Toronto 2024: crítica de «Fin de fiesta», de Elena Manrique (Discovery)
En esta comedia dramática española una mujer acoge a Bilal, inmigrante de Africa que se esconde en el cobertizo de su lujosa casa, pero su llegada al lugar termina volviéndose problemática.
De esas películas cuya presencia en festivales se explica más por los temas que proponen que por su factura o sus resultados, FIN DE FIESTA (cuyo título hasta hace poco era SE ACABO LA FIESTA) intenta ser un drama sobre la inmigración ilegal de Africa –Senegal, más precisamente– a España pero, en el fondo, no es mucho más que una bastante simplista comedia dramática, muy limitada cinematográficamente, cuyo principal interés pasa por echar una mirada crítica a cierta clase social pudiente y que se pretende progresista, pero que en el fondo toma a los inmigrantes más como una causa o un pasajero entretenimiento que otra cosa.
Todo comienza con la llegada al sur de España de Bilal, que «cruza el charco», se escapa de la persecución de las autoridades y va a dar con sus huesos al cobertizo del caserón de una señora llamada Carmina (Sonia Barba), en el que se esconde de todos. Con necesidad de alimentarse, a Bilal no le queda otra que inmiscuirse en la casa principal y robar cosas de la heladera para volver a esconderse, pero pronto Carmina descubre su presencia, se asusta y amenaza con llamar a las autoridades. Pero pronto se calma y decide colaborar, haciendo lo posible para que Bilal pueda estar allí sin llamar la atención. Eso sí, le pide que siga escondiéndose para que las autoridades no se den cuenta de su presencia. Y tampoco Lupe (Beatriz Arjona), la ama de llaves del caserón.
La inicial relación amable entre Carmina y Bilal de a poco dará pie a una serie de malentendidos propios de una comedia de enredos que pasan, por un lado, por mantener el secreto de la presencia de Bilal y, fundamentalmente, por otros descubrimientos que luego se harán al respecto, descubrimientos que modificarán la perspectiva de lo que sucede en varios sentidos. Promediando esta suerte de monólogo actoral de Carmina –Bilal habla algo de español pero en general se expresa con pocas palabras– llegará la fiesta a la que alude el título, una descontrolada noche en la que se caerán las caretas hipócritas de muchos de los que circulan por el lugar. Especialmente, de la dueña de casa.
FIN DE FIESTA utiliza el tema del racismo solapado, de la exotización del otro, de la tensión con los inmigrantes y, luego, de otros asuntos que no conviene revelar, si uno prefiere sorprenderse con los secretos que la película mantiene bastante bien durante buena parte de su metraje. Pero si bien la ácida mirada de la película a la relación entre esa burguesía acomodada y los inmigrantes es inteligente en función de algunos tópicos –más que nada, respecto al doble discurso, la falsedad y la hipocresía implícita en muchos de sus actos–, el film en sí es repetitivo, tedioso, de estirpe teatral en sus actuaciones y va creando una serie cada vez más grande de personajes monstruosos que, en un punto, ya mucho no importa lo que piensen o dejen de pensar, hagan o dejen de hacer. Son solo marionetas para poner en juego una idea y no mucho más que eso.