Estrenos: crítica de «Vera y el placer de los otros», de Romina Tamburello y Federico Actis

Estrenos: crítica de «Vera y el placer de los otros», de Romina Tamburello y Federico Actis

por - cine, Críticas, Estrenos
16 Nov, 2024 02:39 | 1 comentario

Una adolescente alquila un cuarto por horas a parejas jóvenes y se queda detrás de la puerta escuchándolos en esta comedia dramática argentina premiada en el Festival de Mar del Plata 2023.

Sin ser, necesariamente, una película radical ni nada parecido, VERA Y EL PLACER DE LOS OTROS ofrece una serie de novedades –o, más bien, de confirmaciones– dentro del cine argentino, entre otras cosas como confirmación de la variedad y heterogeneidad de sus realizadores. El film de Romina Tamburello y Federico Actis apuesta por un formato accesible, un coming of age apto para todo tipo de espectador, para traficar una serie de ideas sobre la sexualidad que, en los tiempos que corren, se sienten particularmente audaces, por no decir contestatarias.

El nuevo cine argentino ha sido, la mayoría de las veces, bastante pacato. Salvo escenas específicas en algunos films, las películas nacionales del último cuarto de siglo no se le atreven demasiado a hablar de o a mostrar escenas de sexo. Las películas que sí lo hacen suelen ser más de nicho, le hablan a un público específico desde lo temático o lo formal. VERA Y EL PLACER DE LOS OTROS evita ese recorte: es una película apta para todo público en la que la sexualidad está tratada de una manera inusualmente feliz. Solo hace falta ver la enorme sonrisa de su protagonista, Luciana Grasso, cada vez que está en una situación de índole sexual (sola, de a dos o de a más), para que quede claro. Nada traumático acá ni denso. Solo una chica de 16 años entendiendo qué la moviliza sexualmente.

La película llega a ese punto a partir de una jugada muy creativa de guión. Adriana (Inés Estévez), la madre de Vera, tiene a su cargo alquilar departamentos para un amigo de la familia (Carlos Resta), dueño de una inmobiliaria. Y Vera, su hija adolescente, utiliza uno que está un tanto abandonado y en desuso para alquilárselo a otros chicos de su edad que no tienen un lugar en el que tener relaciones sexuales. Se ha armado una cuenta especial en redes sociales y desde ahí, mediante el boca a boca, fue «abriendo un mercado» que le genera un ingreso económico interesante por cada dos horas en las que lo hace funcionar como rudimentario «albergue transitorio».

No serán muchas las comodidades –no hay ni colchón y ella lleva una bolsa de dormir que después lava–, pero el precio es económico para chicos que no pueden pagar un lugar más amable. Implica sus riesgos, claro, porque Vera lo hace a escondidas, sin que su madre ni los vecinos del edificio lo sepan. Los «clientes» entran, ella prácticamente los encierra en el cuarto y regresa a las dos horas para cobrar y dar paso al siguiente. En realidad, muchas veces ni siquiera se va, sino que se queda detrás de la puerta, escuchando lo que hacen adentro. Es que el verdadero placer de Vera no pasa necesariamente por el dinero del alquiler sino por satisfacer su deseo, su curiosidad sexual, darle rienda suelta a su creciente imaginación en ese terreno. A partir de lo que escucha ahí imagina, sueña, se masturba, deja volar su creatividad.

Ese es el juego narrativo que le permite al guión ir más allá y explorar las fantasías de la protagonista. La película incluirá situaciones tensas –el dispositivo que arma está lleno de riesgos y potenciales problemas–, pero no necesariamente los imaginables. No hay aquí ni tensiones con los «clientes» ni conflictos de ese tipo. Y no nos hace temer por la suerte de la protagonista de las maneras obvias. Al contrario, cuando Vera cruza las fronteras de sus fantasías, la experiencia será feliz, gozosa. Y aún cuando las cosas se le compliquen, como es inevitable que sucederá, el film no se pondrá ni aleccionador ni moralista. Más bien, todo lo contrario.

Además de un guión convincente, una puesta en escena muy cuidada –más allá de alguna repetición innecesaria o escenas que podrían ser más breves– y actuaciones descollantes, especialmente las de Grasso y Estévez, VERA Y EL PLACER DE LOS OTROS se destaca por su franqueza y libertad sexual, por su falta de prejuicios, por su empatía con todos (bueno, casi todos) los personajes y por su inteligencia a la hora de no juzgar a ninguno de los involucrados en las distintas subtramas que enredan la historia en su segunda mitad. Se trata de una película sexualmente libre, llamativamente amable y muy entretenida sobre la chica con la sonrisa más pícara del mundo, una adolescente que descubre su sexualidad, primero, a través de los otros. Y luego, poniéndole el cuerpo a sus fantasías.