Estrenos: crítica de «Stop Making Sense», de Jonathan Demme

Estrenos: crítica de «Stop Making Sense», de Jonathan Demme

Esta película es la grabación de un show en vivo de Talking Heads de su gira de 1983, base del álbum en vivo «Stop Making Sense», editado un año más tarde. Relanzado con una restauración en 4K.

El secreto de Talking Heads siempre estuvo en la tensión entre dos modos, entre dos maneras muy distintas de entender, crear y presentar sus canciones. Hay una fricción muy evidente entre la calidez física del funk y del soul con su energía festiva, y el nervioso andar sumado a las inquietantes letras de David Byrne. En vivo, esa tensión se hace más evidente. Cada vez que Byrne se mueve en el escenario hay liberación y contención al mismo tiempo, desprejuicio y cálculo, transpiración y mecánica. En STOP MAKING SENSE, la remasterización y restauración en 4K de la reedición 40 aniversario de este clásico film, ese choque se maximiza al punto de la explosión.

A su manera, es una película narrativa, un cuento que va de lo individual a lo comunitario, de lo paranoico a lo social, de lo aislado a lo compartido, la historia de un psychokiller transformado en transpirado shaman de una banda que lo rescata a través de la música como hecho grupal. Es el beat como combate contra la soledad, el recorrido de un tipo que empieza cantando solo con un grabador a su lado y termina todo sudado siendo incorporado a un universo que lo contiene.

Vista en IMAX –como la vi en el Festival de Shanghai–, es lo más parecido que existe a estar viendo un show en vivo y la impresión se multiplica. Demme, además, salvo por un breve momento sobre el final de comunión social, no filma a la gente, al público que está viendo el show de Talking Heads. La cámara se mantiene casi siempre adentro o al borde del escenario, con el marco aplicado justo para que los espectadores de la sala puedan ver a la banda de una manera relativamente similar a cómo lo harían en vivo. Tomando en cuenta que difícilmente podamos volver a ver en vivo a la banda de Byrne, Tina Weymouth, Jerry Harrison y Chris Frantz, es lo mejor que se puede conseguir hoy. Una suerte de viaje en el tiempo en un presente perpetuo.

STOP MAKING SENSE fue un show pensado y armado para la gira de 1983 y ligeramente adaptado a la hora ser filmado. La experiencia de verlo allí seguramente habrá sido distinta a cómo Demme puso los elementos en juego. La ocurrencia de ir armando el escenario, sumando a los músicos y llenando de a poco las pantallas es algo compartido entre el show y la película, pero las puestas de cámara responden a necesidades puramente cinematográficas. Y es ahí donde el genio del realizador de EL SILENCIO DE LOS INOCENTES hace la diferencia. Demme está encima de los intérpretes, los toma en primer plano, nos deja ver su sudor, sus medias sonrisas, el movimiento de sus manos y sus miradas. Todo en un marco oscuro, casi negro, que le agrega perturbación a la fiesta, marca registrada de la banda especialmente en su primera época.

Recorriendo canciones de sus cinco primeros álbumes –editados entre 1977 y 1983–, STOP MAKING SENSE ya desde su título funciona a modo imperativo, casi de orden. Correctamente traducido, funciona como un «relajate», «liberate», un algo así como no pienses tanto y no busques explicaciones ni respuestas a todas las cosas. Incluida en la canción «Girlfriend is Better«, una de las últimas del show, esa letra funciona en el contexto del show como culminación de un perfectamente ensamblado entramado de canciones que dan paso a lo que parecen ser más relajados bises, incluyendo un cover del clásico de Al Green, «Take Me to the River«. Allí Demme incluye las presentaciones de los músicos, el público, el personal detrás de escena. Allí, el nervio («I’m tense and nervous and I can’t relax«, dice «Psycho Killer«, la canción de apertura) termina de dar paso a la energía pura y los cuerpos se entregan a la fiesta.

Para llegar allí hubo antes que construir un literal edificio físico y otro, metafórico, de sentido, que va llevando a Byrne a incorporar, de a poco, a los otros músicos para pasar recién allí a completar el escenario propiamente dicho y a sumar a colaboradores, no casualmente todos ellos afroamericanos, incluyendo al experimentado (y relajado) tecladista Bernie Worrell y a los entusiastas Alex Weir y Steve Scales, guitarrista y percusionista respectivamente. Más allá de cómo se analice 40 años después la lógica de la banda (no faltarán los que crean que lo de Byrne y compañía bordea la «apropiación cultural»), el resultado de la mezcla entre un hombre blanco, flaco y nervioso bailando espasmódica pero rítmicamente sonidos que se van volviendo más y más tribales es un objeto propio y único que no aparecería si cada uno de los músicos se dedicara a hacer lo que «racialmente les corresponde». Es la fricción, otra vez, la que produce un objeto nuevo y distinguible.

Grabado principalmente a lo largo de tres shows en el Pantages Theatre de Los Angeles en diciembre de 1983 –aunque han habido cambios y sobregrabaciones–, STOP MAKING SENSE es una demostración palpable y apabullante del talento de Demme para crear climas y transmitir sensaciones desde las canciones, aún sin que necesariamente entiendas las letras. En el mejor momento de su carrera, el realizador llevaría esa misma mezcla de tensión y desparpajo, de humor y rispidez a películas suyas inmediatamente posteriores como TOTALMENTE SALVAJE y CASADA CON LA MAFIA. En algún punto, este concierto es también una comedia y un policial, una película de suspenso y una aventura lúdica y ligera: un hombre que se escapa de a poco de su propia mente para ser «rescatado» por los demás.

Desde canciones como la emotiva «Heaven» –hecha solo con Byrne y Weymouth en un escenario semivacío– al descontrol final de «Crosseyed and Painless», es un show lleno de momentos inolvidables y canciones indestructibles como «Burning Down the House», «Life During Wartime» y «This Must Be the Place», entre otras. Además del conocido traje gigante, hay juegos que Byrne/Demme hacen con luces que son ingeniosos –veladores, focos puntuales sobre fondos negros–, canciones que se sostienen prácticamente con un solo plano («Once in a Lifetime«), coreografías simples pero efectivas que van soltando al cantante de la rigidez inicial (ahí son fundamentales las dos coristas, Ednah Holt y Lynn Mabry) y la sensación de que uno es parte de ese show, un instrumento/cámara que comparte el ritual mientras se va produciendo.

Todo esto, además, sin necesidad de toda la tecnología y videos que hoy son el 90 por ciento de la parafernalia de un show de rock. Más allá de unos paneles que cambian de color, algunos textos e imágenes fijas, lo que se mueve en el show son los músicos, lo que importa es lo que hacen. En vivo o 40 años después –en la sala en la que la vi la gente se paraba y bailaba como si estuviera viendo un show live y eso que los chinos no son el colmo de lo expresivos en ese sentido–, STOP MAKING SENSE es una película perfecta. No solo de la estrecha categoría «documental de concierto de rock» y ni siquiera «documentales de rock», sino en el sentido más amplio de la palabra. De hecho, no sé si le cabe la definición estricta de documental. Es una película sobre hacer música, ponerle el cuerpo y transformar un hecho individual en uno social. Y así crear cada vez, en cada función, una nueva fiesta.