
Estrenos online: crítica de «La trampa» («Trap»), de M. Night Shyamalan (Max)
Un padre lleva a su hija a un concierto de una estrella pop sin saber que en el estadio la policía está esperando descubrir quien es y encarcelarlo. Con Josh Hartnett. Desde el 25 de octubre en Max.
Con el cine de M. Night Shyamalan pasa algo curioso. Tras sus primeras tres o cuatro películas, que eran consideradas excelentes o muy buenas por todo (o casi todo) el mundo, la crítica se dividió radicalmente respecto a su cine. Para los estadounidenses, el director de SEXTO SENTIDO cayó de allí en adelante en un pozo del que nunca terminó de salir. Algunas películas son un poco más valoradas que otras, pero allí lo consideran hoy un cineasta clase B, cuyos films tirando a ridículos y que bordean el camp apenas pueden disfrutarse como placer culpable. Para muchos extranjeros (especialmente los de habla no inglesa y aún más los españoles, que tienen un desaforado romance con su obra), su cine puede haber tenido sus recaídas pero siempre es fascinante, lleno de temas y figuras formales que se repiten de un modo constante e inquietante.
Shyamalan se ha vuelto el Jerry Lewis del cine de suspenso, uno más apreciado fuera de su país que adentro. En lo particular, no participo de esa divisoria de aguas. Considero, sí, que sus primeras películas eran extraordinarias (especialmente EL PROTEGIDO), que luego cayó en un pozo bastante profundo (la época de EL ULTIMO MAESTRO DEL AIRE) y que a partir de FRAGMENTADO logró retomar en parte el tipo de cine y propuestas de su época de gloria, con mejores o peores resultados, pero sin lograr las alturas de sus películas clásicas. Es un cineasta que, en cierta manera, hoy se homenajea a sí mismo y remeda modelos que él mismo inventó, como si hubiera asumido que eso es lo que la gente espera de sus películas y estuviera dispuesto a dárselos.
LA TRAMPA marca la que quizás sea la película más grande, en presupuesto al menos, de esta nueva etapa, tan minimalista como la primera. El film marca un cambio, tras VIEJOS y LLAMAN A LA PUERTA, en lo que respecta a su búsqueda, ya que no intenta en principio apoyarse en modelos fantásticos o sobrenaturales de otras películas, sino que toma las perturbaciones psicológicas de su saga más conocida (la que va de EL PROTEGIDO a FRAGMENTADO) de una forma un tanto más directa, literal, a modo de thriller, acaso el más hitchcockiano de todos ellos. Lo único inexplicable que hay aquí está en la cabeza de su protagonista.

Cooper (Josh Hartnett, otro actor que tuvo una época de gloria, desapareció del mapa y está volviendo) es un bombero y amable padre de familia que, cuando empieza LA TRAMPA, está acompañando a su hija Riley (Ariel Donoghue), de 12 años, a ver un imponente concierto de Lady Raven (Saleka Shyamalan, la hija de Night, quien compone e interpreta sus propias canciones en vivo), la estrella a la que la pequeña adora, cual swiftie o fanatismos similares. Hay dos datos importantes que faltan: uno está ligado a Cooper y el otro, al concierto en sí.
Lo que contaré acá se sucede en los primeros 15 minutos, pero si no quieren saberlo pueden saltear este párrafo. Lo que nos enteramos ahí es que Cooper, pese a su aspecto bonachón, es en realidad un asesino serial que tiene en ese mismo momento a una persona secuestrada para liquidarla, como hizo con los y las anteriores. Y, lo otro importante, es que en el concierto saben que el asesino irá y lo están esperando y buscando para detenerlo. No le conocen el aspecto por lo que no es fácil encontrarlo. Cooper pronto se enterará que lo buscan, por lo que tratará de encontrar la forma de fugarse. Todo esto, claro, mientras el concierto se desarrolla, Riley mira fascinada a Lady Raven, y él no hace más que ir y venir por el estadio buscando vías de escape, tratando además de que su hija no advierta su extraño comportamiento.
Así es como se plantea LA TRAMPA, como una cacería, un juego de muchos gatos y un solo ratón, pero uno muy sagaz e inteligente como para evitar ser descubierto y seguir avanzando en su investigación de potenciales formas de escapar de esa prisión abierta en la que se convirtió el estadio cerrado. La película irá complicando su situación a lo largo de su primera hora para tomar un camino un tanto diferente de allí en adelante, uno que en mi opinión le hace perder parte de la credibilidad y concentración espacial que tenía. Es que el estadio podrá ser grande pero a la vez hace sentir atrapados a los que están adentro, como cualquiera que haya ido a un concierto masivo puede atestiguar.

Con un personaje como Cooper que pertenece a la línea Norman Bates –el protagonista de PSICOSIS, de Alfred Hitchcock, por si alguno que no lo sabe–, pero que también se podría equiparar a otros con extremas disociaciones psicológicas que aparecen a través de films suyos como SEXTO SENTIDO, EL PROTEGIDO, GLASS, FRAGMENTADO y otros, LA TRAMPA se presenta como un estudio psicológico en un escenario (relativamente) cerrado. Es un juego de ingenio, en cierto modo, ya que hay una veterana detective especializada en estos casos, la Dra. Josephine Grant (la gran Hayley Mills), que parece adivinar todo lo que él irá haciendo, impidiendo lo que él ve como posibles formas de escapar.
Parte del juego de piezas armado por el director se empieza a romper cuando la historia se mueve afuera del estadio y las actitudes de los personajes se vuelven bastante más caprichosas, por no decir absurdas. Pero aún cuando la película pierde la contención que le daban los límites del estadio, Shyamalan consigue estirar el suspenso con sus acostumbradas sorpresas y giros narrativos que, si bien no alcanzan el nivel de radicalidad de algunos previos, en cierto modo logran que el espectador nunca sepa del todo para qué lado la película se irá a mover.
Y eso, en un cine actual tan afecto a probadas fórmulas narrativas y a arcos dramáticos previsibles para sus personajes, es algo a celebrar. En cada nueva película, Shyamalan sigue intentando, como Hitchcock en un período de su carrera, encontrar maneras diferentes de crear suspenso y tensión. No todas funcionan, pero lo que el hombre jamás hace es abandonarse a un formato elegido por otros. Prefiere, cueste lo que cueste, inventarse (o reinventarse) los propios.