Estrenos online: crítica de «Mi nombre era Eileen» («Eileen»), de William Oldroyd (Max)
Este drama de suspenso se centra en los extraños caminos que toma la relación entre dos mujeres que trabajan en una cárcel en 1964. Con Anne Hathaway y Thomasin McKenzie. En Max desde el 5 de julio.
Un film noir oscuro y perturbador, EILEEN se basa en la novela homónima de Ottessa Moshfegh y se centra en la relación entre dos mujeres que se involucran juntas en una complicada situación que de a poco va develando su carácter policial. Son las actuaciones de Thomasin McKenzie y, especialmente, Anne Hathaway, las que le dan a la nueva película del realizador de LADY MACBETH algo así como un tono entre glamoroso y extraño, propio de un drama que transcurre en 1964.
Eileen Dunlop (McKenzie, la actriz de neocelandesa de JOJO RABBIT) trabaja en la oficina administrativa de una prisión y vive con su padre, un ex policía alcohólico (Shea Whigham) que la maltrata y agrede. A su gris trabajo, en el que nadie le presta atención o la respeta, llega una nueva supervisora que altera su vida cotidiana. Ella es Rebecca Saint-John (Hathaway, como el nombre de su personaje invita, en plan diva de película de los años ’50) y es elegante, atractiva y refinada, todo lo opuesto de la tranquila y modosita Eileen, que solo «manifiesta» sus deseos en sus sueños o en privado, cuando nadie la ve.
Las dos se hacen amigas, Eileen empieza a imitar a su nueva colega (se empieza a vestir mejor, a fumar elegantemente) y ambas se ven involucradas en el caso de uno de los detenidos en el lugar, un atribulado joven acusado de matar a su padre que abusaba de él, y su conflictiva madre (una excelente Marin Ireland). Pero cuando la cosa parece derivar en una suerte de romance a lo CAROL aparece un elemento que la lleva directa e inesperadamente al policial más duro, casi al film de terror, con Rebecca involucrando a la joven Eileen –a la que supone un alma gemela en ciertas cosas– en un asunto más que comprometido.
Con ecos del cine negro de la época de oro y una cierta frialdad en el tono que la hace funcionar más como ejercicio de estilo que como un film que compromete al espectador emocionalmente, MI NOMBRE ERA EILEEN (tal fue el nombre con el que se conoció la novela en castellano) es una historia de deseos, de manipulación emocional y cómo eso genera que los personajes empiecen a sacar afuera ciertas zonas oscuras que antes escondían o disimulaban. A partir de ciertas revelaciones de parte de Rebecca, Eileen va llegando a lugares que hubieran sido inimaginables poco antes de conocerla.
Con un formato propio del cine clásico, una fotografía (de Ari Wegner, la misma de EL PODER DEL PERRO), una banda sonora (de Richard Reed Parry, miembro de Arcade Fire, a la que se suma canciones clásicas) y un diseño de producción –incluyendo créditos– que transportan al espectador no solo a la época en la que transcurre la acción sino a las películas de entonces (un tono entre hitchcockiano y de oscuro drama británico de los ’60), MI NOMBRE ERA EILEEN es un cuento de suspenso que puede no impactar como pretende hacerlo, pero que seguramente dejará una sensación extraña e incómoda en el espectador.