Venecia 2024: crítica de «Vittoria», de Alessandro Cassigoli, Casey Kauffman (Orizzonti Extra)
Una mujer de 40 años que ya tiene tres hijos propios se obsesiona con adoptar una niña e inicia los procedimientos pese a no contar con el apoyo de su familia.
Provenientes del mundo del documental y del periodismo político, respectivamente, Alessandro Cassigioli y Casey Kauffman parecen una extraña pareja para casi todo, especialmente para hacer un drama acerca de las dificultades de una mujer napolitana para adoptar una niña. Pero esta rara dupla ya ha hecho varios films –documentales, ficciones y todo lo que hay en el medio– y muchos se acercan a contar dramas humanos con un registro propio de las personas que trabajan apegada, o un poco más cerca al menos, de la realidad.
Y eso es lo mejor que tiene VITTORIA, una película que transmite verdad a lo largo de sus breves pero intensos 80 minutos, un drama que tiene como eje los intentos de adopción de una pareja –más que nada, de la mujer– pero que puede ser visto también como un retrato de una familia, de una serie de costumbres, de un modo del habla (dialecto napolitano profundo, incomprensible aún para los que entendemos algo de italiano) y hasta del campeonato de calcio ganado por el Napoli hace poco más de un año.
La protagonista es Jasmine, una mujer de 40 años, que está casada y tiene tres hijos, uno de los cuales trabaja con ella en la peluquería que tiene. Jasmine está obsesionada, a partir de un sueño que ha tenido en el que veía a una niña correr hacia ella, con adoptar una nena. Pero es un proceso nada sencillo por motivos muy diversos. Por un lado, ya tiene tres hijos grandes y ninguno parece muy entusiasmado con el asunto. Y su marido menos aún: no entiende ni el motivo ni la necesidad. Si a eso se le agregan una larga serie de factores burocráticos –conseguir los permisos, ser aprobados, encontrar la niña y un montón de etcéteras–, Jasmine parece estar bastante sola en su lucha.
Las tensiones internas y externas se acrecientan a lo largo del film, poniendo en peligro la estabilidad emocional y familiar de Jasmine. Y los directores parecen estar interesados en seguirla de cerca, verla en su actuar cotidiano, seguirla en sus miedos, su confusión y hasta las conflictos en los que se mete por, literalmente, seguir adelante con su sueño. Un poco como lo hacen Tizza Covi y Rainer Frimmel, que trabajan en las fronteras entre el documental y la ficción (mejor no saber exactamente cómo conectan acá esas cosas; se revelará en los créditos finales), Cassigioli y Kauffman siguen a sus personajes desde muy cerca, los acompañan sin juzgarlos, los apoyan desde una distancia justa.
Los directores de BUTTERFLY y CALIFORNIE tampoco buscan a toda costa la empatía con Jasmine, que es una mujer por momentos bastante seca, cortante y poco afecta en principio a las emociones. Y lo mismo sucede con su marido. Es por eso que, cuando la situación alcanza momentos más intensos desde ese lugar, la emoción se siente ganada, merecida, no forzada mediante golpes bajos al espectador. Y esa sensación permanece tiempo después del final del film.