Series: crítica de «La mujer en el lago» («Lady in the Lake»), de Alma Har’el (Apple TV+)

Series: crítica de «La mujer en el lago» («Lady in the Lake»), de Alma Har’el (Apple TV+)

En esta miniserie, que se ambienta en el Baltimore de los años 60, un asesinato sin resolver empuja a una ama de casa a reconducir su vida como periodista de investigación. En su camino se cruza con una mujer trabajadora que hace malabarismos con la maternidad.

El concepto «serie prestigiosa» pasó de ser un término favorable a uno bastante crítico, dejó de representar la idea de que un show televisivo podría tener el valor o la respetabilidad de una película para convertirse en algo así como un compendio de recursos y estereotipos que, una vez establecido el formato, ya le son propios. Dicho de otro modo: lo que en algún momento fue algo más o menos original y creativo hoy ya tiene mucho de fórmula. Y dentro de ese formato aparece un apartado aún más específico: la serie prestigiosa de autor, con sus propios beneficios y libertades, pero también con sus riesgos y problemas.

LA MUJER EN EL LAGO es algo así como la representación más cabal de este nuevo modelo narrativo y estético, en su versión más estrictamente autoral. Creada y con todos los episodios dirigidos por Alma Har’el, realizadora israelí de videoclips, comerciales y una extraña aunque interesante película llamada HONEY BOY con Shia LaBeouf, la miniserie de siete episodios se basa en la novela homónima de Laura Lippman, celebrada autora de Baltimore (y ex esposa de David Simon, creador de THE WIRE, la serie canónica de esa ciudad) y tiene como protagonista nada menos que a Natalie Portman. Pero más allá de ser una adaptación de un best-seller, LADY IN THE LAKE pone en juego todos los recursos del concepto antes citado: es una serie con muchas marcas autorales que peca de muchos de los problemas que este tipo de series pueden tener.

El punto de partida deja en evidencia los dos caminos que la serie irá a tomar: el suspenso más o menos clásico respecto a la sospechosa muerte de dos mujeres y un riesgo estético que empieza con la voz en off de una persona que está muerta para llegar de a poco a un terreno en el que el artificio y otros idiosincráticos modos de la realizadora se hacen más y más presentes en el relato. La novela podía haberse adaptado de un modo más tradicional y convertido en una interesante trama de misterio, de conflictos raciales y de género en la Baltimore de mediados de los ’60. Pero Har’el aspira a que su serie sea más que eso y todo lo que le agrega para expandirla en sus significados en realidad la empequeñece, la limita.

Maddie Schwartz (Portman) es una mujer judía, casada y ama de casa en apariencia convencional de Baltimore, que tiene un hijo y una vida que es tan cómoda como rutinaria. En paralelo la voz de Cleo Sherwood (Moses Ingram), una mujer afroamericana, nos cuenta su propia historia, encadenándola desde el texto a la de ella. Nos dice, de entrada, que está muerta y que Maddie se obsesionaría con su vida y con descubrir quién la mató. Pero para llegar a eso falta mucho. Antes habrá otra chica muerta que servirá como la chispa que termine por convertir a Maddie de esa triste ama de casa en una mujer separada con la ambición de ser periodista de investigación.

LADY IN THE LAKE narra en paralelo esos dos procesos de liberación. El de Maddie empieza cuando la comunidad judía de Baltimore en la que vive se conmueve por la desaparición de Tessie, una chica de once años. En pleno shock, Maddie termina hartándose de los controles de su marido Milton (Brett Gelman) y decide mudarse sola. Sin mucho dinero, alquila un pequeño departamento en el barrio más pobre de la ciudad, en el que viven casi todos afroamericanos. En una de las salidas para buscar a la niña, es ella la que la encuentra muerta, tirada en un lago, y luego ayuda a la policía y a la prensa en la búsqueda de un sospechoso. Ese radical cambio de vida –además empieza a tener un affaire amoroso con un policía negro– le fascina, a tal punto que se obsesiona con convertirse en una periodista del diario local.

