Series: crítica de «Caballos lentos – Temporada 4» («Slow Horses»), de Will Smith y Adam Randall (Apple TV+)
En su cuarta temporada Jackson Lamb y su equipo de «espías de segunda línea» deben descubrir quienes están detrás de un atentado en Londres. Con Gary Oldman, Jack Lowden, Kristin Scott-Thomas, Jonathan Pryce y Hugo Weaving. Desde el miércoles 4 de septiembre por Apple TV+.
Una serie como SLOW HORSES bien podría servir como definición del concepto de «ligereza». Ese término, tan malentendido, no implica necesariamente humor, banalidad o simpleza. Está, al menos esa es mi lectura, más cerca de la gracia. La literal traducción como «poco peso» tiene más que ver con la forma que con el fondo. Una película –o en este caso una serie– es ligera desde el modo en el que se presenta y no necesariamente por los temas que trata. Es ligera porque seguramente implica un gran trabajo hacerla, pero no se nota el esfuerzo sino que se siente como algo natural. «Lo hace parecer fácil», se dice respecto a muchas personas, deportistas generalmente. Ese es el «light touch»: que la complejidad de los procedimientos queden en el detrás de escena y que lo que se presente al público se vea como etéreo, lleno de gracia, natural. Y eso es lo que logra esta serie a lo largo de sus cuatro temporadas.
Hay algo muy británico en ese tono, esa capacidad de ser mordaz, refinado, cruel, brusco y gracioso a la vez sin parecerlo, sin perder la cara de piedra, la elegancia o la sonrisa de circunstancia. Las novelas de espías ingleses suelen ser las mejores a la hora de obtener ese tono. Podrán estar llenas de complejas conspiraciones internacionales, asesinatos por todo el mundo y villanos de una crueldad épica, pero raramente la gente grita, se desespera o sobredramatiza lo que pasa. El mundo es difícil, parecen decir, pero lo mejor que se puede hacer para mejorarlo no es volverse intenso y grandilocuente sino ocuparse, y si se hace con gesto de «preferiría no hacerlo», aún mejor. O, dicho de otro modo, pareciendo que no se le da demasiada trascendencia.
SLOW HORSES funciona así. Uno puede darse cuenta, acorde pasan las escenas y los episodios, del refinado trabajo de escritura, adaptación y edición que la serie conlleva, de la dificultad de encontrar el tono y el tempo justos, de lo difícil que debe ser que sus enredadas tramas no se vuelvan incomprensibles por un espectador «de plataformas» (que, en términos generales, no suele tener la misma concentración que el cinematográfico) y de cientos de otros elementos que, combinados, permiten que ese «plato» llegue a la mesa en su punto justo de cocción. Pero pese a todo eso, sus responsables logran ser «ligeros». Lo hacen parecer sencillo.
Es una serie de tramas tan complicadas como las de John Le Carré pero que además tiene escenas de acción y suspenso más al estilo «americano» o de los films de James Bond. Es una historia seria de repercusiones políticas densas pero está contada con humor y con un protagonista que le baja en todo momento la seriedad a lo que se cuenta. Y hacer que todo eso funcione al mismo no es nada fácil. Mucha acción y se vuelve una serie simplona. Mucho enredo en pasillos del MI5 y puede ser densa y pesada. Mucho humor y es tonta. Y así, todo el tiempo. La cocina de SLOW HORSES puede ser un caos de ingredientes dispares, pero el «chef» tiene muy claro lo que quiere lograr.
En su cuarta temporada, que se basa en el libro SPOOK STREET, SLOW HORSES empieza con el asesinato de uno de sus protagonistas. No, no se asusten, no es spoiler. Es obvio, cuando lo matan, que en realidad es una trampa, surgida casualmente y aprovechada luego para hacer investigaciones. Hay dos hechos claves en el primer episodio que parecen no tener nada que ver entre sí pero que se conectarán de maneras impensadas hasta llegar a su sorpresivo desenlace. El «asesinado» es River Cartwright (Jack Lowden), a manos de su abuelo y antiguo agente del servicio secreto David Cartwright (Jonathan Pryce), que está ya muy mayor y con rasgos de Alzheimer. Pero en realidad no es tan así –ya verán lo que sucede– y River pronto viaja a Francia para intentar descifrar la verdad de lo que ahí sucedió.
