Estrenos online: crítica de «La sombra del comandante» («The Commandant’s Shadow»), de Daniela Völker (Max)

Estrenos online: crítica de «La sombra del comandante» («The Commandant’s Shadow»), de Daniela Völker (Max)

El nieto del comandante de Auschwitz enfrenta a su padre respecto a lo que sucedía en ese campo de exterminio nazi mientras él, siendo pequeño, vivía al lado. Estreno de Max.

La cercanía del estreno de ZONA DE INTERES, la impactante película de Jonathan Glazer, le agrega a la historia que cuenta LA SOMBRA DEL COMANDANTE un inesperado golpe de actualidad que se suma a la intrínseca fuerza que tiene el relato. El film de Daniela Völker tiene como uno de sus protagonistas principales a Hans Jürgen Höss, quien durante la Segunda Guerra Mundial era un niño que vivía con su familia al lado de Auschwitz. Su padre era Rudolf Höss, el comandante de ese campo de exterminio. Y, de una manera bastante similar a la que se vio en la película ganadora del Oscar a mejor film extranjero, tenían una vida que se parecía bastante a la normal sin saber –los niños al menos– lo que sucedía apenas unos metros más lejos, del otro lado de un muro.

LA SOMBRA DEL COMANDANTE no intenta ser solo una descripción o comparación entre la ficción y la realidad, sino que se centra en el hijo de Höss y su familia, por un lado, y en una sobreviviente de Auschwitz y su hija, por otro, para relatar esas experiencias y analizar cómo continuaron viviendo en cada caso. El que «saca los trapitos al sol» es Kai Höss, nieto de Rudolph y pastor religioso que vive con culpa y vergüenza ser descendiente directo de quien él mismo llama «el mayor asesino de masas de la historia», ya que en el campo mataron a 1,1 millón de personas. Y buena parte de la película lo sigue a él en conversaciones con su padre acerca de las experiencias en Auschwitz, de su relación con su propio padre, de lo que sabían, lo que no, y –acaso más importante que eso– cómo siguió su vida.

En paralelo Völker cuenta otra historia que en un principio puede parecer marginal a la trama central ya que la corre un poco del eje, pero luego prueba ser importante para las ideas a las que quiere llegar la película. Se trata de una relación similar, en este caso materno-filial, la que hay entre Anita Lasker-Wallfisch –quien sobrevivió a Auschwitz por ser parte, como celista, de la banda de música que era obligada a tocar diariamente allí– y su hija Maya. Hay un elemento más que se suma a las conexiones. Tanto Hans Jürgen como Anita, los que experimentaron aquello (de modo muy distinto, claro está), no quieren hablar demasiado del tema, prefieren que el pasado quede en el pasado y seguir con sus vidas. Sus hijos, en cambio, quieren cerrar traumas, hacerlos enfrentar sus distintas experiencias.

Más allá de las conexiones que hay aquí con la película de Glazer, lo más impactante del documental pasa por lo desinformado que está, o dice estar, Hans Jürgen, respecto a lo que sucedió en Auschwitz. Su padre, de hecho, escribió un libro contando sus experiencias como organizador y director del campo, pero él asegura no conocer siquiera su existencia. Por insistencia de su hijo, el hombre de a poco empieza a correrse el velo negador que ha llevado puesto por ocho décadas, leyendo el libro e interiorizándose en el tema. Eso lo lleva a visitar a su hermana, que también experimentó las mismas cosas que él, pero la mujer tiene una serie de respuestas más brutales que dejan en claro que tanto la negación del Holocausto como el antisemitismo siguen muy vivos.

Para Hans Jürgen es muy difícil pensar que su padre, ese tipo amable y simpático que recuerda de la casa en Auschwitz –con juegos, piscina y jardín– es el brutal asesino de los libros de historia, algo que Kai sí tiene muy en claro. Kai le podrá decir las cosas que hizo y mostrar imágenes del campo, pero al hombre le cuesta salir de la negación, la misma que sus mayores mostraban en ZONA DE INTERES. Era su padre y lo quiso mucho. De lo otro prefiere no saber o meterlo en el cajón de «cumplía órdenes». A Kai, por su parte, lo corre otro tipo de culpa, una generacional. No conoció a su abuelo pero sabe que su apellido tiene connotaciones obvias y le resultan una carga psicológicamente inmanejable. Da la impresión que el hombre, mediante la religión, intenta algo así como «salvar su alma», limpiar la línea familiar de los horrores cometidos por su abuelo.

El caso de Anita y su hija es menos revelador, ya que la mujer –de carácter fuerte y muy entera para su edad– tiene muy en claro qué es lo que sucedió, lo mismo que su hija. La diferencia entre ellas –y lo que la lleva a conectarse, en más de un sentido, con Hans Jürgen– es que no le gusta el papel de víctima, no tiene más ganas de revisar el pasado y prefiere vivir su vida en Londres, en donde está radicada, con tranquilidad. De hecho, habla casi todo el tiempo en inglés y solo al final en alemán. Anita hablará de otro tipo de negación: la de su propio padre, que creía que Adolf Hitler no iba a hacer lo que finalmente hizo y prefirió quedarse en Alemania aún teniendo la posibilidad de irse antes del comienzo de la guerra.

Todo llevará (SPOILER ALERT, si es que cabe en estos casos) a la organización de una serie de encuentros entre ellos, uno de los cuales será en Auschwitz –lugar al que Hans no había entrado nunca y ya verán lo que pasa con Anita– y otro en Londres, en la casa de la mujer, en donde la sobreviviente del campo de concentración se sentará a conversar con el hijo del responsable de la muerte de toda su familia. Será un momento fuerte y emotivo, por distintas razones. Una de ellas es la sensación que atraviesa toda la película de que la posibilidad de que algo así vuelva a suceder no es tan inimaginable. Si los propios hijos de Rudolph Höss, el comandante de Auschwitz, dicen no saber (o, en un caso, no creer siquiera que sea cierto) qué es lo que pasaba allí, ¿qué se puede esperar de los demás?