A la par, Cleo toma distancia de su propio marido, un comediante de stand up llamado Slappy (Byron Bowers) y trata de arreglárselas con sus hijos, uno de los cuales está bastante enfermo. Cleo trabaja como asistente del dueño de un club nocturno local (lo interpreta Wood Harris, que supo encarnar al mafioso Avon Barksdale en THE WIRE), un tipo que maneja, en paralelo, un negocio de apuestas ilegales del que ella lleva «los números». En medio de todo esto, algunas personas de la comunidad afroamericana tratan de luchar por los derechos civiles –además de limpiar el área de negocios turbios– mientras que otros prefieren que todo siga como está. Y en ese tironeo, rodeada en el club de tipos peligrosos y matones, está Cleo.

LA MUJER EN EL LAGO narra dos historias que se cruzan, durante la primera mitad de la serie, solo en términos temáticos y recién más adelante en lo específicamente narrativo. Y los temas en común están ligados a las cosas que ambas comparten y las que no. Lo primero pasa por el rol de la mujer y las limitaciones que ambas encuentran tanto para su desarrollo personal como laboral: el intenso hijo adolescente de Maddie (Noah Jupe, de UN LUGAR EN SILENCIO) no acepta que ella haya dejado a su padre y le hace la vida imposible, mientras que Cleo se ve obligada a aceptar trabajos que no querría hacer para mantener a su familia. A las dos las une también algo que se irá dejando en evidencia de a poco, a través de flashbacks: un montón de traumas y de ilusiones de infancia que, por los deberes como madre y esposa, no pudieron cumplir.

Y por otro están las diferencias: no es lo mismo el racismo y la marginación que caen sobre Cleo y todo su mundo que lo que le sucede a Maddie y el suyo, por más que sea judía. El caso de los asesinatos lo deja en evidencia. La desaparición de la niña blanca es cubierto por todos los medios y moviliza a la policía y a las autoridades, mientras que de la muerte de Cleo solo se ocupa la prensa para «la gente de color». En medio de los dramas de ambas mujeres Har’el lidia con otras cosas: el conflicto de Ferdie (Y’lan Noel), el policía amante de Maddie que quiere mantenerse limpio en una organización corrupta; la complicada situación de un sospechoso de la muerte de la niña (Dylan Arnold), y los personajes entre pintorescos y complicados del periodismo local, como el editor Bob Bauer (Pruitt Taylor Vince).

Si bien hay drama suficiente allí para siete o hasta más episodios –además de unas cuantas vueltas de tuerca imprevisibles–, Har’el decide marcar el territorio con decisiones estéticas que tienen algo de su pasado en el mundo de los videoclips: incorporando escenas oníricas, situaciones extrañas en las que no se sabe qué es real y qué no, en las que aparecen desde el Holocausto hasta números musicales (hay un episodio que es un festín de traumas que surgen por la vía de las pesadillas) pasando por otros caprichos y/o marcas de estilo que raramente funcionan y que solo agregan tiempo, confusión y una manera falsamente lírica de cómo encarar una historia que tiene más secretos que los que se dejan ver.

Esas decisiones la llevan a dejar hilos y subtramas de lado –el conflicto de Maddie con su hijo es uno de ellos, la enfermedad del hijo de Cleo es otro y un potencial interés romántico de Maddie con otra chica, encarnada por Mikey Madison, es un tercero– con el objetivo de que la serie cobre una especie de vuelo poético que nunca realmente alcanza. A favor tiene un gran elenco, con Portman manejando muy bien un personaje que es más ambiguo de lo que parece, mientras que Ingram lidia con mucha dignidad y carisma con uno que tiene sus propias e inesperadas contradicciones. Además, el plus de una banda sonora que incluye varios temas cantados por Nina Simone, Peggy Lee, Shirley Bassey y algo de góspel.

Si bien Har’el deja en claro que hay mucho de representación y de falsedad en el universo que muestra –nunca se oculta por ejemplo que la calle principal está filmada en un estudio–, nada de lo que hace en ese sentido agrega demasiado. La gran mayoría de las decisiones «autorales» parecen más un capricho que otra cosa. Y si bien los caprichos pueden ser fascinantes en una serie –vean sino lo que hizo David Lynch en TWIN PEAKS–, los de LA MUJER EN EL LAGO no aportan demasiado. Más bien quitan. Por querer hacer a la serie «volar», por momentos casi que consigue hundirla abajo del agua y dejarla ahí, junto a los cadáveres.