Festival de Valdivia: crítica de «Los años salvajes», de Andrés Nazarala

Festival de Valdivia: crítica de «Los años salvajes», de Andrés Nazarala

por - cine, Críticas, Festivales
19 Oct, 2024 03:55 | Sin comentarios

Un rockero sesentón y en decadencia enfrenta una serie de problemas y complicaciones en esta melancólica comedia dramática que transcurre en Valparaíso. Con Daniel Antivilo.

El rockero veterano, en decadencia, que tuvo su momento de fama y que ahora canta para unos pocos nostálgicos y/o borrachos en algún bar de mala muerte es un personaje prototípico del cine. Autores como Aki Kaurismäki, especialmente, han tenido muchos personajes de este tipo, lo mismo que films del estilo de EL ULTIMO ELVIS, de Armando Bo, Jr. En LOS AÑOS SALVAJES tenemos a Ricky Palace (nombre real: Ricardo Palacios), un rockero de Valparaíso, sesentón, que cumple con muchas de esas características: canta en un escenario pequeño solo con su guitarra –la banda suena desde una vieja casetera–, en la calle lo reconoce alguno que otro (al grito de «Wena, Riquipalas!») y en el bar Cochran en el que toca no suele haber más que dos o tres personas y pasados de bebidas. No parece haber mucho futuro ahí. Aunque, en realidad, nunca se sabe.

Ricky (Daniel Antivilo) bebe demasiado y el médico le dice que tiene que dejar. Del cuarto en el que vive lo están por desalojar por falta de pago. Y el bar en el que toca está a punto de cerrar. Cuando nada parece poder empeorar la situación, en un diario –por una confusión con otra persona de igual nombre– lo dan por muerto. Y encima, un rockero de su generación con el que está enfrentado y que triunfó en México convirtiéndose en una estrella de la música melódica (una graciosa caracterización de Alejandro Goic), regresa para dar un show en Valparaíso, agregando una gota más al vaso de la humillación constante que vive Ricky.

Todo esto se irá acumulando en una película organizada a modo de capítulos de una novela –o episodios de una serie– en la que Ricky va sufriendo una humillación tras otra en una cadena de acontecimientos que el realizador, que es también escritor de ficción y periodista, va narrando en un tono entre cómico y tristón, más melancólico que patético y tan amargo como tierno. Hay hidalguía en la figura cansada de Ricky, un tipo duro, huraño y de pocas palabras que esconde una historia bastante dura ligada a su pasado personal.

La película apuesta a momentos cómicos y absurdos –como casi siempre sucede en estos casos, hay imitadores de Elvis Presley dando vueltas–, pero con el paso de los minutos y los inconvenientes que se apilan, las cosas se van poniendo un tanto más amargas. Pero, aún dentro de esa espiral que parece ir de mal en peor, Nazarala le otorga al personaje no solo una enorme dignidad sino la posibilidad de contar con una segunda oportunidad, especialmente gracias a un público joven que ha empezado a revalorar su obra.

Más allá de un carácter episódico que obliga casi a recomenzar cuando una etapa da paso a la siguiente –no solo por los personajes con los que Ricky interactúa en cada ocasión, sino por el tiempo que pasa, a veces meses, entre una secuencia y la siguiente–, LOS AÑOS SALVAJES funciona como una comedia dramática asordinada que habla del paso del tiempo y de la muerte, sí, pero que también es una celebración de la amistad (tiene un rol clave en la película José Soza, que interpreta al dueño del bar que, tras cerrarlo, se va a vivir al campo), de la relación entre la vida y el arte, y de la música como un modo de conectarse entre las generaciones. Ricky podrá estar «muerto» para los diarios, pero sigue vivo en los jóvenes que lo idolatran.