Estrenos: crítica de «La viuda de Clicquot» («Widow Clicquot»), de Thomas Napper
Este drama se centra en la viuda de un productor de champagne que, a principios del siglo XIX, lucha contra la sociedad francesa de la época para mantener el control de la compañía. Con Haley Bennett, Sam Riley y Tom Sturridge. Estreno: 22 de agosto.
La historia de Barbe-Nicole Clicquot, históricamente conocida como «Veuve Clicquot», es una de las más adaptables al creciente subgénero de historias de mujeres pioneras en distintos ámbitos laborales usual o tradicionalmente reservados para hombres. A principios del siglo XIX la mujer enviudó súbitamente y aún siendo muy joven de su marido, François Clicquot, y tuvo que pelear contra las costumbres, leyes y la lógica de una época machista para poder seguir al mando de la empresa de champagne que continúa en existencia, fama y éxito hasta el día de hoy.
LA VIUDA DE CLICQUOT utiliza, a la vez, formatos de otros dos subgéneros de relativa popularidad. Uno es el relato de época en las campiñas francesas, con historias de amor, desamor, traición, bellos paisajes atravesados por viñedos y romance a la luz de las velas. Y el otro es uno, hoy bastante de moda, que narra historias de empresas que tomaron arriesgadas decisiones en momentos determinados de su existencia y lograron triunfar contra todos los pronósticos. Así que, resumiendo, la película de Napper es como si se contara la historia de Nike pero en la Francia napoleónica y con una mujer luchando no solo por presidir la empresa sino, fundamentalmente, por cambiar las costumbres y renovar todo el mercado.
La película cumple con los propósitos y convenciones de esos tres tipos de películas juntas –o lo intenta– pero, contradiciendo lo que plantea, raramente se sale de los formatos establecidos, respetando los códigos de este tipo de películas al extremo, en especial todo lo relacionado con su costado «girl power». Lo más curioso de WIDOW CLICQUOT (el título original es en inglés porque la película es británica y hablada en inglés por más francesa que sea la historia, el personaje y la industria del champagne) es que arranca con la muerte de François y, en lugar de avanzar con la trama de ahí en adelante, se bifurca en dos tiempos distintos.
Interpretada por Haley Bennett –de negro y apesadumbrada en su presente como viuda, de blanco y algo más risueña en el pasado–, Barbe acaba de enviudar de un marido (Tom Sturridge) apasionado por sus vinos, por su mujer y por la vida en general. François era un tipo intenso y un poco chiflado que le hablaba y cantaba a las viñas, que era exigente en su producción, amaba a su mujer pero parecía a la vez tener un amante hombre, un tipo llamado Louis Bohne (Sam Riley) que funcionaba como su «vendedor internacional» y que la historia recordará como el encargado de abrir el mercado ruso para el champagne francés. A lo largo de una serie de flashbacks se irá contando la relación entre ellos tres en pleno desarrollo de la compañía, con las complicaciones en la salud de su dueño.
Tras la muerte de su marido, Barbe tiene que enfrentar a su suegro, Philippe (Ben Miles), que quiere quedarse con la compañía y vendérsela a la entonces creciente empresa de la familia Möet, pero también a las leyes napoleónicas de la época que impedían que una mujer sea dueña de un negocio. Hay otros problemas también: la prohibición del propio Napoléon de exportar champagne en medio de las guerras, una serie de errores propios que arruinan un par de envíos y los dejan al borde de la bancarrota y las propias dudas de Barbe, que no sabe si podrá manejar todo. En el medio de todo eso, el previsible duelo que se mezcla con un inesperado romance en potencia.
La película de Napper (director de JAWBONE, pero también encargado de la segunda unidad de películas como ORGULLO Y PREJUICIO y ANNA KARENINA, ambas de Joe Wright, el marido de Bennett) avanza sin prisa y sin pausas, utilizando por momentos un mecanismo que se asemeja al de lectura de cartas, además de montajes encadenados entre pasado y presente para intensificar un poco la quietud de la trama, algo que también logra al mostrar la creciente locura de François y la brusquedad del trato que la chica recibe por todos lados. Es que salvo Bohne y su contador, pocos creen que Barbe consiga salirse con la suya. Y la chica tiene que luchar contra todo y todos, incluyendo sus propios temores.
El problema de LA VIUDA DE CLICQUOT, uno que se ha vuelto habitual en buena parte del cine «feminista» reciente, es su exceso de corrección política, la necesidad de transformar a su protagonista en la más moderna, intensa, sensata e inteligente mujer de todos los tiempos, como si Barbe fuera una chica nacida en el siglo XXI transplantada por arte de magia 300 años antes. Nadie duda que debe haber sido una mujer valiente y creativa para superar las limitaciones y prohibiciones de su época, pero no hacía falta convertirla en una heroína tipo las de Marvel para hacerla creíble.