Venecia 2024: crítica de «Battlefield» («Campo di Battaglia»), de Gianni Amelio (Competición)
Este drama italiano transcurre en un hospital en el año 1918 en el que se acumulan heridos de guerra con los primeros enfermos de una pandemia de gripe. En la Competencia Oficial.
Si bien el tema amerita un acercamiento sobrio y serio, CAMPO DE BATALLA, la nueva película del veterano realizador italiano de PUERTAS ABIERTAS y LAMERICA, se acerca peligrosamente a la solemnidad, a esa forma cinematográfica importante, morosa y grave que limita con el tedio. Es cierto, es la crónica no de una sino de dos desgracias históricas que coexisten en tiempo y espacio, pero el tono de la película es tan pero tan seco y fúnebre que por momentos uno siente que está ante otro de los velorios de uno de los tantos hombres, mujeres y niños que mueren en la película.
El año es 1918 y si bien uno sabe que poco después terminará la Primera Guerra Mundial (se lo presenta, después de todo, como «el año de la victoria»), el conflicto todavía persiste. Y lo que se acumula en los hospitales son soldados heridos de diversa gravedad, una colección de lesiones y pérdidas de miembros y partes del cuerpo humano. Los soldados, en su mayoría iletrados y de clases bajas, pueden dividirse entre los muy destrozados y los un poco menos destrozados. Pero quizás la mayor diferencia sea otra: están los que fueron lastimados en combate y los que prefirieron autolesionarse para no tener que volver al frente de batalla.
En el hospital se topan con dos doctores que son amigos entre sí pero que tienen puntos de vista casi opuestos respecto a los heridos. Uno de ellos es Stefano (Gabriel Montesi), un médico seco y riguroso que no solo sospecha y se da cuenta cuando una lesión es autogenerada sino que no tiene problemas en mandar de vuelta al frente a cualquiera que no haya perdido al menos la mitad del cuerpo, sin importar qué fue lo que causó sus heridas. Y el otro es Giulio (Alessandro Borghi), un tanto más sensible con el dolor ajeno, más considerado a la hora de dar de baja a los que no estén en condiciones de seguir luchando, pero jugando con el dolor ajeno de un modo complicado.
Es que, en paralelo al regreso de Anna (Federica Rossellini), una vieja compañera de estudios que viene a trabajar al hospital –y por la que, a su manera, ambos compiten en llamar la atención–, algunos procedimientos secretos ocurren en el mismísimo hospital. El tal Giulio, compasivo con los dolientes y temeroso a la vez de la actitud de Stefano, acuerda con varios de ellos para lesionarlos o infectarlos ex profeso para así evitar que los vuelvan a mandar a la guerra. El secreto, más si se tiene en cuenta la desconfianza que circula por el aire, tiene los días contados.
Pero cuando parece que ese será el principal problema con el que deberán lidiar los perturbados protagonistas de BATTLEFIELD por detrás aparece otro, ya que una serie de personas no necesariamente ligadas al conflicto armado empieza a aparecerse en hospitales con altas fiebres y fuertes dolores físicos. Y en los hospitales no sobra especialmente lugar. Tampoco lo sabían entonces, pero están al comienzo de la pandemia que se dio en llamar «la gripe española«, similar en impacto e intensidad a la reciente del coronavirus y por la que terminarán muriendo –las cifras son bastante incomprobables– más de 50 millones de personas en todo el mundo.
En medio de ese cúmulo de desgracias se desarrolla este drama de cámara, que transcurre casi en su totalidad en distintos salones de un inmenso hospital ubicado al norte de Italia y que es tan sombrío y amargo como el tema que trata. Correcto en el sentido más plano de la palabra, se trata de un film que cumple con el cometido de plantear, de forma clara, los grandes costos en vidas humanas de dos de las más desgracias sociales y naturales que el mundo sigue soportando aún hoy, más de un siglo después: las guerras y las pandemias. No logra, sin embargo, tener un atractivo por fuera de esa matriz temática. Hay, sí, un ámbito en el que la película es convincente: al verla uno tiene la sensación de estar ahí, internado en el mismo hospital, con los pacientes sufriendo al lado.