Series: reseña de «La casa del dragón – Temporada 2/Episodio 6», de Ryan Condal, George R.R. Martin y Andrij Parekh (Max)
Las cosas empiezan a despabilarse para acercarse al final de la inteligente pero un tanto tediosa segunda temporada de la serie basada en las novelas del autor de «Juego de tronos». En Max.
Mientras Daemon (Matt Smith) sigue estacionado hace varios episodios en Harrenhal viviendo una alucinación tras otra en un loop que empezó siendo más o menos atractivo pero que se volvió ya agotador, pasan cosas en el resto del «mundo conocido» de LA CASA DEL DRAGON. Luego del parate casi a punto muerto que fue el Episodio 5 –que lidió con las consecuencias de la gran batalla entre dragones del episodio anterior, con sus muertos y quemados–, las cosas empiezan a activarse. De a poco, es cierto, pero al menos alcanza a dar la impresión de que habrá algo más de acción para los dos episodios finales.
En King’s Landing, el Príncipe Aemond (Ewan Mitchell) se ha hecho cargo, de facto, de manejar las cosas ante el estado semivegetativo de su hermano, el Rey Aegon (Tom Glynn-Carney). Ya en la primera reunión de «consorcio» termina echando a su madre Alicent (Olivia Cooke) y más o menos exigiéndole que se vaya a casa a planchar la ropa. Y poco después, cuando el quemado de su hermano parezca reaccionar a sus heridas –y aún estando en un estado decididamente opiáceo–, le dirá más o menos lo mismo: sobreviviste pero no pienses que volverás a gobernar mientras yo esté a cargo. El tipo tendrá un solo ojo para mirar, pero compensa actuando con el resto del cuerpo. Ya verán cómo…
En Dragonstone, en tanto, Rhaenyra (Emma D’Arcy) no tiene mejor idea que pedirle a Ser Steffon (Anthony Flanagan) que arriesgue su vida e intente montar a Seasmoke, un dragón sin jinete. Le dice que es riesgoso pero Steffon le agradece, se emociona y va, más temeroso que confiado, con intenciones de subirse al lindo gatito. Y digamos que el asunto no termina demasiado bien y Rhaenyra termina escapándose a las corridas de las llamas que lo engullen. Seasmoke irá luego, por motu propio (o eso parece) a buscar un nuevo jinete. Y lo encontrará, aunque el destinatario de su cariño «familiar», Addam (Clinton Liberty), no se de mucha cuenta que el bicho está tratando de ser afectuoso.
En medio de otros asuntos que resultan un tanto indescifrables para los que no llevamos «Fire & Blood» bajo el brazo mientras vemos cada episodio (sí, por ahí están los Lannister viendo a quien apoyan), otra acción fuerte del capítulo estará ligada a otro escape: es el de Alicent, cuando su propio pueblo se vuelve contra ella a partir de una inteligente movida de Rhaenyra que solo busca sembrar divisiones entre los «verdes». A ella no le queda otra que fugarse en medio de un motín que, por esos milagros del audiovisual, nadie parece poder acercársele aún sin casi guardias a su alrededor. Queda más claro que nunca que eso de pasear por la peatonal una cabeza de dragón parece que no fue una buena decisión. Y hambrear a su gente, menos.
Y mientras Daemon parece que se va a ir pero finalmente no se va de Harrenhal –y vuelve a tener otra pesadilla que habría que enviar por cuervo a algún tatarabuelo de Freud–, pasa algo que es más simpático que shockeante, pero que generará mucho meme y coso en las redes (SPOILER ALERT). Rhaenyra y Mysaria (Sonoya Mizuno, que siempre parece estar un poco dopada) se abrazan, se contienen emocionalmente y, al final, se besan. El momento de pasión no llega a mayores porque, ¿cuándo no?, un grandote con armadura y detector de actividad lésbica golpea y abre la puerta parándolo todo. Pero suponemos que seguirá. Es que si los dragones no salen, los hermanos y primos se pelean en cuartos oscuros y la guerra nunca llega, nos quedará entretenernos con la novela romántica en el corazón de Dragonstone.