Estrenos online: crítica de «El mal no existe» («Evil Does Not Exist»), de Ryûsuke Hamaguchi (MUBI)
Una empresa quiere hacer un emprendimiento turístico en una tranquila comunidad rural en las afueras de Tokio generando un conflicto en esta mezcla de drama y thriller del director de «Drive My Car». En MUBI desde el 25 de octubre.
Entre la luz y la oscuridad funciona el universo de EVIL DOES NOT EXIST, la nueva película del realizador japonés de DRIVE MY CAR, Ryûsuke Hamaguchi, un relato extraño, que pasa de lo calmo a lo indescifrable y de lo cálido a lo perturbador sin que casi nos demos cuenta de las transiciones. Su primera mitad, de características más observacionales, podría dar a entender que estamos ante un retrato poético de una comunidad rural japonesa que trata de mantenerse alejada de las contaminaciones de la cercana Tokio. En la segunda, ante la potencial llegada del “progreso”, la tranquilidad se empieza a perder, pero no necesariamente de la manera en la que uno lo espera.
Hamaguchi comenzó EL MAL NO EXISTE como un proyecto multimedia armado a partir de imágenes suyas y composiciones musicales de Eiko Ishibashi. Y eso queda en evidencia en sus primeros ocho minutos, que toman la forma de una intro orquestal con planos desde abajo mostrando las copas de los árboles moviéndose al viento. De a poco aparecen los escenarios y sus habitantes. El que organiza la primera parte, desde su actividad cotidiana, es Takumi (Hitoshi Omika, asistente de dirección de Hamaguchi haciendo su debut actoral), a quien vemos por un rato hachar leña con una precisión extraordinaria –es un plano secuencia sin un fallo–, recoger agua de un manantial de la zona, ponerla en botellones y llevarla a un restaurante local donde la usan para cocinar –los platos, dirán luego, saben mucho mejor con esa agua– e ir luego a buscar a su hija al colegio, al que suele llegar tarde.
Takumi vive solo con Hana (Ryo Nishikawa), una niña de ocho años que es bastante aventurera y se manda sola de regreso a casa sin esperar a su padre. Todo parece funcionar con la calma perfección de un pueblo chico que adora sus rutinas, pero hay evidencias de que algo está por cambiar. Algunas, más sutiles –tiros lejanos de cazadores furtivos a los ciervos que andan por la zona– y otras, más directas, que aparecen cuando nos enteramos de que una corporación está planeando comprar un gran terreno allí para instalar un complejo de “glamping” –una suerte de camping de lujo, con cuartos que están a mitad de camino entre cabañas y carpas, como es el caso de este lugar– que cambiaría por completo el ecosistema del lugar.
El conflicto se pone en evidencia en una reunión informativa entre dos representantes de la empresa y la gente del lugar, que toma la forma casi de asamblea en tiempo real. Allí, luego de mostrar su poco preparado proyecto –por motivos que se explicarán allí debieron apurarlo–, los vendedores oirán los reclamos de los locales que les dicen que se contaminará el agua por el tanque, que el ecosistema se romperá por la llegada masiva de turistas, que se interrumpirá el camino de los ciervos y toda la polución que un emprendimiento así traería. Ellos tratan de explicar los beneficios económicos de la llegada del glamping, pero nadie parece convencido.
Allí la película cambiará de punto de vista y seguirá a Mayuzumi (Ayaka Shibutani) y Takahashi (Ryuji Kosaka), los dos vendedores, a quienes conoceremos más y entenderemos en sus contradicciones mientras viajan en auto. Saben que no están preparados y que quizás los locales tengan razón, pero de todos modos seguirán presionando. Y es ahí cuando van a visitar a Takumi, con uno de esos regalos que suenan a sutil intento de corrupción. Takumi los invitará a seguirlo en su tarea cotidiana y allí las cosas empezarán a ponerse más raras, tensas y oscuras. El final confundirá a muchos, fascinará a algunos y fastidiará a varios. Yo me cuento entre los primeros. Me intriga, pero no me convence del todo.
Si todo esto suena a eco-thriller tradicional, no lo es. Lejos está el director de ASAKO I & II de plantear oposiciones simples y sencillas, ya que hay zonas grises y extrañas en todas partes. Takahashi puede parecer el típico empresario urbano que quiere explotar tierras vírgenes, pero en realidad es más complicado que eso. Y lo mismo pasa con Takumi, que quizás no sea solamente ese sacrificado leñador y abnegado padre de una simpática niña. Pero, más allá de las complejas caracterizaciones y de ciertas sorpresas narrativas, lo que más separa a EVIL DOES NOT EXIST –título que parece usado de forma irónica pero acaso no sea así– de los modos convencionales de un drama sobre “malvados empresarios urbanos hostigando a una comunidad rural” quizás sea su exquisito planteo formal.
Hamaguchi no tiene apuro ni pone al espectador ante la expectativa de un thriller o de una película de tensión y suspenso. Contemplativo, con usos bruscos de la música y con imágenes –de ciervos, del agua, del recorrido diario de Takumi, incluyendo sus decenas de hachazos– que van más por el lado del retrato que otra cosa, el realizador va de todos modos integrando esos elementos dispersos en un formato un poco más cercano al género. Yendo a Chejov, una influencia en la obra del realizador japonés –como quedó claro en DRIVE MY CAR–, acá podemos estar siguiendo un aparentemente inofensivo drama interpersonal, pero sabemos que cualquier elemento circundante puede terminar siendo ese “arma” que transforme un retrato en un thriller. El conflicto está, los personajes también. Y la naturaleza saca sus propias conclusiones.
El director RYUSUKE HAMAGUCHI (n. 1978) tras conseguir un merecido Oscar con DRIVE MY CAR decide filmar una película centrada, en principio, en un conflicto ecológico entre los residentes de un pequeño pueblo boscoso cercano a Tokio y una empresa que quiere instalar allí un complejo turístico de cabañas y eso generaría problemas en relación al suministro de agua potable para los seis mil habitantes del lugar.
A partir de allí se observa una relación cuya tensión irá en aumento entre un experto conocedor de la zona llamado TAKUMI (buen trabajo del actor HITOSHI OMIKA) y dos representantes de la empresa que, tras el rechazo que generan en los lugareños, intentan hacerle una propuesta a TAKUMI para que se haga cargo del camping para lograr quebrar la resistencia al proyecto.
La película, visualmente impactante en sus rubros técnicos, tiene una confrontación interesante bien presentada en la reunión que tienen los representantes de la empresa con los habitantes del lugar.
Sin embargo, hay algunos desequilibrios narrativos que hacen que escenas no muy importantes se estiren más de la cuenta y otras, más cercanas al abrupto final, necesiten de una mayor profundidad.
El resultado final es una película despareja de un director talentoso (6/10)