En paralelo, un coche bomba entra en un shopping londinense matando a varias personas y creando el caos y el pánico en la ciudad. ¿Quién o quiénes están detrás del atentado? Bueno, eso tendrán que descifrar los del llamado «Park»; esto es, la oficina principal del MI5, manejada por Diana Taverner (Kristin Scott-Thomas), si bien en los papeles responde a un jefe bastante inútil que tiene un claro cargo político. Los del MI5 irán empezando a notar que entre los nombres de los principales sospechosos aparecen algunos que se pueden conectar… con ellos mismos.
En paralelo, como es usual, el gran Jackson Lamb (Gary Oldman, con el pelo cada vez más largo y más sucio, y con prendas que no parecen haberse lavado desde los años ’80) hará su propia investigación desde su «Slough House» –esa bolsa de agentes de segunda línea que a su manera maneja–, investigación que consiste en despistar a Diana y al MI5 para encontrar él mismo las verdaderas respuestas y no las que manipulan las autoridades. Su grupito de espías en desgracia, con sus peculiares modos, tratarán de ayudarlo a lidiar con David, a encontrar a River y a escapar de unos matones que los están buscando mientras intentan entender cómo es que una cosa se conecta con la otra.
La trama tiene sus vueltas pero en el fondo es bastante simple. De hecho, si no se entiende cada detalle del «contacto en Francia» y todo lo que eso implica no pasa nada, ya que lo central en todas las temporadas de SLOW HORSES tiene más que ver con las maneras en la que la investigación se despliega, las confusiones y, sobre todo, las relaciones entre los distintos personajes. Cada aparición de Oldman como Lamb es un deleite. Más allá de su aspecto, su alcoholismo y sus flatulencias, cada comentario suyo, cada afilada broma (hay una ligada al viejo edificio del MI5 convertido en un hotel que es brillante) y, finalmente, la inteligencia que tiene para burlar a los supuestamente más profesionales bandos que se enfrentan entre sí –digamos, los espías de carrera y los «terroristas»– lo convierte en uno los mejores personajes de los últimos años.
Basada en la serie de novelas del inglés Mick Herron –quedan muchas sin adaptar, así que habrá SLOW HORSES para rato–, la serie aprovecha también a un notable elenco que va desde los consagrados Lowden, Pryce y Scott-Thomas a cada uno de los roles en principio secundarios: Saskia Reeves como la retirada asistente Catherine Standish, su reemplazante Moira (Joanna Scanlan) y casi todos los que trabajan en la decadente «Slough House». Quizás el único defecto de la serie está en haber designado a algunos personajes con una sola característica o como «relevo cómico» permanente (como Roddy Ho, interpretado por Christopher Chung, o el nuevo director del MI5, encarnado por James Callis), lo cual hace un tanto obvia su participación y banaliza la sutileza de todo lo demás. Al combo habrá que sumarle a Hugo Weaving (MATRIX), quien interpreta un rol fundamental en la trama de la temporada.
Son seis episodios, compactos y sin «relleno» alguno (45 minutos, promedio), con una trama que avanza y engaña constantemente las expectativas de los espectadores. En esta temporada, por la propia lógica de lo que sucede (en principio, por la alicaída salud de David, pero luego por otras cosas también), la serie tendrá algunos momentos de corte más emotivo. Pero siempre enmarcadas dentro de la ligereza de la propuesta. Lo que sucede puede ser grave, duro –en cada temporada muere «uno de los buenos»– y la historia política que revela bastante horrible, pero SLOW HORSES logra crear con eso un entretenimiento fascinante, amable y, sí, ligero, de principio a fin. Ya terminada SUCCESSION acaso estemos ante la mejor serie del año.