Estrenos: crítica de «El reino de Kensuke», de Neil Boyle y Kirk Hendry
Este film de animación se centra en la novela de Michael Morpurgo acerca de un niño que tiene un accidente en altamar y termina en una isla aparentemente desierta. Estreno: 22 de agosto.
Utilizando los recursos de la animación en 2D y un tipo de historia que se lleva muy bien con ese clasicismo formal, EL REINO DE KENSUKE es una adaptación del homónimo libro para niños de Michael Morpurgo, de 1999, escrito por el reconocido guionista Fran Cottrell-Boyce. Se trata de un texto sencillo, al que se le aplica muy bien la expresión «para toda la familia», ya que se mueve –en términos de trama, tono, velocidad y personajes– con un tipo de modelo narrativo de hace ya varias décadas, cuando los padres de los niños de hoy eran chicos. O aún antes.
La novela del autor de CABALLO DE GUERRA, que fue llevada al cine nada menos que por Steven Spielberg, está bastante respetada en la adaptación, más allá de algunos recursos literarios que fueron eliminados. El protagonista es un niño de once años llamado Michael (se asume que es el propio autor, Morpurgo), que se embarca con su familia –sus padres y su hermana adolescente– con el plan de recorrer el mundo entero en un barco. Y el chico cuela en la pequeña embarcación a su perro, que en el libro se llama Stella Artois pero aquí, por motivos comerciales seguramente, solo le quedó Stella.
En medio de una tormenta que los agarra en la zona de Australia, y por cuidar del perro en cuestión, Michael y Stella caen del barco y van a parar a una isla aparentemente desierta. Pero pronto descubren que alguien les ha dejado agua y comida en una mesa y se ponen a investigar quién es. De a poco llegarán al escurridizo Kensuke (con la voz de Ken Watanabe en el original), que se muestra inicialmente distante, un tanto desconfiado e incapacitado para comunicarse por un tema de lenguaje. Kensuke es, obviamente, japonés.
La película se irá centrando en la relación que Michael establece con Kensuke y en las aventuras que viven ahí con un mundo animal con el que conviven muy íntimamente. También podremos conocer qué llevó a este estoico hombre japonés a terminar viviendo en ese lugar y de esa manera a la Robinson Crusoe. En medio de todo esto surgirán algunos peligros, internos y externos, para los que tendrán que combinar fuerzas y voluntades, más allá de las limitaciones idiomáticas.
Enfrentando al mundo salvaje y animal al humano –cruel y brutal–, la dupla se irá conociendo también a través de sus historias, que los realizadores literalmente dibujan a modo de sketches en papel. En la que quizás sea la mejor escena de EL REINO DE KENSUKE vemos qué fue lo que llevó al hombre a pasarse lo que parece ser más de medio siglo en ese lugar, haciéndose «amigo» de los chimpancés y orangutanes, y sanando sus heridas del pasado.
A diferencia del libro –en el que ambos aprenden a comunicarse un poco en inglés–, acá es poco lo que hablan y lo que saben el uno del otro, por lo que ciertos giros narrativos de la historia original están reducidos al mínimo, en especial cuestiones políticas y económicas ligadas al pasado familiar de ambos. Se entiende, más que nada, porque esta es una adaptación con el público infantil en la mira y esas otras subtramas quizás suenen un tanto ajenas al centro puro y duro de la acción. Pero su ausencia, de todos modos, termina resultando un problema ya que los personajes aparecen como más genéricos y prototípicos de lo que realmente son.
Pero fuera de esas limitaciones, es la ausencia de los acelerados montajes y la musicalización intrusiva del cine de animación de estas últimas décadas lo que hacen que EL REINO DE KENSUKE sea algo así como un bálsamo para los amantes de este tipo de películas en sus modos formalmente más clásicos. Con la voz de Sally Hawkins y Cillian Murphy como los progenitores de Michael (si es que la ven en inglés, aunque no imagino que haya copias así), y con la compleja historia del siglo XX como trasfondo temático, este film de animación inglés es un pequeño deleite de principio a fin.