Estrenos online: crítica de «Arturo a los 30», de Martín Shanly (Max)

Estrenos online: crítica de «Arturo a los 30», de Martín Shanly (Max)

En esta comedia dramática el propio director interpreta a Arturo, un nervioso joven que se ve envuelto en una serie de absurdas situaciones durante el casamiento de su mejor amiga. En Max desde el 29 de noviembre.

Les voy a contar el peor día de mi vida», dice Arturo desde la voz en off apenas arranca esta neurótica y fascinante comedia de enredos. Corre marzo de 2020 y el tal Arturo (interpretado por el propio director) está yendo al casamiento de su mejor amiga, o una chica que supo serlo y con la que hace un tiempo no se lleva muy bien. Nervioso e incómodo –no por el evento sino porque así vive–, Arturo atraviesa toda la ceremonia religiosa con la cara de alguien al que están a punto de torturar. Lo que va a pasar de ahí en adelante quizás pueda calificar como el peor día en la vida de alguien pero, como todo punto bajo, lo único que queda para el futuro es mejorar. Bueno, en función de lo que pasó a partir de ese mes en el mundo, será cuestión de pensarlo un poco mejor.

ARTURO A LOS 30 toma como eje ese terrible día y va volviendo hacia el pasado del protagonista a modo de entradas de un diario personal que se extienden a lo largo de los últimos años y que, algunas veces, referencian un hecho seguramente peor que el día de la boda de su ¿ex? amiga: en 2012 murió el hermano de Arturo y eso es algo que claramente no ha superado. Ni él, ni su madre, ni su hermana, ni la ex novia del fallecido que se empecina en hacer una obra de teatro autobiográfica sobre ese hecho con resultados, digamos, un tanto dudosos.

Arturo es como un personaje de una película de Martín Rejtman o de tanta comedia neurótica y empastillada del cine argentino e internacional. Indeciso para hablar y para actuar, ansioso importante, medicado a granel, lleno de miedos y muy apto para ser «usado» por aquellos que andan más decididos por la vida, Arturo es un manojo de preocupaciones. Y si a esa paranoia se le suma que las cosas realmente le salen muchas veces mal, la receta es explosiva. Graciosa, desde afuera, pero dolorosa desde adentro.

La secuencia en tiempo presente se desarrollará a lo largo de esa boda, empezando por la ceremonia religiosa y siguiendo con un caótico viaje en auto a la fiesta, el un tanto bizarro festejo en sí y lo que pasa cuando Arturo, al toparse allí con alguien de su pasado, entra en un estado de nerviosismo tal que termina ingiriendo cantidades industriales de bebidas alcohólicas. Se trata de una serie de enredos manejados con prestancia verbal y timing para el género en su variante cringe, algo que se ve poquísimo en los supuestos especialistas argentinos en la materia y que Shanly maneja con maestría, especialmente en lo ligado al uso del espacio para generar efectos cómicos.

Pero son los flashbacks los que le dan un sentido más profundo a ARTURO A LOS 30. No solo por la manera en la que completan la información acerca de quienes son las personas con las que nuestro antihéroe se topa en la boda sino por la forma en la que construyen –o habría que decir «destruyen»– al protagonista. Allí conoceremos la difícil relación que tiene con su hermana menor (en un segmento excelente que podría ser un corto aparte), su incomodidad con la expresiva y narcisista ex de su hermano (Paula Grinzpan, notable), los silencios y vacíos que se hacen con su madre, sus problemas con la novia (Camila Dougall) y su ambigua relación con su ex roomate y amigo trans (Ivo Colonna Olsen). En medio de todo eso, el fantasma de su ex pareja, que lo abruma hasta agotar a todos los que lo escuchan quejarse.

Con el mismo oído fino para capturar un particular mundo de familias acomodadas de la zona norte y de colegios privados que sorprendió en su opera prima, JUANA A LOS DOCE, Shanly demuestra ser un notable retratista de esa angustia personal, social y generacional que recorre a los millennials. Es un modo que, más allá de algunos cambios tecnológicos, no es tan diferente al que sufrían generaciones anteriores. Arturo no tiene nunca dinero, trabaja poco y nada, pasa de vivir con su amigo a lo de su madre y sufre permanentemente todo tipo de humillaciones, algunas reales, otras imaginarias y, en algunos casos, hasta auto-inflingidas. Y nada de lo que hace parece servir para mejorar las cosas. Más bien todo lo contrario.

Debajo de la comedia por momentos absurda que torna muy graciosas las experiencias de Arturo, la película está atravesada por una enorme sensación de angustia, ansiedad y desamparo, por un nerviosismo que solo puede definirse como existencial, el de alguien que no encuentra un lugar en el mundo y que se siente rechazado o incómodo en todas partes. Pequeños momentos, inesperados, sacan a la película de una visión completamente oscura o pesimista para otorgar algún resquicio, sino para la felicidad, por lo menos para algo ligeramente más luminoso. Quizás para Arturo la pandemia terminó siendo una gran noticia…