convengamos, lo mejor de MONKEY MAN pasa cuando abraza su costado excesivo, absurdo y virulento.
Allí conviven muy bien el cine más bestial de contacto físico (la acción de Indonesia, la línea coreana de OLDBOY y la citada referencia a JOHN WICK) con un modo de narrar eficiente, seco y directo, que va al grano y no pierde tiempo. Cuando traiciona ese espíritu y opta por acercarse al misticismo hinduista, a Patel se le escapan las riendas del asunto. Hay que atravesar esos raptos poéticos –que también son clásicos del cine de acción asiático tradicional– y saber que, del otro lado del templo, los aprendizajes religiosos pueden ser muy importantes, pero los objetivos hay que conseguirlos a los golpes.
Lo mejor es el cameo del tablista Zakir Hussain y la batalla a golpes y contragolpes en a base de ritmos de tabla. Para mi gusto el final es más de lo mismo, una formula ya más que cansina del cine de acción, los protas parecen indestructibles.