Series: reseña de «La casa del dragón – Temporada 2» («House of the Dragon»), de Ryan Condal y George R.R. Martin (HBO y Max)

Series: reseña de «La casa del dragón – Temporada 2» («House of the Dragon»), de Ryan Condal y George R.R. Martin (HBO y Max)

La segunda temporada de la precuela de «Juego de tronos» está armada de modo inteligente y prolijo, pero no logra recapturar la magia de la serie original. Desde el domingo 16, por HBO y Max.

Me aburren, me aburren muchísimo», les dice el Rey Aegon Targaryen (Tom Glynn-Carney) a los miembros de su consejo mientras ellos discuten estrategias para la guerra que se viene. Aegon, en un punto, podría estar hablando también a nombre de los espectadores de LA CASA DEL DRAGON o de, al menos, esas escenas de la serie. Es que la nueva temporada de la saga –la segunda de esta precuela de JUEGO DE TRONOS— tiene un inconveniente que sus grandes mejoras respecto a la primera no han podido resolver: salvo unos pocos, sus personajes no son demasiado interesantes. Y, en un punto, uno se siente como el caprichoso Aegon, un poco aburrido de tanta discusión entre tipejos intercambiables y lo único que espera es que pasen a la acción, sea mediante sangrientas revanchas o con los dragones que aguardan a que los llamen para salir a la cancha a hacer lo suyo.

Es un problema curioso el que tiene HOUSE OF THE DRAGON. Sus creadores hacen lo que tienen que hacer y su trabajo en lo que respecta a la construcción de la serie en sí es más que loable –logran combinar intriga palaciega, momentos violentos y trágicos entre los bandos, y algunas escenas de acción impactantes en su justa medida–, pero tienen un problema que no logran resolver: es difícil que sus personajes nos generen demasiada empatía o nos movilicen. Si sobreviven, bien. Si mueren, también. Tampoco es problema de los actores, ya que la mayoría de ellos hace muy bien su trabajo. Es a veces hasta difícil de entender los motivos por lo que sus conflictos no atrapan. Se me ocurre una posible respuesta, pero no estoy seguro de que sea la correcta. De hecho, es una respuesta que contradice la mayoría de las ideas que tengo acerca de cómo crear un drama.

Mi impresión es que son personajes demasiado mesurados, inteligentes y capaces de pensar antes de actuar, que no se dejan llevar por arranques de furia caprichosos y brutales sino que toman medidas que, al menos para ellos, son lógicas y tienen sentido. Esa relativa «madurez» de la mayoría de los protagonistas, en el contexto de una serie en la que uno espera también grandes gestas y actos desmesurados, los vuelve algo grises, más políticos que héroes (o villanos) de acción, más burócratas del poder que reyes y reinas con capacidad de liquidar un pueblo entero porque sí. Convengamos que parte del éxito de la saga creada por George R.R. Martin pasa por esos actos de locura y capricho. Y que esos hechos son los que vuelven inquietantes a las maquinaciones e intrigas de los pasillos y salas de reuniones.

En HOUSE OF THE DRAGON todos –o casi todos– tienen sus razones y su lógica para actuar cómo actúan. Hasta cuando cometen un crimen salvaje lo hacen por error, mala suerte o como una decisión consciente. Y eso, que es loable en términos de construcción dramática, le quita sorpresa e impacto a los hechos. Las dos protagonistas principales –Rhaenyra Targaryen (Emma D’arcy) y Alicent Hightower (Olivia Cooke), ex amigas ahora enfrentadas por la corona– hacen lo posible por manejarse con mesura y cuidado, tratan por todos los medios de evitar los conflictos y, cuando esos igualmente se producen, tienden a ser por culpa de los más impulsivos hombres de ambas casas. O de algunos de esos hombres. La contradicción está sobre la mesa: la mesura y la inteligencia son buenas para el mundo real, pero para una saga bélica y fantástica como esta hacen falta personajes un tanto más brutales.

LA CASA DEL DRAGON tiene pocos personajes así. Aegon, en el mejor de los casos. Y, en menor medida, su hermano Aemond Targaryen (Ewan Mitchell). Del otro lado del campo de batalla, Daemon Targaryen (Matt Smith) es lo más parecido a un tipo impulsivo y brutal, aunque lo suyo es más calculado. Pero más allá de este trío de parientes de Erling Haaland que compiten por ver quién es el goleador de este campeonato, el resto de los personajes tienen distintos tonos de olvidable gris. A diferencia de JUEGO DE TRONOS, que tenía una veintena de personajes distintivos y memorables en los diferentes escenarios en los que transcurría la trama, esta precuela con suerte llega a la media docena (los cinco mencionados y Otto Hightower, interpretado por Rhys Ifans), mientras que el resto de los que la atraviesan –incluyendo otros hijos, nietos, parejas, hermanos o todo eso junto a la vez de los protagonistas– apenas son distinguibles entre sí. Los dragones, de hecho, son más reconocibles.

A falta de que los personajes logren darle carnadura dramática a la intriga política –por momentos la tiene, en especial en una gran escena al final del episodio tres–, lo que la saca de la prolija medianía son los actos crueles, violentos e inesperados con los que, por lo general, cierra cada episodio de los cuatro que fueron adelantados a la prensa. De la primera temporada hay una muerte que vengar y ese hecho pasará a ser el disparador de la escalada inicial del conflicto. Y la mecánica seguirá siendo similar en los siguientes, hasta que la guerra pura y dura se vuelva prácticamente inevitable, más con los dragones esperando en las gateras.

Todas las escenas fuertes y violentas están bien manejadas y acrecientan la expectativa ante el episodio siguiente, pero la serie no tarda en caer en la medianía mientras uno espera algún acto brutal o inesperado que suele llegar en los 15 minutos finales. Y así, una y otra vez. Acá faltan elementos que tensionen el relato a cada paso (hay uno, de índole sexual, que llamará la atención de varios, pero no sé si cuenta). No están las amenazas sobrenaturales de JUEGO DE TRONOS y a nadie se le da por tirar a otro desde una ventana porque sí. Si el espectador no se pone nervioso esperando lo peor en cualquier momento es evidente que hay algo esencial que falla y que debilita todo el proyecto . Es casi la regla número uno del suspenso.

Dicho esto, quizás los espectadores que lleguen a la serie cargando a los personajes de expectativas y conociendo sus actos por haber leído los libros puedan preocuparse más por lo que les pasa. Es que, insisto, todo o casi todo en la serie está bien construido y no hay nada reprochable per se. Si uno le pone ese condimento extra que le falta, quizás todo le cierre mejor que a un espectador casual que espera que los personajes lo convoquen a partir de lo que hacen en la serie en sí y no en función de lo que saben de ellos por haber leído FIRE & BLOOD. Aunque sea incómodo compararla todo el tiempo con JUEGO DE TRONOS, aquella serie durante varias temporadas logró atrapar a fans de las novelas de Martin y a los recién llegados. En HOUSE OF THE DRAGON esa magia se produce poco, a cuentagotas. Con eso –y sus fogosos dragones– le alcanza para funcionar, para seguir adelante. Pero raramente para atrapar.