Series: crítica de «Bellas artes – Temporada 2», de Gastón Duprat, Mariano Cohn y Andrés Duprat (Disney+)

Series: crítica de «Bellas artes – Temporada 2», de Gastón Duprat, Mariano Cohn y Andrés Duprat (Disney+)

La serie continúa con la historia del fastidioso director de un museo de arte moderno en España que ahora está, tan solo, un poco más sosegado que antes. Con Oscar Martínez, Angela Molina e Imanol Arias. En Disney+

Promocionada por la propia Disney+ como una serie «políticamente incorrecta», por momentos la segunda temporada de BELLAS ARTES se siente bastante más amable, tranquila y menos controvertida que otras producciones de Cohn-Duprat, especialmente EL ENCARGADO. De hecho, hasta comparada con la primera temporada, uno tiene la impresión que los creadores le han bajado unos cambios a la negrura, el pesimismo, la mala onda y la visión misantrópica del mundo que tiene Antonio Dumas (Oscar Martínez), director de un Museo Iberoamericano de Arte Moderno que mucho de iberoamericano no tiene, convengamos, y que está ubicado en Madrid. Sí, el tipo mantiene varias de sus opiniones conservadoras respecto a muchas cosas, lo enoja la corrección política y otros detalles del llamada «progresismo woke», pero parece más tranquilo y sosegado que antes.

De hecho, a lo largo de los seis episodios, son apenas dos los momentos en los que toma partido muy directamente por esas causas que quedan mejor en la voz de trolls de Twitter que en personas serias, adultas y profesionales de la cultura, pero el resto del tiempo prueba ser bastante más humano que antes. Dicho de otro modo, comparado con el personaje de Guillermo Francella es un «nene de pecho». Seguro que en un duelo de filosas maldades y comportamientos brutales, el Eliseo de EL ENCARGADO le gana. Ojo, no quiero con esto proponer un crossover entre dos de los personajes más desagrables de las series argentinas, pero estoy seguro que tarde o temprano sus creadores lo harán, con Antonio volviendo a la Argentina o Eliseo yendo a España. Habrá que ver si le encuentran algún lugarcito por ahí a Luis Brandoni…

Los casos con los que lidiará Antonio en esta temporada seguirán una lógica parecida a los de la anterior, volviendo a dejar en claro que hay un problema de origen en la idea de que un tipo así pueda manejar un museo «moderno» como el que maneja. Odia el arte performático, se fastidia con los pintores excéntricos, va a ver un concierto de música experimental y se aburre soberanamente, entre otros artistas que lo enervan. No es raro que eso le suceda a un «lego» en esas materias, pero que le suceda a alguien que tiene a su cargo un museo de arte contemporáneo es un poco incomprensible.

Aún así, se lo nota más calmo y sosegado con algunas cosas: sabe lidiar con artistas problemáticos o personajes complicados sin explotar de los nervios (una intensa performer interpretada por Milena Smit, un muralista alcohólico, un artista mentiroso, un viejo y controvertido político que hace Miguel Angel Solá y otros casos así), trata de moverse con sagacidad ante un donante millonario (no le sale bien, pero ahí el problema es otro), soluciona problemas con ingenio (se ve que mira EL ENCARGADO y esto no es metáfora) y hasta se apiada de alguna gente que la pasa mal, como un homeless en la calle o una empleada suya que vive una delicada situación familiar.

Pero en otras sigue siendo el mismo tipo huraño y quejoso de siempre, a quien no le sobra un gramo de empatía: ni con su hijo, ni con su nieto, ni con su ex Mariel (Angela Molina, como la artista fuera de sistema que se fue a vivir al medio de la selva en Perú), ni con el mundo del arte en general. El tipo se ve a sí mismo como una especie de solitario luchador contra lo que bien se podría llamar «la casta» del arte contemporáneo sin darse cuenta que él es parte central de lo mismo. «Tu rebeldía termina consolidando el sistema», le dice a Mariel en un momento intenso entre ambos. Lo curioso es que no note que la suya también.

Lo que le sigue produciendo una irrefrenable violencia es la corrección política, un tema que en el contexto brutal del mundo actual (y más precisamente de la Argentina) parece hoy hasta menor, poco trascendente. Para Dumas los que se ocupan de esas percibidas injusticias son mentirosos, personas con doble discurso o hipócritas. Y el tipo salta cada vez que alguien plantea porcentajes más equitativos entre artistas hombres y mujeres o cuando se topa con un grupo que se queja, en una situación un tanto peculiar, de maltrato animal. «Los artistas como tú, con su supuesta superioridad moral, son lo peor», dice fastidiado en un momento. De vuelta, parece describirse más a él que a los que critica. O a ambos por igual.

«Están lobotomizados», gritará ofuscado Dumas cuando un grupo de protección de animales exagere en un reclamo por una «controvertida» pieza viva que exhiben en su Museo. Viniendo de creadores que apoyan a un gobierno al que no parece preocuparle en absoluto el descuido actual de la salud y de la educación pública –entre muchas otras cosas, incluyendo la cultura y el cine–, llama un poco la atención que crean que son otros los «lobotomizados». Sería bueno que se preguntaran si no es exactamente al revés.