Estrenos: crítica de «Club Cero», de Jessica Hausner
Esta ácida comedia dramática se centra en una profesora de «Alimentación Consciente» y sus alumnos, que la siguen en sus propuestas cada vez más radicales.
Mucha agua bajo el puente parece haber pasado desde que Jessica Hausner hizo LOURDES, su excepcional película de 2009. Quizás sean las modas contemporáneas instaladas por directores como Yorgos Lanthimos o Ruben Östlund, presidente del jurado, esa irónica, áspera y brutal manera de pegarle a la burguesía europea supuestamente progresista. O ese costado áspero y tan austríaco que tiene su película se relaciona con el hecho de que el productor no es otro que Ulrich Seidl, cuyos ángulos de cámara y modos de puesta en escena por momentos Hausner parece imitar. Lo cierto es que el nivel de inteligencia crítica que tenía aquella película parece haber descendido hasta el más banal cinismo y la ironía gratuita que embarran a los temas interesantes que trata su película CLUB CERO.
Nadie duda de que es algo fuerte y relevante lo que se trata acá: las presiones sociales que viven los adolescentes, la radicalización de ciertos grupos, las modas peligrosas que se generan por las redes sociales y la manera en la que ciertos tópicos importantes de la época son banalizados desde la militancia performática. Pero todo eso queda en la periferia, como algo no del todo explorado, o tapado por la manera en la que la película de Hausner, como los directores antes citados, se pone por encima de sus personajes, los ridiculiza, los trata de tarados, de personas incapaces de tener alguna idea propia. Sigue el sistema Östlund a la perfección: es crítica social por la vía del chiste malo, por burlarse de sus personajes y de sus supuestas críticas sociales hasta dar como resultado, a fin de cuentas, una película en extremo conservadora.
En el estilo frío y desafectado propio de este tipo de cine que convierte a sus personajes en marionetas de sí mismos, CLUB ZERO empieza con la llegada a una moderna escuela pupila inglesa de la Srta. Novak (Mia Wasikowsa), una joven mujer que da un curso sobre «Alimentación Consciente» y tiene siete alumnos en su clase, todos ellos preocupados por el tema desde distintos ángulos, representativos de las problemáticas adolescentes (y no solo adolescentes) del momento. Una está para luchar contra el cambio climático, otra contra el consumo, otra quiere verse bien, otro para competir deportivamente y así. Cuando abren la boca Hausner nos dice todo: estos chicos son bastante idiotas.
Pero no solo los chicos. Los padres son aún más idiotas que ellos. Todos millonarios o con mucho dinero, encantados de que sus hijas e hijos hagan este tipo de cursos, son una parodia del burgués un tanto progresista que se ocupa de «causas nobles» porque tiene todos los problemas reales resueltos. «El problema que tenemos acá es que hay mucha comida», dice una de ellas, justificando su decisión de comer menos. Bueno, claramente todo esto no sucede en el Tercer Mundo.
El curso de Novak consiste en eso: aprender a comer menos y más despacio y todavía menos que eso y así, hasta, bueno, ya se imaginan. Y los momentos supuestamente humorísticos que surgen de esas situaciones no solo son muy grotescos sino que ni siquiera están bien resueltos o aprovechados (sí, hay vómitos y esas cosas). Mi impresión es que Hausner no tiene instintos cómicos y sus «bromas» no funcionan casi nunca. Aún si funcionaran la película sería bastante impresentable, pero ni siquiera sale bien parada por ahí. Todo se irá volviendo más desagradable, cruento, cínico y peligroso cuando la Srta. Novak empiece a dar evidencias de que, más que un curso sobre aprender a comer, lo suyo es una especie de secta religiosa.
De vuelta, los temas que trabaja CLUB ZERO necesitan tratarse. La manera en la que muchas personas –no solo adolescentes– son cooptadas online por bajadas de línea ideológicas que suenan sensatas y lógicas en los papeles (cuidar el medio ambiente, bajar el consumo, ponerle límites al capitalismo) pero luego tienden a convertirse en algo parecido a los cultos religiosos es algo muy real. Y la película apunta a eso, que afecta especialmente a jóvenes frágiles que necesitan un propósito, identificarse con una idea o una persona.
Pero el problema de la película no es ése –hay mucha tela para cortar por ahí y, utilizando otro tipo de tono, la película podía haber funcionado mucho mejor–, sino que Hausner termina desentendiéndose del asunto al hacer funcionar todo lo que vemos en un universo habitado por un montón de grotescos imbéciles. De esa manera, todo espectador que consume la película puede «separarse» de lo que ve sin sentirse interpelado directamente. «Yo no soy tan estúpido como ellos, jamás podría hacer una cosa así«, dirán. Y sí, podrían.